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EL HOMBRO DE ORIÓN

Tachas 395 • La costumbre de lo maravilloso • Juan Ramón V. Mora

Juan Ramón V. Mora

Juan Ramón V. Mora
El Salon indien du Grand Café de París
Tachas 395 • La costumbre de lo maravilloso • Juan Ramón V. Mora

Hay invenciones nefandas, traídas a nuestras vidas por los “oscuros molinos satánicos” del progreso, que se nos han vuelto costumbre y hasta necesidad: el automóvil, la producción en serie, la publicidad. Nos hemos acostumbrado al ruido, al humo, al concreto y al acero. Pero también nos hemos permitido estar demasiado a gusto en compañía del cine. 

No hay que perder de vista que el cine es un lenguaje que exige la interiorización de cierta gramática y vocabulario. La mayoría hemos estado expuestos a su poder hipnótico desde muy temprano, lo que impide que acumulemos recuerdos exentos de cine. Tuvimos que aprender. Como el primitivo, tuvimos que asumir en algún momento que las imágenes presentadas ante nuestros ojos eran y no eran al mismo tiempo.

El bisonte es un montón de trazos en la caverna originaria, pero también es un bisonte. Incluso, podrían decir algunos, es un bisonte más real que el que nos cenamos esta noche. Ese mismo proceso fue el que ocurrió la primera vez que los hermanos Lumière expusieron a una audiencia la peculiar hipnosis de las imágenes en movimiento. Las mentes de los espectadores aún no estaban capacitadas para distinguir la diferencia sutil entre ese tipo de representación y la vida misma. Tal era su encanto, tal era su novedad. No es demasiado aventurado imaginar que, durante algunos segundos eternos, el Salon indien du Grand Café de París se desvaneció por completo para dar lugar al espacio abierto de una estación ferroviaria (otra novedad omnipresente ya desde entonces).

La pared detrás de la pantalla se disolvió y abandonó su gastado cromatismo por distintos tonos de gris que eran una locomotora aproximándose.

Lo mismo pasa con el lenguaje que usamos todos los días. La herramienta que me permite escribir esto y que tú, lector, donde sea que estés, entiendas lo que digo, es la materia (sutil, volátil) con la que está construido todo lo que te rodea. Pero tuvo que haber alguien, años ha, que equiparara cierto gruñido gutural con el objeto "árbol”, el objeto “fiera hambrienta”. Desde ahí a las pantallas que pueblan nuestra vida actual sólo hay un pestañeo. Los objetos han cambiado desde entonces. Ahora tenemos un objeto llamado “revista”, una entidad denominada “Internet”.

Como las palabras, las imágenes en movimiento y sus formas de organización tienen que ser aprendidas, cultivadas y frecuentadas queremos extraerles la savia vital que tienen para ofrecernos. Esa grieta en donde el objeto y su referente se funden y vuelven a la unidad original.

El reino del cinematógrafo es uno de imagen pura, sin la intermediación de las palabras. Es una región maravillosa poblada de extrañas luces y sombras, criaturas fantásticas e historias punzantes que excedería las ilusiones de cualquier chamán neolítico. ¿Qué estamos haciendo como cultura, como civilización, con un instrumento de semejante alcance? ¿Continuaremos por la senda de la estupidez, el lucro por el lucro y la sedación generalizada o nos propondremos un regreso a lo verdadero, lo salvaje, lo incómodo? Somos capaces de sentirnos bastante satisfechos con nuestra comodidad.

Podemos creer que las películas son ruido de fondo para revisar variaciones interminables de un meme o de supuestas conversaciones con nuestros supuestos amigos durante dos horas. O podemos abrigar la esperanza de que algunas imágenes cargadas de poder nos sacudan el esqueleto enmohecido y nos permitan cuestionar las murallas de ilusión que hemos erigido alrededor de nuestra existencia.

 




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Juan Ramón V. Mora (León, 1989) es venerador felino, escritor, editor, traductor y crítico de cine. Ganó la categoría Cuento Corto de los Premios de Literatura León 2016 y fue coordinador editorial en la edición XXII del Festival Internacional de Cine Guanajuato. Escribe sobre cine en su blog El hombro de Orión.

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