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29/04/13

Buscar la felicidad cuesta también trabajo

Buscar la felicidad cuesta también trabajo

Entre los más estimulantes mensajes que uno puede recibir del trabajo terapéutico, y sería mejor considerarlo un objetivo, se encuentra el de la búsqueda de la felicidad, de la plenitud. Una idea opuesta por completo a aquella que considera los problemas, lo adverso, como algo inherente al vivir, sin los cuales la vida no sería vida. Es un mensaje porque llega al mismo tiempo que el anhelo de una persona consultando; cuando la persona dice que le gustaría que algo fuera diferente, está diciendo de forma subyacente “quiero vivir mejor”.

Uno entiende entonces que se pone en el camino de la felicidad, que desbroza los senderos enmarañados en pos de un remanso, de un espacio y tiempo en los que pueda descansar desde lo profundo de sí. ¿No es eso maravilloso? Por eso sería mejor que se convirtiera en un objetivo, por eso valdría la pena intentar vivir sin dificultades, comprobar que sin las dificultades uno se aburre. Es una oportunidad única y grandiosa, ¿por qué no intentarla, qué nos lo impide? Después de todo, la necesidad es la madre de todos los movimientos de la voluntad, y uno no tendría que hacer sino moverse en la misma dirección donde se halla la solución de lo problemático, ir un poco más allá de esos límites.

Cuando un empresario quiere mejorar sus ingresos o su productividad o su ambiente laboral, quiere vivir con menos cargas su vida cotidiana. Cuando una madre acude para tratar un asunto relativo a alguno de sus hijos, quiere disminuir sus inquietudes y facilitar el vivir del vástago. Cuando una persona desea quitarse algún velo de inocencia, mirar su vida como es, tratando de darle cauce a lo desfavorable, se pone en la intención de remover sus estructuras anquilosadas en el afán de hacerse unas nuevas, acaso más ligeras, acaso menos estrechas. En este tránsito, obviamente, tanto importa fijar el objetivo como ocuparse del cómo hacerlo. Proceso en el que no se está a salvo del incremento del caos, del aumento de la tensión. Es que no siempre sabemos qué llevamos en la maleta personal cuando decidimos encarar lo difícil, lo complejo, el garbanzo que nos vuelve  incómodo el calzado.

Una cosa es la imagen mental, otra la realidad corporal, y aun otra más la realidad externa, donde interactuamos. En ocasiones se hace necesario intervenir en los tres ámbitos para conseguir alguna victoria mínima, a veces solo es necesario acercarse a las articulaciones del corazón y allí encontrar la palanca que mueve un mundo completo. En este sentido, insisto, hace falta creer en la posibilidad de que la plenitud advenga, confiar en que se puede ser feliz, y además para siempre.

El solo pensamiento, la sola convicción, ofrecen ya un cambio en el punto de vista, una inflexión en nuestra consideración acerca de la vida y del mundo, por tanto en las ideas generadas, así también en las emociones y en los sentimientos. ¿Quién que vaya a una consulta no cree en este hecho? Hace falta sentir ese impulso, tener esa seguridad, es inherente a aquello de que el que busca, encuentra.

Como señala Louise Hay, la autora de Tú puedes sanar tu vida, también hace falta quererse a uno mismo, dejar de criticarse por lo errático de los actos, tener confianza en que de cualquier modo uno se dirige a algo mejor cada vez, cerciorarse de que las palabras de hoy crean el futuro. Es cierto que a veces es ineludible pasar un camino de fuego, no obstante conviene hacerlo con la confianza a todo vuelo, con la certidumbre de que uno cuenta con la fuerza de los ancestros, con su amor primordial, aquel que espera para la descendencia “lo mejor” en su vida. ¿No es eso maravilloso? ¿Acaso no vale la pena intentarlo?

Somos hijos, esposos, papás, mamás. Desde donde queramos verlo, hay una fuerza y una posibilidad, un amor y un compromiso incondicional. A ello nos acogemos, con la seguridad de que lo más grande, la gran alma, Dios, tiene el mapa con el itinerario completo, donde tenemos reservado un sitio, y ese plan y ese sitio son inequívocos. Abramos entonces los ojos a la luz del nuevo día, a la luz radiante de lo nuevo, a la fuerza expansiva de la salud recuperada, al alegre entusiasmo del conflicto resuelto, a la abundancia que deriva de poner las cosas en su lugar. Que la sonrisa, aun si es interior, no desaparezca de nuestras bocas, que el brillo de los ojos no se aparte de nosotros, y que palabras dulces, estimulantes, aderecen nuestros intercambios relacionales. ¿Por qué no? Este viraje conductual es también un trabajo, y muy intenso por cierto, que sería mejor no dejar de hacer o empezar desde luego a poner en marcha.