Ver la realidad a través de encantamientos

"Pareciera que vamos por la vida con nuestra carga de libros de caballería: nuestros miedos y deseos; fobias y afectos; sueños y pesadillas..."

Ver la realidad a través de encantamientos

Cuando Sancho oyó llamar a la bacía celada, no pudo tener la risa; mas vínosele a las mientes la cólera de su amo, y calló en la mitad della.

–¿De qué te ríes, Sancho? –dijo don Quijote.

–Ríome –respondió él– de considerar la gran cabeza que tenía el pagano dueño deste almete, que no semeja sino una bacía de barbero pintiparada.

–¿Sabes qué imagino, Sancho? Que esta famosa pieza deste encantado yelmo, por algún estraño acidente, debió de venir a manos de quien no supo conocer ni estimar su valor, y, sin saber lo que hacía, viéndola de oro purísimo, debió de fundir la otra mitad para aprovecharse del precio, y de la otra mitad hizo ésta, que parece bacía de barbero, como tú dices. Pero, sea lo que fuere; que para mí que la conozco no hace al caso su trasmutación; que yo la aderezaré en el primer lugar donde haya herrero…

 

El pobre Caballero de la Triste Figura vivía atormentado por los encantadores que transmutaban todo aquello que no encajaba con la idea preestablecida de las cosas que en su loca imaginación había modelado. Su visión del mundo, esculpido por los libros de caballería que leyó, no encajaba necesariamente con una terca realidad que le salía al encuentro en forma de molinos de viento, odres de vino y pastoras hediondas. La fuerza de la realidad no era suficiente para evitar que Don Quijote luchara con gigantes y malandrines y guardara en su corazón un amor platónico para la belleza sin par de Dulcinea. Cuando las evidencias eran tan grandes que no había forma de darles la vuelta, acudía en su auxilio el recurso de los encantadores, que trocaban las cosas de forma que pareciesen lo que no eran.

La verdad es que esta obcecada visión de la realidad, que es caricatura en la obra cervantina, es corriente en nuestra vida política. Pareciera que vamos por la vida con nuestra carga de libros de caballería: nuestros miedos y deseos; fobias y afectos; sueños y pesadillas. Y con esos lentes, o esos marcos de referencia o ideológicos –diríamos para parecer intelectuales– vemos la realidad. Y cuando ésta no se adapta a lo que previamente pensábamos de ella, ha de ser por encantamiento, porque ha de saber la señora realidad que ella es, como nosotros la imaginamos, ¡y punto!

En el momento presente, polarizado como nunca, tenemos encantadores de los dos lados. Para los que creen a pie juntillas que quien dirige los destinos de la patria es un populista (con toda la carga negativa que sea posible inocular en este vocablo), un enfermo de poder que no busca otra cosa que perpetuarse; que no descansará hasta ver que los ricos de este país muerdan el polvo, así sea a costa de la destrucción de todas las instituciones; están los encantadores que truecan todo lo que hace el nuevo gobierno en perverso, mal intencionado  y dañoso, aún existiendo evidencias en contrario. En el otro lado de la página, para los que ven en nuestro presidente al líder redentor, que convierte en bueno todo lo que toca y que, como Moisés, será el encargado de llevar a nuestra patria a la tierra prometida, hay los encantadores que transmutan todo: la obstinación en tenacidad, el desvarío en creatividad, la improvisación en el ansia de servir a la patria.

Por ejemplo: el viejo anhelo de tener un gobierno austero: “no más políticos ricos y un pueblo pobre”, que parecería encomiable, se trueca no en adhesión sino en rechazo, porque “seguramente, detrás se esconde el deseo de dominar a los otros poderes”. La necesidad de buscar alternativas para que los jóvenes estudien o trabajen, porque si no lo hacen es más probable que busquen trabajo bien remunerado en “lado oscuro” y que se busca atender a través de un sistema de becas, aparentemente bien pensado, regulado y, desde mi punto de vista, esperanzador para miles de jóvenes de los segmentos más necesitados del país… se trastoca, sin análisis de por medio, en  un programa demagógico que “lo que busca, seguramente, es formar cuadros y fomentar el paternalismo”; (curiosamente, era mucho más radical la propuesta del Ingreso básico universal que estaba en la plataforma del PAN-PRD en la elección pasada).

En el otro lado de la moneda, propuestas como la de seguridad, que disfraza la militarización que ya fue rechazada por la corte en el sexenio pasado, es defendida por los mismos que la rechazaron en tiempo de Peña Nieto “porque ahora no son los mismos los que están en el poder”. Hay encantadores que harán que lo mismo que se intentaba antes, sea ahora bueno y eficaz, porque el Mesías nos guía. El fiscal carnal, que fue altamente criticado hace sólo unos meses, es bendecido por quienes se rasgaban las vestiduras. Porque no es lo mismo un fiscal electo de forma poco fiable por unos que por otros: hoy el encantador nos hace ver que lo más natural es que sea el dedo del Señor quien lo nombre.

Nunca se había visto, por ejemplo, un análisis tan acucioso y puntual de un presupuesto de egresos por parte de la ciudadanía y los medios, lo cual es bueno, en principio. Lo malo es cuando el análisis lo conducen los encantadores, que buscan encontrar únicamente lo que les interesa probar: que los molinos son gigantes y los odres de vino malandrines; o, por el contrario, que la que parece ser la bella Dulcinea del Toboso no es más que una rústica labriega olorosa a cebolla.

El problema con tanto encantamiento y polarización es que nos faltan los análisis confiables y las discusiones maduras sobre lo que se está intentando hacer en esta nueva época. Quiera el cielo que, avanzando este capítulo de nuestra historia, podamos tener más cordura y seamos capaces de observar y evaluar con más sosiego, libres de los sortilegios a los que nos inducen nuestros propios libros de caballerías.