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Los Tepetatles: Si no te ensordeces es que sordo estás

Esteban Cisneros

Los Tepetatles: Si no te ensordeces es que sordo estás

El reciente fallecimiento de José Luis Cuevas es el pretexto para desempolvar este texto y volver a girar a los Tepetatles. Que sea un homenaje.

1965. Ciudad de México. Nace un grupo con una consigna: el ruido y el Desmadre. El rock mexicano, que ya comienza a exponerse en todos lados, resulta demasiado inocuo. Entre versiones de hits internacionales (algunas memorables, algunas otras muy desangeladas) y originales políticamente correctos, surgieron Los Tepetatles. Un grupo ante cuyo grito, y así lo decían ellos, los Beatles parecerían monjas encerradas que en silencio rezan. “Quien no se ensordezca, es que sordo está.”

Los Tepetatles son una leyenda. Anti establishment en todo sentido, grabaron un único disco (y no para una disquera gigante) que hoy se cotiza como pocos. Su música, rocanrol bailón; sus letras, divertidas, desafiantes, inteligentes; su formación, un dream team multidisciplinario. Liderados por Alfonso Arau (actor, músico, cineasta), con Carlos Monsiváis y Chava Flores como letristas (una de sus facetas más olvidadas por los recientes obituarios a Monsiváis y una importantísima adición a su legado), el músico Julián Bert al piano (su currículum también dice que fue un Cometa de Bill Haley), Marco Polo Tena al bajo (de Los Rebeldes del Rock), Marco Antonio Lizama a la guitarra, José Luis Martínez a la batería y Vicente Rojo y José Luis Cuevas escenógrafos y diseñadores visuales, los Tepetatles estaban dispuestos a hacer bailar, reír y pensar.

Curiosamente un grupo tan desafiante surgió del seno mismo del establishment: un monstruo de Frankenstein con ritmo a-go-gó. Ernesto Alonso, el infame Señor Telenovela, necesitaba un show para su club nocturno, el Quid. Alfonso Arau, entonces bastante célebre como actor, fue el elegido para escribirlo, producirlo y ejecutarlo. Buena idea. Mala idea. El Quid iba a retumbar con el show vanguardista de un grupo ultra moderno con las ideas claras y unas ganas insanas de divertirse a costa de lo que fuese. Arau salía a escena con una guitarra de doble mástil y una tercera mano, de utilería; todo un mutante.

El espectáculo se llamó Triunfo y aplastamiento del mundo moderno con gran riesgo de Arau y mucho ruido. Las estrellas, Los Tepetatles. Ver a Arau y a su grupo de orates con pelucas mop-top, ropa de color chillante, cantando los extraños y muy ácidos versos de Monsiváis ya era mucho. Pero no era todo. Arau se metía con el público, llamándoles momias y piropeando a sus acompañantes femeninas. Lo Nuevo contra Lo Viejo. La modernidad de verdad contra las viejas malas costumbres. El humor como terrorismo válido. Por supuesto, Ernesto Alonso estaba aterrado. Esperaba todo, menos eso.

Aún así, Los Tepetatles hicieron de las suyas y grabaron un disco, Arau-A-Go-Go. Con un espíritu jodón y corrosivo, totalmente contrario al espíritu fresa de muchos contemporáneos y, por si fuera poco, burlándose de ellos abiertamente. Un disco, como ya se dijo arriba, difícil de encontrar hoy.
El disco incluye 12 canciones explosivas. Hablemos de ellas, comenzando con el tema de The Tepetatles, una declaración de intenciones y una especie de introducción al show en el que, por supuesto, cada músico interpretaba a un personaje, como unos Monkees aztecas pero más divertidos. Cordobés es no tanto un homenaje como una libidinosa declaración de amor al torero de moda, Manuel Benítez: “I wanna love you, love you, Cordobés.” Zona Rosa es un recorrido por ese lugar en un fin de semana en 1965, incluyendo, claro, una contundente patada en el trasero a la pomposa y cursi moda de la fresez capitalina con un sardónico Bert al piano. Irónicamente, Arau aparecería con una versión de Los Tepetatles en la película de Alfredo Zacarías Jóvenes de la Zona Rosa en 1968.
Que te pique el Mozambique, o cómo el humor sí cabe en el rock sabiéndolo acomodar, es alburera, pero nunca prosaica. El último romántico es una balada un poco anticuada, pero efectiva, para bailar de cachete. Forthplay disfrazado de canción ñoña. O canción ñoña. Como sea. Sitting es una especie de surf gritón con una incomprensible letra. Rockturno es una adaptación rucanrolera del ‘Nocturno a Rosario’ de Manuel Acuña, con un sensacional estribillo de Monsiváis: “Llora mi vate, llora de amor.” Clásica. Teotihuacan-A-Go-Go suena a su título: lo autóctono y lo alienígena se encuentran. Y funciona.
Sniff Sniff Gulp Gulp es una onomatopéyica locura con un riff jazzero, sensacional. Tlalocman es un clásico total, un superhéroe gigantesco con todo y su alter ego trabajador (un Clark Kent oficinista que desayuna chilaquiles) que se convirtió en la canción más célebre de los Tepetatles: Botellita de Jeréz, el grupo de Sergio Arau, hijo de Alfonso, la versionó en 1987 en su disco Naco es Chido. El disco termina con un doblete genial: Los Monstruos, que comienza como una falsa balada y se convierte una galería a-go-gó de atrocidades y El peatón estaba muerto y el semáforo lloraba, una genialidad.
En una reciente entrevista para El Universal, Arau sugiere que si Los Tepetatles son los padres (musical y estilísticamente) de Botellita de Jeréz, entonces son los abuelos de Café Tacuba. Y, por tanto, bisabuelos de toda una “bola de inconscientes” que, por cierto, ni siquiera han revisado el árbol genealógico.
Los Tepetatles son un grupo esencial (aunque un poco olvidado) del rock mexicano. El humor, que a veces resulta irritante y contraproducente en la música pop nacional, tiene cabida cuando tiene su sustento. Muchos grupos olvidan que no están ahí para hacer reír. Habría que escuchar más a Los Tepetatles para saber cómo se hace: esto era un desafío, una bomba, una detonación necesaria, una patada con bota de terciopelo a la aburrida y previsible tradición. Los tiempos así lo requerían. Y lo hicieron bien. Ahí quedan los Tepetatles como historia y como referencia, como una genialidad, como filosofía más que como picardía. No los olvidemos.

 

 

C/S.

 

 

 

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Esteban Cisneros
(León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.