Es lo Cotidiano

Theremin: una odisea electrónica

Esteban Cisneros

Theremin: una odisea electrónica


El theremin es uno de los instrumentos musicales más peculiares. Para empezar, es un instrumento que no se toca. Ver una interpretación de theremin es casi tan divertido y desconcertante como escucharlo: una caja tosca, como guardatesoros de la abuela, con una o dos antenitas, como la receptora del radio del auto; hay que encender un switch en alguna parte, pues la caja contiene un par de bulbos vibratorios; hay que pasar las manos por el área de las antenas, sin tocarlas, para sacarle notas. Una antena es para los tonos, otra para el volumen. Y ahí está el ejecutante, con aspecto de intentar atrapar un mosquito que no está dispuesto a morir, haciendo poses de danza contemporánea de tercera división, jugando a las charadas del modo más cutre y esperpéntico; o bien, si se tiene el suficiente estilo, dirigiendo una orquesta invisible (pero que ulula como un drogota que escucha el primer acorde del Are You Experienced) o jugando al hada madrina de un amanerado cuento reciclado por Disney.

El sonido que la cajita hace, por cierto, es uno aullante y fantasmagórico.

Este aparato que hoy nos ocupa fue inventado por un sujeto que, de hecho, le bautizó con su propio nombre: el científico ruso León Théremin, a quien se le atribuyen también avances en la tecnología de espionaje militar y en la tecnología del vídeo, generando técnicas para la nitidez de la imagen en medios electrónicos. Su vida fue tan extravagante como su instrumento. Un documental, Theremin: An Electronic Oddysey (1994), da cuenta de ello. Dirigido por Steven M. Martin, es una peliculita de culto que se lanzó, a pequeña escala, apenas un año después de la muerte del inventor ruso.

Lev Termen, nacido en 1896 y que cambió su nombre al mucho más occidental León Théremin, fue un niño prodigio que entendía cuestiones de mecánica y electrónica como un experto; antes de la universidad, ya era todo un estudioso del electrón y considerado un genio. El Estado Ruso le comisionó, en 1920, realizar investigaciones para desarrollar sensores de proximidad sonoros, a utilizarse como seguridad oficial – Rusia vivía una guerra civil. Cuando Theremin descubrió que podía crear sonidos musicales con el aparato en el que trabajaba, se lo mostró a Vladimir Lenin, el líder bolchevique, quien quedó impresionado e incluso aprendió a tocarlo. Por supuesto, se convirtió en una novelty muy popular, tanto que el inventor giró por el mundo demostrando “lo último en tecnología rusa.” En 1928, en un viaje a los Estados Unidos, patentó su nuevo instrumento, lo que comenzó su venta comercial. No fue un éxito, pero sí una extravagancia que tenía que verse. Y escucharse, sobre todo. Eran los tiempos de la Gran Depresión y cualquier entretenimiento era bien recibido, aunque el theremin se salía.

Como todo instrumento, el theremin tiene sus virtuosos. Posiblemente la más célebre thereminista es Clara Rockmore, quien no sólo tocaba (¿?) el instrumento con maestría, sino que fue amiga cercana de León Theremin. El documental, de hecho, tiene la particularidad de que une a estos dos amigos (cuya efusividad frente a la cámara hace sospechar de otra cosa) ya en su vejez, para rememorar los buenos tiempos. Emotividad no falta: nudo en la garganta, piel de gallina, lágrima furtiva. Por cierto, Rockmore fue crucial en la evolución del theremin, ya que al tener formación clásica, sugirió varias mejoras para la caja que ulula: un mayor rango de tonos y antenas más grandes y sensibles, por ejemplo.

En 1938, Theremin desapareció misteriosamente. Nadie supo de él durante años. Hay versiones fidedignas que apuntan a un secuestro. Miembros de la KGB, se dice, entraron en su apartamento de Nueva York, donde se había establecido, y le llevaron a un campo de concentración, en donde se le forzó a trabajar en investigaciones para desarrollar artefactos bélicos. Reapareció 30 años después, notablemente envejecido y ablandecido por la rígida disciplina.

Mientras tanto, y de esto también da cuenta An Electronic Odyssey, el theremin se volvió popular para musicalizar películas de serie B: extraterrestres y monstruos hacían su aparición en las pantallas en blanco y negro de la Norteamérica en los 50 con un aullido electrónico de fondo. Incomparable. Clásicos trash como The Day the Earth Stood Still, The She Creature o The Thing from Another World lo son gracias a la combinación de imágenes y theremin; películas de más presupuesto y, por tanto, de ceja levantada como Spellbound de Hitchcock o Los diez mandamientos del megalómano Cecil B. DeMille también usaron el theremin en su banda sonora.

Ya en los 60, una de las composiciones más geniales de la historia de la humanidad incluyó ese sonido chillón. “I Wasn’t Made For These Times” de Pet Sounds, tope creativo de Brian Wilson y sus Beach Boys, revaloró un instrumento que parecía estar casado con la estética kitsch de las películas de creaturas de otro mundo y lo situó en un contexto de psicodelia centelleante (se usó de nuevo en “Good Vibrations”). Una maravilla – aunque lo que se usaba era una variación del instrumento desarrollada por Paul Tanner: el Tannerin. Wilson, por cierto, desvaría de lo lindo en una entrevista del documental. Vale el boleto.

Theremin: An Electronic Odyssey también hizo lo suyo al popularizar, una vez más, un dispositivo de aspecto y sonido marciano; un instrumento que apasionó al mismo Robert Moog; un instrumento que parece limitado en sus rangos y posibilidades, pero que se ha adaptado a situaciones musicales increíbles. Theremin murió en 1993, Rockmore en 1998. Pero aún así, han escrito una extraña historia en la enciclopedia de la música del XX. Siglo que, por cierto, se ha distinguido por su inconmensurable oferta de extrañas historias musicales.

 C/S.

 

***
Esteban Cisneros
(León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

[Ir a la portada de Tachas 197]