sábado. 20.04.2024
El Tiempo

Soñar no es suficiente

"Habrá que abrir los ojos y soñar despiertos, porque soñar dormidos no es suficiente para transformar la realidad."

Soñar no es suficiente

“Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”.

“La cibercomunidad naciente encuentra refugio en la realidad virtual, mientras las ciudades tienden a convertirse en inmensos desiertos llenos de gente, donde cada cual vela por su santo y está cada cual metido en su propia burbuja”.

                                                                                                          Eduardo Galeano

En la sociedad actual la ilusión social de que todo mejorará pasa por un halo casi metafísico, en dónde los cambios y trasformaciones sociales, sólo se pueden dar por un acto de magia.

El espejismo del progreso, la ensoñación del desarrollo se convierten en la aspiración de muchas personas, no importa su condición económica, social o cultural, al final de cuentas, las creencias se convierten en actos de fe y sin crear un compromiso personal o colectivo para modificar la realidad en sentido positivo que  vivimos, -realidad- que sin duda es insatisfactoria.

Pero la realidad no se modifica sólo por tener deseos personales o colectivos. Va más allá del campo de las ideas. Esos pensamientos, aspiraciones y hasta utopías se tienen que concretar en acciones y en los hechos. En el campo de la política la ilusión se convierte en sus sinónimos: en delirio, en espejismo, en ensoñación y llega a tomar tal fuerza, que en lugar de impulsar la acción social personal y colectiva, lo que produce es  parálisis y conformismo de personas, de grupos y sociedades completas.

En política, el tema de encontrar soluciones a los problemas que se viven en una sociedad, se traducen en iniciativas simplistas, al creer que crear normas, leyes y restricciones son la solución, y que en el fondo dejan intactas las estructuras que crean y reproducen las condiciones de dominación, de explotación, de irracionalidad ambiental, de insensibilidad humana, de discriminación y de injusticia social.

El sistema político social vigente, se sostiene en base a una economía política que justifica la desigualdad social y pervierte las oportunidades de movilidad social y cercena también voluntades y derechos, rompiendo la dignidad de millones de personas, a la vez que garantizar para las élites, -a través de una sofisticación mediática y manipulación-,   el pretender justificar que la abusiva concentración de la riqueza en muy pocas manos es natural e incuestionable, creando un mundo dicotómico, que se encuentra entre la opulencia y dominación de unos pocos y la miseria y desgracia de muchos.

El tema rebasa lo estrictamente económico. Se traduce en ideología política, en partidos políticos y con líderes, que van más allá de personajes carismáticos o mediáticamente construidos, sino de proyectos de control social, de polarización que capitalizan la ignorancia, se montan en discursos religiosos, xenófobos, machistas, homofóbicos y misóginos. Las ideas del fascismo se retoman con una vehemencia que seduce a millones de personas y hace que lleguen -como lo hizo Hitler al poder por la vía electoral- protagonistas del absurdo como Bolsonaro, Trump, Vox, Grabar-Kitarovic o Andrzej Duda, entre otros.

Gobernar con justicia y de forma democrática no ha sido nunca una realidad en el largo proceso civilizatorio de la humanidad. La complejidad social, los intereses económicos y la propia condición humana han hecho que avancemos -si es que se puede decir así-, por aproximaciones para lograr mejores modelos de sociedad, tal vez, un poco más humanos, dignos y justos, pero sin duda, limitados, temporales y hasta ingenuos.

Cuando en un país o en un estado y hasta en un municipio se decide que la vía para resolver los problemas sociales más importantes, es imponiendo mayores controles  sociales, más multas y más altas, más trámites y requisitos, así como mayores restricciones para el ejercicio de las libertades democráticas y personales, -creando y modificando leyes- que van en sentido opuesto al respeto de los Derechos Humanos, a la vez de que se gobierna y se legisla sin escuchar a la sociedad, sin hacer reales estudios sociales, económicos, ambientales, culturales, sin hacer un verdadero ejercicio de evaluación de las políticas implementadas, sin dar conocer y difundir los resultados de planes y programas de gobierno, y en donde se da prioridad –poco justificada- a los “rescates” de algunos espectáculos  deportivos, a la creación de “facilidades” para ciertos negocios privados, con obras para “cuidar” y “atraer” a  inversionistas  extranjeros y en donde las creencias morales y religiosas particulares  se usan para tomar decisiones que afectan a la sociedad, -por fuera de los criterios constitucionales-, los resultados no pueden ser benéficos para la mayoría de la población.

Cuando la división de poderes se diluye y se transforma en pleitesía y sumisión, el camino para el autoritarismo se abre. Cuando se auto justifica la acción de gobierno, sin diálogo y sin respuestas, se cae en la irracionalidad propia de la arrogancia y de la soberbia. Cuando la responsabilidad de gobernar se encubre con falsos dilemas y con silencio, las posibilidades de solución a los problemas sociales se cancelan.

Soñar no basta, esperar que las cosas se resuelvan solas, tampoco. Pensar ingenuamente que se gobierna para el bien común es parte del problema. La política debe ser un asunto de interés público, del quehacer social cotidiano de todos y todas. La lucha por la plena vigencia de los Derechos Humanos y por la dignidad de las personas, por la seguridad de sus bienes y de su vida y la de los suyos, es algo urgente e inaplazable. Habrá que abrir los ojos y soñar despiertos, porque soñar dormidos no es suficiente para transformar la realidad.