viernes. 19.04.2024
El Tiempo

¿Qué hacemos?

“…debemos tener memoria, y que no se nos olvide cómo se ha gobernado hasta ahora, y cuáles son los resultados…”

¿Qué hacemos?

Sin duda, la sorpresa inicial del proceso electoral la han dado los 86 candidatos y candidatas independientes registrados ante el Instituto Nacional Electoral, (INE), más allá de que ocho fueron rechazados por no cumplir algún requisito establecido por la ley electoral vigente, y que 38 deben atender a la brevedad alguna de las observaciones que el INE les ha hecho, y señalar que sólo 9% de los registros son de mujeres y el 91% de hombres.

La lectura inmediata que se puede hacer, es que hay un gran enojo y malestar con los 10 partidos políticos nacionales que cuentan con registro en la actualidad. Algo anda muy mal; los partidos políticos no alcanzan a entender, que el que haya tantos aspirantes a la Presidencia de la República por la vía de las candidaturas independientes, es una evidencia contundente del fracaso que tienen como institutos públicos, que entre otras funciones, tienen la tarea de realizar procesos de educación cívica y política hacia la población, y con ello canalizar las expresiones, demandas y exigencias de la sociedad.

Al parecer los partidos políticos pecan de confianza, ya que la tarea de reunir 866 mil 593 firmas válidas en al menos 17 estados de la república en 120 días, es una tarea que requiere contar con una infraestructura, una estrategia y recursos económicos, y que implican una inversión económica, así como de muchas personas que apoyen en la tarea de lograr las firmas necesarias. Sobre esa consideración, seguirán haciendo su juego electoral, sin prestar mayor atención al hecho mismo de la cantidad de personas que se han presentado ante el INE y expresado su intención de competir.

La candidatura de María de Jesús Preciado Martínez, vocera del Congreso Nacional Indígena, es la única que tiene una condición moral distinta, y una legitimidad producto de la marginación y el olvido de las tribus, pueblos y comunidades indígenas en las que han vivido desde hace más de 500 años. Su participación en el proceso electoral va más allá de competir en las urnas, y en en todo caso, es una forma de lucha dentro de los cauces que la democracia electoral ofrece, en donde el EZLN y el Congreso Nacional Indígena ven una oportunidad para colocar a la vista y en primer plano, una agenda política y social que expresa una visión totalmente distinta al proyecto neoliberal que se impulsa en México desde 1988.

Tal vez porque están de moda los programas de televisión, en dónde se inscriben cientos de participantes para competir por ser famosos, sean cantantes, bailarines, acróbatas y ventrílocuos, o bien en reality´s shows de sobrevivencia, en donde para continuar sin ser expulsados los y las participantes se someten a pruebas, castigos o condiciones infrahumanas para seguir en la pantalla, es decir, a que sean vistos por los espectadores en sus 5, 10 o 20 minutos de fama, y en la que además están dispuestos a pagar el precio de ser “expulsados” de la contienda, como parte de un ritual asumido del fracaso, y en donde la expulsión del paraíso televiso es redención de valentía, de haber aceptado ser vejados y humillados por productores y dueños de los canales de televisión. En una analogía con la contienda electoral, todo apunta a que sucederá algo similar a los y las candidatas independientes y sólo unos cuantos sobrevivirán, y donde muy pocos podrán ver su nombre en la boleta electoral el domingo primero de julio de 2018.

Por otra parte, los partidos políticos con registro para contender en 2018 han entrado en un proceso por demás complejo y perverso, donde se reproduce una cultura política personalista, paternal, caciquil y hasta mesiánica, que hemos venido heredando desde principios del siglo XX. Un proceder político que centra la contienda electoral en la imagen de una persona. Una figura a la que los partidos políticos ungen como su candidato o candidata, y a quien tratan como un producto que tiene que ser vendido por el marketing político, dejando a un lado la oferta política, es decir, olvidando las propuestas del qué se debe atender y del cómo enfrentar y resolver los grandes y graves problemas del país. Una cultura política que vive del erario público, y en la que los partidos políticos se han servido con la cuchara grande en cuanto a prerrogativas y financiamiento, y en la que el saldo es totalmente negativo en cuanto a la confianza ciudadana y credibilidad hacia los partidos y legisladores y hacia buena parte de funcionarios públicos.

¿Qué hacemos? ¿Cómo vamos a diferenciar ahora entre las y los candidatos independientes? Cabe señalar que muy pocos son realmente independientes, ya sea la ingenuidad de Margarita Zavala (PAN), la arrogancia de Jaime Rodríguez (PRI) o la soberbia de Armando Ríos Piter (PRD), de presentarse o declararse como figuras independientes. Esa declaración no borra los años de militancia en sus partidos políticos, ni quita las mañas y las prácticas aprendidas ahí, ni tampoco manda al olvido sus convicciones de grupo o sus intereses y ambiciones personales.

Por ahora, la maquinaria del proceso electoral arrancó. Las elecciones de 2018 serán un nuevo experimento social en la construcción de la democracia mexicana. Los problemas urgentes deberían ser parte de la agenda política y social, más allá del descrédito que tiene -como nunca- el actual gobierno federal.

Los partidos políticos, las y los candidatos independientes que lleguen a la contienda presidencial, pueden desde ahora empezar a decirnos algunas de sus propuestas, como por ejemplo:

  • cómo van resolver el problema de la renta petrolera,

  • cómo van a erradicar la corrupción,

  • cómo van a resolver el problema de la impunidad,

  • cómo van a controlar los narcogobiernos que operan en el país,

  • cómo van a resolver el problema de la reconstrucción después de los sismos de septiembre,

  • cómo van a crear policías confiables y profesionales,

  • cómo van a regresar al Ejército a los cuarteles,

  • cómo van resolver la crisis migratoria con USA,

  • cómo van a garantizar la soberanía alimentaria,

  • cómo van a cuidar bosques, selvas, océanos y ríos,

  • cómo van a regular a las empresas mineras,

  • cómo van a crear condiciones laborales dignas y justa en cuanto a salarios y condiciones laborales,

  • cómo van resarcir la injusticia social a pueblos y comunidades indígenas y campesinas,

  • cómo van a resolver el crecimiento de las ciudades y la calidad de vida de las mismas,

  • cómo van a atender el problema de la inseguridad y el delito,

  • qué van a hacer con el sistema penitenciario tomado por el crimen organizado,

  • qué van hacer con los gobernadores que han saqueado las finanzas de sus estados,

  • qué proponen para erradicar la violencia en contra de las mujeres y de las niñas,

  • cómo van a evitar el trabajo infantil y la trata de personas,

  • cómo van a garantizar el crecimiento económico y la distribución de la riqueza,

  • cuáles son sus propuestas de política pública para la educación en todos los niveles, más allá de la retórica del “nuevo modelo educativo”

  • y qué proponen para la investigación y el desarrollo tecnológico.

En fin, es tiempo para que generen una oferta política centrada en un programa de gobierno, en una visión de Estado con alcances de corto, mediano y largo plazo, y que desde esa oferta podamos diferenciarlos e ir viendo, valorando por qué opción política podríamos votar.

¿Qué hacemos? Por lo pronto tendríamos la responsabilidad, como ciudadanía, de no caer en el garlito de la imagen bonita, de la publicidad creativa o de los eslóganes vacíos de contenido, pero que tienen frases o tonaditas pegajosas, y sí de empezar a revisar qué ofrecen los partidos políticos, y ahora las y los candidatos independientes, por una parte. Por la otra, debemos tener memoria, y que no se nos olvide cómo se ha gobernado hasta ahora, y cuáles son los resultados.