viernes. 19.04.2024
El Tiempo

Silencio

Todos quieren hablar al mismo tiempo; no se quiere escuchar al otro, a los otros; nadie quiere o puede guardar el silencio que permitiría ejercitar una escucha humana, amable y empática…”


Solo una mente educada puede entender un pensamiento diferente al suyo sin necesidad de aceptarlo.
Aristóteles

La compasión es el motor del progreso moral.
La alegría empática es el motor del progreso social.

Jorge Wagensberg

 

El silencio se vacía de sentido cuando el ruido sacude todo el espacio e irrumpe reverberando entre los objetos que lo limitan, lo rebotan o lo absorben. Paredes pulidas de mármol que no dejan que anide el sonido en sus sellados poros, que se contrastan con las rozadas canteras que buscan atesorar el más mínimo sonido. En ambos casos el silencio busca hacerse oír, paradoja de la existencia.

En Días de guardar, Carlos Monsiváis retrata desde la crónica urbana un México estridente que se mueve entre la solemnidad de los días santos y la necesaria transformación de esos solemnes días en días descanso, vacaciones y fiesta.

Somos un México que se mueve entre la Procesión del Silencio con toda su solemne carga de varas de zarza, cadenas y auto flagelos, junto con un México que pierde en la música, la comida, el trago, y si se puede que eso suceda en alguna playa, mejor; al final, para todos es un tema de redención, del alma o del cuerpo, en un país que se que polariza por todo o casi todo. Un país que se mueve entre las lógicas de la tradición –las de la fe o la costumbre- y las de la promoción y la publicidad -esas del todo incluido y a 6 meses sin intereses-.

Sin embargo, el silencio está ausente. Tal vez todos esperan que se creen un silencio oficial en las noticias, o al menos que estás no sean tan repetidamente trágicas e inhumanas. Pero el mundo ya no da para el silencio; de lo que se trata es de hacer ruido, vender, ganar audiencias e incrementar rendimientos, que hoy son los parámetros para legitimar la voracidad de quienes no tienen límites.  

Todos quieren hablar al mismo tiempo; no se quiere escuchar al otro, a los otros; nadie quiere o puede guardar el silencio que permitiría ejercitar una escucha humana, amable y empática. Las balas, en ráfagas de disparos, se suman a la música de la fiesta y los gritos de dolor y miedo. El silencio gana un efímero momento en el espacio ante el aturdimiento, la sorpresa y lo dantesco: Minatitlán.

La realidad política que se va tejiendo reclama mucha escucha y, por lo tanto, silencio para escuchar con serenidad, para que el diálogo se pueda ejercitar como proceso social, desde la alteridad y desde la posibilidad de llegar a acuerdos comunes, necesariamente humanos y, sobre todo, urgentes.

El país está hecho un cementerio. En los sexenios de Calderón y Peña Nieto se acumularon 186,000 homicidios dolosos. En el primer trimestre del nuevo gobierno ya se llegó a la cifra de 7,242. Si la forma de rendir un mínimo homenaje a nuestros muertos es guardar un minuto de silencio, ya tenemos otros días de guardar; deberíamos estar al menos unos 135 días en silencio como país: cuatro meses y medio.

El silencio es importante para pensar, para razonar, para construir argumentos, para hacer memoria, para reconocer lo que se siente, para transformar las emociones en palabras y en acciones, para el compromiso, para la comprensión, para el reconocimiento. Se trata de hacer silencio para empezar para escuchar.

El entendimiento, la compasión y la alegría empática nacen del silencio que permite escuchar y reconocer al otro, a los otros.