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16/06/13

¿Cómo se genera la culpa?

¿Cómo se genera la culpa?

¿Cómo se genera la culpa? Esencialmente cuando llevamos a cabo un acto que no corresponde con lo que se espera de uno. Por ejemplo al estudiar una carrera diferente de la que tradicionalmente se ha cursado en la familia. Cuando se realiza una elección que nos aparta del grupo. Podría sentirse quizá si elegimos un camino de vida diferente al de los miembros de nuestra palomilla. Cuando, hablando en términos de género, asumimos un comportamiento diferente al que realizan nuestros compañeros de vida, También cuando nos damos cuenta de que si emprendemos alguna acción, con ella se perjudica a alguien. Podría ser el caso de una persona que toma en amor a otra persona y ésta se divorcia para vivir con aquélla. La felicidad de una se debe a la desgracia de otra. Incluso cuando notamos que tenemos más que otros, en términos de amistades, de riqueza, de lo que sea.

En realidad, uno puede generarse culpa en todo momento, en cualquier sitio y con respecto a no importa cuál persona, todo depende de lo que dicte su manual de lo que es bueno y de lo que no lo es. Naturalmente, los primeros seres hacia quienes uno puede tener esa sensación son los padres, los miembros de la familia. Imaginemos el caso de una madre cuya vida se pone en riesgo vita a causa del alumbramiento; ese hijo alumbrado puede desarrollar una culpa primigenia que lo lleve a considerar que no merece vivir, como si así pudiera compensar el daño que a su juicio infligió a la madre. De igual manera suele haber culpa en los hijos por cuyo engendramiento los padres tuvieron que casarse, más todavía si en la pareja hay desavenencias o si el matrimonio no funcionó o si alguno truncó la consumación de un destino que se preveía exitoso. Esos hijos parecen decir: “por mi culpa, mi padre o mi madre echó a perder su vida”.

Los ejemplos pueden prolongarse indefinidamente, sin embargo lo decisivo es explorar qué hacer con la culpa, cuando se la reconoce o cuando se miran sus efectos. Lo primero es asentir a ello, a la culpa y mirar lo que generó dicho sentimiento. Si un papá esperaba que su descendiente fuera hombre y le nació mujer, o al revés, ese bebé vive con culpa, y quizá hasta se esfuerce en demostrar que es lo que se esperaba que fuera. En consecuencia, sería pertinente que esa persona, al crecer, reconozca la culpa que siente, se dé cuenta qué la causa, y que finalmente se dedique a vivir su vida de la mejor manera posible. Se dice fácil, no lo es tanto, no obstante es el único chance que le queda.

Si un hombre decide, en su barrio, optar por el camino de los negocios y es próspero, acaso llegue a sentir culpa hacia sus compañeros de calle, quienes no logran dejar de ser empleados y vivir apenas. Hace falta reconocer esa culpa, asentir a la diferencia, darse cuenta de que cada persona es un compendio de facultades y de talentos y que cada una alcanza siempre su mejor cima de acuerdo con su historia transgeneracional, con la enseñanza y modelo de sus padres, y con la fuerza propia y la fortuna.

El destino es, entonces, un impulso mucho más poderoso que nuestros deseos. En este sentido, vale la pena igualmente aprovechar esa culpa, que proviene de años pretéritos, y decir (incluso en silencio) a los viejos camaradas que se les guarda un lugar de privilegio en el corazón. En ese sentido, conviene recordar que la culpa se vale de distintos ropajes para cumplir su cometido. La negación es uno de ellos, el enojo constante, la tristeza y el apartamiento, la búsqueda de relaciones dolorosas, la inmersión constante en situaciones de riesgo o de conflicto, entre muchísimas otras posibilidades, son botones de muestra de lo que puede hacer alguien con culpa: no se siente merecedor de nada, se menosprecia, busca el castigo constante, se niega el gozo y la plenitud, quisiera desaparecer de la faz del planeta, consiente en la pérdida frecuente de sus bienes, en fin, que el catálogo es amplio y diverso.

Con todo y eso, resta por señalar que lo más importante en estos asuntos es tener claro un precepto, del cual es esencial esforzarse por extraer una fuerza especial: “no hay felicidad sin culpa”. O lo que es lo mismo, hay que acostumbrarse en muchos de los casos a lidiar con la culpa si aquello que estamos realizando es lo que requiere nuestra vida, es lo que nuestro destino nos permite emprender, es lo que pudimos constituir. Tomar la felicidad, asentir a la dicha, a pesar de la culpa, quizá de ella provenga una posibilidad de mirar las cosas con una compasión que favorezca nuestro propio desarrollo, pero sin dejar de emprender aquello en lo que creemos. De alguna manera, la vida, a lo que parece, puede vivirse con culpa pero instalados en nuestra plenitud, en lo que nos completa. A lo mejor ni es tan grande ni tan obstaculizante.