sábado. 20.04.2024
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Redes Emocionales

"Todos podemos opinar desde lo que se siente; eso es lo de hoy..."

Redes Emocionales

Éste no es un país de leyes, ni siquiera las de probabilidad,
sino de lo que es subjetivamente legal.

Maruan Soto Antaki, 28.07.2019




Hoy la psicopolítica hace de las suyas. Las reacciones, de alguna manera dirigidas de forma premeditada –marketing 3.0-, se expresan en opiniones que las personas tienen, recurriendo a la esfera de lo emocional para hablar de lo que sucede en el país. Todos podemos opinar desde lo que se siente; eso es lo de hoy.

La política, de por sí carente de una racionalidad instrumental en el sentido de la acción necesaria  para la toma de decisiones, se adereza ahora de una subjetividad política, que se nutre la explotación de las emociones y los deseos como parte de la nueva forma de la percepción de la realidad en la sociedad de consumo, que ha  anclado sus estrategias de mercado en la explotación sentimental de los consumidores.

No es casualidad que el discurso público se desplace desde la argumentación del deber ser moral y legal, pasando por la subjetividad que se traduce en especulación, intriga, descalificación y nuevas fantasías políticas que se integran a la cultura política nacional, propia de la revistas del corazón, de espectáculos y de escándalos de la farándula. La vida política tiene mayor interés mediático en tanto se asocie a un asunto emocional que se convierte en Trending Topic y, por lo tanto, en ventas o en rating.

Los años de estar expuestos a las telenovelas nacionales e importadas, asociadas con la explotación de las emociones para incrementar el consumo de bienes y servicios, explotando la sensibilidad de las personas, han logrado sus resultados. Las campañas políticas se han basado en esa parte emocional, la nueva mercadotecnia política. Donald Trump y la estrategia que siguió, y que ahora vuelve a usar de cara a la reelección, se basa en la explotación emocional de los electores, y ya vimos los resultados. Jair Bonsonaro en Brasil, Vladimir Putin en Rusia y el ahora nuevo ministro de Gran Bretaña, Boris Johnson, son buenos ejemplos de cómo la razón dejó ser el recurso para la construcción de consensos políticos o de triunfos electorales, dando paso a la exaltación de nacionalismos innecesarios, de filias y fobias que dividen y polarizan, llegando al  del uso maniqueo del miedo como instrumento de poder. Lo emocional, la psicopolítica.

La construcción del compromiso político se transfiguró. Se pasó del acuerdo consciente de compartir un programa políticos y sus principios —y, por lo tanto, sumar a la construcción de organizaciones políticas y partidos-, a la nueva condición, donde lo que se aprecia son lealtades incondicionales, que se pueden traducir en un “me quieres o no me quieres” o un declarar tu “amor”, o es todo o nada, de blanco o negro. Así se descarta que en una sociedad plural —compleja en sí misma, de lo que se trata es “gobernar grises” como escribió Mauran Soto Antaki. Se requiere reconocer jerarquías, pero también límites, en una mínima racionalidad política, que haga viables las propuestas de gobierno, con los matices y ajustes que sólo el dialogo político puede generar, para crear un espacio negociación, más allá de  las redes sociales y la carga emocional que se expresa ahí, espacio en la red, que muchos viven como si fuera el verdadero territorio de la lucha política, con una polarizada y emotiva expresión de los sentimientos, que pasan sin filtro, a ser verdaderas agresiones en cadena, donde un descuerdo se convierte en una explosión sentimental que satura las redes sociales sin razón alguna.

Por ahora, lo emocional se sostiene como valor vigente, desde las “mañaneras” y las reacciones emotivas del presidente, y de las reacciones también por demás emocionales de buena parte de los actores y analistas políticos en los diversos medios de comunicación, incluyendo sus editoriales. No pasa inadvertido el llamado del presidente a que los medios de comunicación tomen partido por su gobierno, apelando al bien de la nación.

Dicen que somos una nación que se ahoga en un vaso de agua, que vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga, que hacemos una tormenta de cualquier cosa, que no somos una potencia mundial porque no queremos. Lo emocional, al parecer, nos condiciona. Ikram Antakí nos caracterizó como “El pueblo que no quería crecer”. Todo indica que seguimos en esta inercia, ahora matizada por una subjetividad, por demás emocional, como el único discurso de verdad en el campo de la política nacional.