miércoles. 24.04.2024
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Opinión • El poder • Arturo Mora Alva

“El cabildeo entre representantes de intereses privados y clase política […] encubre acuerdos y compromisos entre poderes reales y fácticos…”

Opinión • El poder • Arturo Mora Alva

La pregunta sobre el poder tiene muchas aristas y al menos cuatro caras. Dos que propone Rodríguez Olaizola son: “La mediática, amable o superficial, estudiada para dar migajas de información desde un escenario. La oculta, que se ejerce a puerta cerrada, donde se mueven los hilos y se negocia con intereses, posibilidades, y tristemente, con vidas”. Y dos más:  la privada, esa cara con la que se miran en el espejo con cierto orgullo y desfachatez un buen número de políticos y empresarios, así como otro tanto, de personajes que son líderes grupos delictivos, que ven lo logrado desde el uso y abuso del poder como un triunfo; y una más, esa cara  que es la faceta  pública, que está enmarcada por la ostentación, el derroche y los lujos, que tiene la necesidad de presumir  el poder que se tiene, ese poder que se expresa en económico y político y viceversa, que es por tanto,  una alegoría del poder mismo y una afrenta para el resto de la sociedad.

Al menos, en política, las dos primeras caras requieren analizadas desde los efectos en la vida cotidiana de las personas y sus implicaciones en el desarrollo y el futuro de la sociedad. Si bien se van dando pasos para la transparencia y rendición de cuentas como parte de los ejercicios de gobiernos democráticos, estas prácticas están ausentes todavía en muchos de los casos, y sobre todo en el mundo empresarial esta cultura de la transparencia no existe como principio. El cabildeo entre representantes de intereses privados y clase política es un lugar más que oscuro, que encubre acuerdos y compromisos entre poderes reales y fácticos, y en los que todos sacan ventaja del uso del poder, y el resto de la sociedad queda a expensas de ellos y del usufructo de las ganancias de todo tipo.

En relación con la presentación de declaraciones de la llamada “3 de 3”, a la que son invitados los candidatos a puestos de elección popular, con la finalidad de crear transparencia y confianza, por ahora se observa que muy pocos la han hecho pública, esto es, dar a conocer su Declaración Patrimonial, su Declaración de Intereses y su Declaración Fiscal, instrumentos que buscan impulsar un ejercicio de que la función pública esté apegada a la honestidad, y  como principio que propicie la confianza ciudadana.

Lamentablemente esto no está sucediendo, y la desconfianza de la ciudadanía sigue siendo muy alta para la clase política en su conjunto y para la administración pública. Sin embargo, hoy más nunca es necesaria la transparencia para conocer lo que ocurre en lo “oscurito”, de todos eso acuerdos que se hacen en desayunos, comidas, cenas, reuniones privadas y a través de intermediarios, donde quedan a salvo intereses, territorios, plazas, negocios, contratos y pactos. Veamos lo que sucede en Guanajuato como ejemplo.

Es urgente que haya transparencia sobre todas esas cosas que ocurren bajo la mesa. El poder implica una enorme responsabilidad y compromiso moral y legal con la sociedad. Las decisiones que se toman, las políticas públicas que se impulsan bajo una agenda cargada de intereses políticos y económicos que afectan a personas, y que muchas veces suponen la vida o la muerte en muchos niveles, deben ser transparentados como parte de la democracia real que necesitamos en un país como el nuestro.  Ahí está el tema de las concesiones mineras, el de las estrategias para privatizar y comercializar el agua potable, el de Odebrecht, o el caso por demás vergonzoso de la Línea 12 del Metro.

Es tiempo de recuperar la memoria histórica y social para dar valor y un peso específico a la experiencia, a la vez de poner en acción el conocimiento social y humano y utilizar los estudios y el aprendizaje en el campo de la cultura política, para hacer los cambios requeridos para hacer viable un proyecto de nación que tenga un horizonte de largo plazo y un legítimo interés por las personas, por el patrimonio cultural y los recursos naturales, en una perspectiva de mediano y largo plazo.

Necesitamos hacer que el conocimiento, el saber, tengan un lugar en el campo de las decisiones políticas, y en la construcción de soluciones a problemas por los que atraviesa la sociedad, lo que implica dedicar tiempo al análisis y la reflexión colectiva pasar de la opinión visceral y emotiva, para ir más allá de una opinión personal o pública ilustrada. Todos tenemos derecho a opinar, a decir lo que se piensa y se siente, pero no todas las opiniones y miradas tienen argumentos fundados. Es tiempo de hacer que el discurso y la narrativa social con que explicamos el acontecer social, tenga en las palabras la densidad necesaria para lograr que lo dicho logre el significado en lo real y lo simbólico, y que nos comprometa a dar valor y reconocimiento a la otredad, a la alteridad y la necesidad de construir un nuevo tejido social desde la palabra que nos nombra, nos describe, nos define y libera. Lo que ahora vemos son oleadas de opiniones personales y de una opinión pública banal, superficial, reactiva, insultante, agresiva y dolosa, que descalifica y obtura la reflexión, el pensamiento y el análisis social y político.  

Hoy muchas de esas reacciones están filtradas por el negocio electoral de las encuestas y los sondeos. El juego de las cifras se convierte en afirmaciones que se presentan como implacables pero no resisten el análisis. Todo se lleva a la maniquea neutralidad de porcentajes, puntos, tendencias y números que se usan para polarizar y crear efectos, en las que el rumor, el miedo y la intriga se utilizan desde las diversas caras del poder.

El tema de las encuestas en la contienda electoral, más allá de la regulación oficial, es que éstas se convierten en un fin en sí mismas, lo que implica hacer que os sean favorables a los intereses propios, al crear confusión y dando matices a la verdad. Se busca revertir tendencias y preferencias electorales, se trata de jugar con las encuestas con las preguntas adecuadas, en los momentos más pertinentes para llevar agua a su molino, generando tensión y creando tierra fértil para la desconfianza y aun para crear y administrar el conflicto.

Tenemos que hacer que la política sea un asunto de interés público. Es tiempo de dialogo para el análisis social y para el intercambio colectivo de ideas y de opiniones razonadas. Esta la oportunidad para hablar de los valores humanos, de los principios sociales y de las convicciones políticas. Es tiempo ideal para que hablemos de asuntos como la intención de voto, de temas como el voto útil, del voto nulo, y también de la apreciación que vamos teniendo de líderes, candidatos y candidatas y de las ideas que impulsan, de los programas de gobierno que proponen, de las iniciativas legislativas que quieren promover, de las propuestas para resolver los problemas sociales, económicos, culturales, ambientales y de lo desean poner en práctica para lograr la vigencia y respeto a los Derechos Humanos. Esto podría ser un buen inicio para hacer que la política vaya siendo en asunto de interés de todos y todas. Con relación al poder José María Rodríguez Olaizola, SJ, escribió lo siguiente:

El poder existe, y no podemos negarlo. En instituciones, sociedades y pueblos. Es humano el buscar formas de organización, delegar en algunos individuos atribuciones y responsabilidades, y darles también los recursos, materiales, humanos y legales para que puedan cumplir las funciones que una sociedad delega en ellos. Así se legitima el poder. Pero es peligroso. Porque seduce y envuelve a quien lo tiene. ¿Nunca has oído hablar de “la erótica del poder”? Pues eso. Mandar. Ser obedecido. Ser adulado. Ser temido. Anular y someter al que piensa distinto, al que plantea objeciones, al que disiente de uno. Todo eso puede ocurrir, cuando uno tiene en su mano los mecanismos para presionar a otros. Se pueden ir confundiendo los horizontes. Convertir la propia posición en inamovible, utilizar las herramientas del poder para doblegar voluntades. Absolutizar lo propio. […] Todos tenemos poder. Más o menos. Pero todos tenemos algo. Por posición, por trabajo, por consanguineidad, por carisma o por casualidad. Pero lo tenemos. Poder sobre otros, en distintas facetas de la vida. La pregunta es, ¿para qué lo vamos a utilizar? ¿Para el propio beneficio o para el bien común? He ahí una de las encrucijadas más decisivas de toda vida. Y he ahí donde encaja una propuesta de sentido: entender el poder como servicio, […]quizá debamos preguntarnos a menudo si lo que estamos construyendo son muros que defienden nuestras seguridades, espejos que engordan nuestro ego, o puentes que sirven a otros, especialmente a los que, hoy por hoy nada pueden.