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18/02/13

17 de febrero

No suelo pensar en mis cumpleaños como cierres de ciclos. Los ciclos se van cerrando según los eventos en los que me inmiscuyo. Para los matrimonios parece que los ciclos son de 14 años, pero no pienso seguir colectando evidencias al respecto. Para los trabajos los ciclos son de entre 8 y 12 años, no más. Las cosas cambian, yo cambio.
17 de febrero

No suelo pensar en mis cumpleaños como cierres de ciclos. Los ciclos se van cerrando según los eventos en los que me inmiscuyo. Para los matrimonios parece que los ciclos son de 14 años, pero no pienso seguir colectando evidencias al respecto. Para los trabajos los ciclos son de entre 8 y 12 años, no más. Las cosas cambian, yo cambio. Y sin embargo hay cosas que en mí permanecen exactamente igual, sin importar cuántos años cumpla.

Por otra parte, fue hace 34 años, en mi cumpleaños, cuando realmente comenzó un ciclo muy importante en mi vida y que no se cierra ni se cerrará. El más importante, sin duda. Ese día concebí a Pako. Y sí, puedo dar razón de porqué sé eso con precisión. Así que sí tengo algo que celebrar.

Cuando era yo muy joven (14 años) Rocío Dúrcal cantaba “Tengo 17 años, qué enfermedad” y prometía que a los 18 se curaría. Pero cumplí 18 y me involucré en actividades que nada tenían que ver con las andanzas de la joven cantante en la película que llevaba el mismo nombre que la canción. Y no, lejos de volverme tranquila y formal, como entonces convenía a las jóvenes que quisieran hacer una vida familiar, bla, bla, bla, caí, como Alicia, en un laberinto de experiencias y emociones que terminaron de conformar mi manera de vivir. El acelere del Conejo Blanco lo he traído conmigo desde siempre.

Hasta la música cambió. De las baladas de César Costa, Enrique Guzmán y Alberto Vázquez que escuchaba en la radio de mi pueblo, pasé a The Beatles, The Rolling Stones, The Doors y, por supuesto, Iron Butterfly. Mis lecturas acogieron al Pequeño Libro Rojo y los textos y discursos de Luther King (regalo de mi padre), entre otros. Mi revista era Siempre! Y mis amigos cambiaron: perdí mis amigas de infancia y adolescencia (era comunista, dijeron; platicaba con los muchachos, se quejaron). A cambio encontré a mi grupo de físicos, dos años mayores que yo, quienes me acompañaron a lo largo del terrible año en el que cumplí 18, y que marcó profundamente mi vida, y los años que siguieron mientras viví en el D.F.

Pako nació y fue alimentándose de todas mis experiencias y heredando (pobre) algunos de mis gustos y aversiones. Es mi hijo no solamente porque nació de mí, sino porque viviendo conmigo toda su vida fue incorporando mis lecturas, mis memorias, mis tendencias, etc. Por eso es el compañero ideal para ver y discutir una película o conversar sobre un libro y, últimamente, sobre aspectos de la educación. Dulce dice que platicar con los dos es como conversar conmigo dos veces. Lo que no significa que Pako y yo estemos siempre de acuerdo o tengamos exactamente los mismos gustos. Ahora yo aprendo de sus experiencias.

Y de pronto descubrí que, como dice Serrat, Fa vint anys que tinc vint anys. Y llegó el momento de cambiar de rumbo radicalmente. Dejar lo que fue mi vida en Cd. de México, incluyendo lo profesional, para ir un año a Culiacán y entonces a León donde me establecí de manera casi permanente y en donde Pako encontró su hogar verdadero. Sí, me fui ocho años pero regresé a quedarme.

Y ahora voy a comenzar a cantar When I’m Sixty-Four, sin saber lo que ocurrirá en este año que falta. ¿Tal vez me convertiré en abuela? Porque soy la mayor de mis hermanos y ¡todos son ya abuelos! Pako no tiene prisa, y eso es bueno. Las cosas llegarán, como siempre, cuando tengan que llegar.

Así que lo que estoy celebrando es ¡el inicio de mi maternidad!