miércoles. 24.04.2024
El Tiempo

La política excluye a la ciudadanía

“Se sigue demostrando que no entendemos y no aceptamos lo que implica profundamente el que los derechos humanos sean de las personas, más allá de las naciones o de los Estados que buscan escabullirse de su responsabilidad…”

                                              

La política excluye a la ciudadanía

No hay duda: el poder seduce y corrompe a quien lo ostente, si no tiene una verdadera convicción de servicio, y si no se instala en un lugar diferente en la jerarquía que impone una sociedad piramidal.

El reto de la política en los tiempos que corren es múltiple y compleja, porque la realidad misma  tiene una complejidad que va más allá de cualquier reduccionismo simplista. Los intereses que se tocan ante cualquier decisión política son múltiples y con consecuencias inadvertidas en las diversas escalas del tiempo en que suceden los hechos sociales.

En el mundo político, el reto contemporáneo es la educación política. Recuperar la paideia  en su sentido inicial, que era la formación de las personas aptas para ejercer sus deberes cívicos, ahí está, el verdadero desafío social y educativo de todas las naciones en estos tiempos.

En los años recientes hemos visto lo mucho que nos falta como sociedad en el campo de la política, para entender e interiorizar de forma profunda y congruente la noción de Derechos Humanos. Se sigue demostrando que no entendemos y no aceptamos lo que implica profundamente el que los derechos humanos sean de las personas, más allá de las naciones o de los Estados que buscan escabullirse de su responsabilidad.

La cultura política se ancla en ideologías; no es un asunto menor. Porque en aras de ciertas ideas se han cometido grandes atrocidades humanas, que hoy todavía alientan las expresiones de exclusión, marginación, racismo, discriminación y xenofobia que están viviendo en un mundo “civilizado”.

Dentro  de todos los procesos que la globalización ha provocado, sería deseable el que ya hubiéramos comprendido que el respeto, la tolerancia y el reconocimiento del otro, -de los otros y otras-, son inherentes a la condición humana y a la dignidad que como personas tenemos, al menos, en el momento civilizatorio que nos encontramos.

“La sociedad –dice Zygmunt Bauman- no puede hacer felices a sus miembros; todos los intentos (o promesas) históricos de hacerlo han generado más desdicha que felicidad. Pero una buena sociedad puede –y debe- hacer libres a sus miembros, no sólo libres negativamente, en el sentido de no obligarlo a hacer lo que preferirían no hacer, sino en el sentido positivo, el de poder hacer algo con su libertad, el de poder hacer cosas…Y eso implica primordialmente la capacidad de influir sobre las circunstancias de la propia vida, formular el significado del “bien común” y hacer que las instituciones sociales cumplan con ese significado. Si, “la cuestión de la paideia” es imprescindible, ello se debe a que todavía no se ha concretado el proyecto democrático de lograr una sociedad autónoma constituida por individuos autónomos”, y señala el propio Bauman, “Los individuos no pueden ser libres si no son libres de instituir una sociedad que promueva y proteja la libertad”. (En busca de la política, 2011)

Y es ahí en donde estamos anclados en este momento de la vida política mundial. La política en las diversas naciones juega ya con un grado alto grado de perversión, en donde Maquiavelo se vuelve más vigente al comprobarse que “La política no tiene relación con la moral” y sólo se aparenta el respeto de la libertad.

Las denuncias de corrupción, de impunidad, de abuso del poder, de enriquecimiento ilícito, de sobornos, de tráfico de influencias, en casi todos los gobiernos y partidos políticos, confirman la urgente necesidad de que la ciudadanía tenga una capacidad de agencia y de acción, para tomar el control social de la vida política, e ir más allá de cualquier idea simplista, para poder recuperar la noción de “ágora” y con ello discernir y decidir sobre la vida pública y sus condiciones, sobre la igualdad y libertad de las personas y de los pueblos, así como, sobre el futuro de la sociedad y sus recursos.

Al parecer Maquiavelo se convierte nuevamente en el ideólogo de la actual clase política, esa que se apropia argumentos contenidos en “Príncipe”, como el de: “La experiencia siempre ha demostrado que jamás suceden bien las cosas cuando dependen de muchos”, para con ello sustentar decisiones y avalar conductas dictatoriales o mesiánicas, o bien para dar cabida al “engaño” como estrategia de gobierno, usando  las llamadas fake news, o jugando con la posverdad, siguiendo al pie de la letra lo que escribió Maquiavelo: “Nunca intentes ganar por la fuerza lo que puede ser ganado por la mentira”.

Hoy los problemas de la sociedad humana se expresan en dimensiones nunca vistos. Los procesos históricos de emancipación y de ampliación de derechos  sociales y humanos repiten el camino del dolor, de la injusticia y de la muerte para ser alcanzados. La construcción social de nacionalismos, de identidades e ideologías entra en pugna, con la consecución de la libertad y con exigencia del respeto y vigencia de los Derechos Humanos para todos y todas, en cualquier parte del mundo.

La política debe de dejar de ser un asunto de unos cuantos, para pasar a ser un asunto de interés colectivo. No se puede seguir aceptando que los “príncipes” existen en la vida política del país o de un estado de la República o de un municipio. La ciudadanía tiene que tomar el control social del poder y exigir que se cumplan los mandatos sociales que las leyes y normas establecen, y hacer en su caso, que las leyes se ajusten a las necesidades humanas y colectivas para lograr con ello, la vigencia plena e irrestricta de los Derechos Humanos.  Por ahora, el poder político excluye a la ciudadanía y eso tiene que terminar.