jueves. 18.04.2024
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Senositis

Roberto López Moreno/Notimex

Tachas 96
Tachas 363

Suena el teléfono.

Por el auricular se escucha la voz de la Güera Ivette matizada con un cierto tono de preocupación.

—Flor —dice la voz, le está hablando a su amiga Flor Méndez—. Me siento bastante preocupada por algo que me está pasando desde hace algunos días y a lo que no encuentro explicación.

Flor Méndez, siempre dispuesta a ayudar, siempre tan solidaria, le pregunta qué le sucede.

La Güera Ivette no puede más y suelta un torrente imparable que llena y rebalsa la oreja de su escucha.

—Es algo en lo que se mezcla el sueño y la realidad —explica con tono de alma embrollada en asunto incomprensible—. Me está sucediendo una y otra vez, y quisiera entender el significado, ¿es un mensaje?, ¿una premonición?, ¿qué tipo de amenaza del destino?, ¿o alguna oferta de ese mismo destino?, ¿qué está pasando?, ¿qué es lo que tengo que entender después de todo esto?

—A ver, con calma. Explícame qué te está sucediendo —responde Flor, quien siempre está interesada en resolver los problemas de sus amigos.

La Güera Ivette le relata que ya van varias semanas en que al salir de su trabajo siente que la persigue una sombra mientras ella cruza un bosquecito que se encuentra en la colonia Álamos. Es un lugar al que a esa hora de la aún temprana noche tiene que cruzar forzosamente para acceder al sitio en donde deja el coche estacionado.

—¿Qué ha sucedido: alguna frase inoportuna, alguna insinuación?

—Nada, solamente la sensación de que la sombra de un hombre se escurre entre las sombras de los árboles y cada vez la siento más cerca, más cerca, pero cuando volteo la sombra desaparece.

—¿Y dices que está sucediendo frecuentemente?

—Todos los días.

—¿No has puesto alguna denuncia en la delegación?

—¡Para qué! Ya sabes que el ciudadano siempre está solo, abandonado a su suerte; además, correría el riesgo de que nada más se burlaran de mí y hasta me señalaran como “la loca de la Álamos”, porque seguro que eso sucedería.

—Sí, amiga, eso sucedería.

—Pero esa es la primera parte de la historia —continúa la Güera Ivette imparable.

—A ver, sigue contando —le responde la Méndez ya con mayor interés en el caso.

—Cuando llega la hora de acostarme entro a la otra etapa que me tiene aterrada.

—¿...?

—Empiezo a soñar y en el sueño vuelvo a cruzar el mismo parque y me vuelve a perseguir la misma sombra, pero aquí sí me alcanza...

Flor Méndez, ahora sí, se siente más atraída por el relato.

—¿Y qué sucede entonces?

—Me introduce la mano en el vestido, me alcanza los senos y se queda con ellos entre las palmas.

—¿Y gritas por el dolor, por ser la víctima de tan atroz acto?

—Para nada, no siento ningún dolor. Sólo veo cómo el hombre toma mis senos y los lanza sobre los troncos de los árboles.

—Dime: ¿qué pasa en ese momento? —pregunta Flor ya en estado de exaltación.

—Nada, que mis senos se estrellan contra los árboles y se hacen varios: los recoge y los vuelve a lanzar y se multiplican más y se riegan por el pasto, y algunos se quedan colgados en las ramas como si fueran hojas de los árboles. Entonces despierto asustada, sudando por la impresión. Y eso se repite cada noche. Te lo quería contar y pedirte tu opinión.

Flor Méndez posee un instinto natural de investigadora y de inmediato se interesa en el caso. Propone un plan a la asustada Güera Ivette.

—Amiga, mañana repórtate enferma, no vayas a la oficina. Yo voy a ir al parque de la Álamos, a la misma hora, y voy a cruzar el arbolado y te juro que algo he de sacar de este misterio que ayude a aliviar tus angustias.

Pasan las horas. Flor Méndez ya está en el inicio del parque. Empieza a caer la noche. Es la hora en que la Güera Ivette cruza los álamos nocturnos para dirigirse al estacionamiento. Sabe, porque la ha acompañado en otras ocasiones, cuál es el recorrido que hace la Güera para acceder a su auto. Inicia la caminata. Todos sus sentidos permanecen alertas y se convierten en partes mismas de ese mínimo y vegetado paisaje urbano.

Camina en la dirección prevista. Sigue caminando. Y al llegar al centro del parque, precisamente en el centro, percibe que una sombra la empieza a seguir. Deja que se acerque más, ya casi siente su aliento resoplando cerca de ella. De pronto se detiene, se vuelve bruscamente y se encuentra frente al rostro de un hombre sorprendido por la acción al parecer inesperada para él.

—¿Usted quién es, qué desea, qué busca, qué pretende? —lo enfrenta decidida.

El hombre, sorprendido, tembloroso, explica: es viudo reciente. Su mujer murió de una aguda enfermedad senotorial. Todos los días se le aparece como un alma en pena que no le permite a ella la paz ni el descanso. A él le duele mucho verla sufrir de esa manera, sin reposo para su alma. Ella le habla desde su más allá, le dice que sólo dejará de flotar en el éter el día en que él tenga el valor de agarrar los pechos de otra mujer, aunque sea por un momento breve y así, simbólicamente, dicho acto le restituirá a ella lo que perdió en el quirófano y podrá entonces, sí, alcanzar la paz eterna.

El hombre, avergonzado, confiesa que lo ha intentado con una mujer rubia que a esa hora “sale de aquellas oficinas” y cruza el parque, pero finalmente no se atreve a hacer lo que le pide el alma en pena. Por eso su mujer sigue flotando en el espacio.

—Ella, según me ha dicho, necesita unos segundos nada más de tal osadía para poder regresar a su más allá y encontrar por fin el reposo final.

—¿Unos segundos nada más?

—Unos segundos, nada más.

Ha despertado un nuevo día. Ahora es Flor Méndez la que marca el número telefónico de su amiga.

—Güeris, te tengo una noticia que estoy segura te va a regresar la tranquilidad. Sí, sí, te tengo noticias sobre lo del parque. Resulta que ya se terminaron tus problemas, te lo aseguro. Fui ayer al bosquecillo de la Álamos y descubrí todo el entramado de este asunto. No volverás a tener esos sueños horrendos, te lo repito, te lo afirmo, reafirmo y confirmo. Vente a la casa para que te lo platique todo. ¡Ah!, y, aprovechando, pasa por alguna farmacia y compra un ungüento, una pomada, cualquier cosa de esas, porque traigo una hinchazón de chiches que para qué te cuento...


***
Este cuento forma parte del libro Flor de tres pistilos, de inminente aparición en editorial Cofradía de Coyotes.

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