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15/06/13

Con la vida no hay contratos

Con la vida no hay contratos

Cuando las personas agonizan prolongadamente es porque fueron muy malas en su vida. Con esa consigna crecí y hasta cierta edad creí que era cierta. Claro que la frase se aplicaba en mi familia cuando el que moría era una persona no agradable o con quien habían tenido un conflicto. Creí que era una verdad absoluta. Pero pasados los años enfrenté pérdidas de personas comunes, con pecadillos comunes que aún siendo estrictos no podían ser calificadas como malas, así que no fue fácil llegar a la conclusión que ese, como tantos dichos, no era más que una mentira muy popular de las muchas con que fuimos educados.

A Dios orando y con el mazo dando. Nos dijeron desde chicos que si algo esperábamos obtener, nos aplicáramos en eso y la recompensa sería la realización de nuestros sueños. Hace muy poco me sorprendió escuchar, en la misma semana, la misma historia de tres mujeres que permanecen solteras y pasan de los 40 años, pero su soltería no obedece a una decisión propia sino a que no apareció en su vida el príncipe azul. Creo que los solteros, y aclaro que también lo somos quienes nos hemos divorciado, estamos en esa condición porque lo hemos decidido, y que nos la pasamos rechazando las pocas y cada vez más raras oportunidades de establecer relaciones afectivas largas, duraderas y sobre una base sólida. Pero en el caso de las damas con quienes conversé, ellas coinciden en que siempre anhelaron formar una familia y vivir compartiendo la vida con un marido.

La similitud entre estas mujeres es que obedecieron cada una de las indicaciones sociales que les fueron impuestas. Fueron buenas hijas, obedientes, no cayeron en vicios o excesos, permanecieron en la casa familiar y por supuesto que no cedieron a los impulsos eróticos, porque un hombre que quiere casarse le dará prioridad a una mujer virgen.

No sé si sea ocioso anotar que dos de ellas decidieron, llegando a los 40, iniciar una vida sexual, ya que se cansaron de esperar al hombre que colocara un anillo en su mano y pidiera matrimonio. Una de ellas aún permanece en la espera y conservando su castidad para su ser amado, porque está convencida de que él llegará y apreciará eso. Mis ojos casi salieron de sus cuencas cuando me contó su historia. Creí que era una mentira, y no porque no hubiera conocido mujeres castas. En realidad ella está enojada con la vida, que no le dio lo que esperaba, en tanto ella cumplió con su parte del trato. Jamás se le ocurrió pensar que, aun haciendo ella todo lo necesario, no obtendría la recompensa esperada. ¿Pero quién te dijo que era una seguridad?, es la pregunta que se quedó en mi cabeza.

Así, además de dichos populares, nos llenamos de falacias como la de que una buena alimentación y una vida sana es garantía de salud. Una de mis mejores amigas murió de cirrosis y no era alcohólica. Simplemente enfermó un día y su vida se fue apagando. Hizo todo lo necesario, entró a los programas de prueba de las universidades, pero su enfermedad era de las que no tenía cura. Por más que hizo, sólo pudo prolongar su calidad de vida, pero no el plazo que la enfermedad le impuso. En el opuesto caso he visto a hombres perdidos en el alcohol por años, abusando de la droga, que un día vencen su adicción y continúan su vida sin secuelas ni consecuencias de sus excesos.

Esta lluviosa tarde, leyendo una revista, me topé con una frase de la autora de Lo que el viento se llevó, Margaret Michel: La vida no tiene ninguna obligación de darnos lo que esperamos. Me vinieron a la mente estas y otras historias de personas a quienes no han resultado ciertas todas esas consignas, que repetimos como verdades tantas veces, que nos confundimos y en los momentos de desastre o pérdida intentamos inútilmente culparnos, tratando de saber dónde estuvo nuestra falla, o sintiéndonos víctimas cuando en realidad no estaba en nuestra manos evitar o propiciar las cosas.

Prefiero quedarme con la postura de mi padre, que siempre me aconseja pedir a la vida buena fortuna; que me esfuerce, que siembre y espere la cosecha pero no olvide pedir suerte, porque muchas causas pueden mejorar o estropear nuestros planes.

Así que… un poco de buena fortuna no caería mal.