jueves. 25.04.2024
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Polarizados

“Se olvida así que la polarización verdadera es la de orden estructural, esa que genera y mantiene las condiciones de pobreza y miseria…”

Polarizados

Las reacciones en redes sociales, especialmente en la forma en que se está creando la opinión pública en relación con la vida política del país, en cualquiera de sus ámbitos de acción —territorial o administrativa-, expresan una visión dual de la realidad, con una acentuada polarización, que se va naturalizando e imponiendo, y que se expresa en dicotomías simplistas, propias de la cultura y herencia de occidente, de una división social maniquea entre los buenos y los malos.

Es un discurso que va dividiendo a los sujetos sociales entre posturas dicotómicas —los pro y los contra-, creando actitudes de rechazo, confrontación, descalificaciones y repudio ante otras contrarias que expresan apoyo, validación, defensa y aceptación, sin posibilidad de puntos medios, de juicios críticos o de espacios para construir acuerdos y consensos.

Las miradas analíticas, las posiciones reflexivas y críticas, son casi de inmediato “clasificadas” desde esta polarización política y social, que dificulta un diálogo empático y comprensivo sobre lo que sucede en la realidad y sobre las formas en que la política se está viviendo, con visceralidad y poca racionalidad, explotando una emocionalidad que raya en la irracionalidad perversa.

Las reacciones, las opiniones, las agresiones, las descalificaciones, los insultos y las pobres argumentaciones difundidas en las redes sociales llenan esos espacios cibernéticos. Las invitaciones a la reflexión crítica emitidas por periodistas, escritores, investigadores sociales y analistas políticos, junto con ejercicios serios de periodismo de investigación, no escapan del acoso y de las viscerales respuestas de lectores, cibernautas y militantes de todas las fuerzas políticas, que han encontrado en la polarización el espacio para una nueva afición nacional, propia de un renovado fanatismo de todas las partes, dogmático e intolerante.

Por ahora, la configuración de la democracia representativa y sus expresiones legislativas están marcadas y subordinadas por la fuerza de los partidos políticos, a partir del número de sus representantes en las cámaras, ya sea en el nivel federal o el estatal, y de las alianzas políticas que se forman en la dinámica de una permanente negociación —desde sus intereses particulares-, sobre todo en los casos en que se requiere una mayoría calificada para aprobar leyes o para designar funcionarios en puestos estratégicos en la cada vez más complicada organización del aparato del Estado y sus instituciones.

La compleja negociación política respecto a la aprobación de las leyes de Egresos e Ingresos para el año fiscal 2020 de la Federación demostró la por demás enredada y viciada negociación sobre el presupuesto, que dejó en claro nuevamente que “la forma es fondo”, y en la que se impuso una sola visión, dejando de lado una verdadera responsabilidad política —propia de la pluralidad y el consenso-, prevaleciendo la posición de la mayoría morenista y de sus aliados, con una actuación que mostró la poca o nula autonomía legislativa respecto al Poder Ejecutivo, y en la que se usó la aprobación del presupuesto y su asignación para imponer una agenda política.

No es que eso no se haya hecho en otros gobiernos anteriormente —lo hicieron panistas y priistas–, sino que Morena perdió la oportunidad de hacer un ejercicio diferente, racional y con un sentido social. Le tocaba definir el presupuesto por primera vez como nuevo gobierno, dentro del proceso de aprobación de las leyes en materia de recaudación fiscal y de gasto del gobierno federal, y operar con una forma nueva el pacto federal en la negociación, asignación y distribución del presupuesto, para y con los gobiernos de los estados del país, según el Plan Nacional de Desarrollo.

La polarización se acentúa en estas dicotomías, enmarcadas cada vez más en la confrontación política expresada en las arenas mediáticas. Se olvida así que la polarización verdadera es la de orden estructural, esa que genera y mantiene las condiciones de pobreza y miseria, esa que ha rematado y vendido buena parte de los recursos naturales, esa que precariza el empleo, la que impide la movilidad social, esa que amplía las brechas entre ricos y pobres. Una polarización estructural que responde a la lógica del gran capital y que valida la infame acumulación de la riqueza en muy pocas manos. Esa es la polarización —social, económica y cultural– de la cual deberíamos partir para hablar, visibilizar, analizar y debatir, para construir un mejor país con justicia social, dejando de lado esta polarización fanática y maniquea que estamos viviendo.