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02/06/13

Engaño bienintencionado

Engaño bienintencionado

Entre las cuestiones más relevantes del trabajo terapéutico quisiera mencionar la posibilidad del engaño bien intencionado con respecto a lo que uno hace en el afán de mejorar su condición. Digo “engaño bienintencionado” porque uno lo vive con toda su inocencia, con la creencia de que está en el camino adecuado, con la seguridad de que eso es lo propio del instante. Y muchas de las veces sucede que es exactamente lo contrario, es decir que ni está ayudando a la marcha, ni es lo conducente.

En estos casos la inocencia es el peor de los peligros, ya que impide mirar las cosas como son, y como se sabe ese impedimento no posibilita elegir opciones favorecedoras. En este sentido, actúa bajo el engaño bienintencionado aquella persona que dice asentir a su condición de vida, cualquiera que ésta sea, y a continuación de afirmarlo incluye un “pero”.

Como aquel hombre o mujer que habla de su pareja diciendo que ya se concilió con ella pero que no se le sale de la memoria el recuerdo de lo vivido con dolor o tristeza. De la misma forma lo hace aquella persona, sea cual sea su edad, que se refiere a su padre diciendo que no tienen ningún problema con él, que ya se llevan bien, pero que no le perdona haya sido un coscolino o un padre ausente.

O aquella otra persona que habla de su mamá como la mejor del mundo si no fuera porque era sumisa, o colérica, o golpeadora de sus hijos. También incurren en este engaño quienes prefieren no mirar lo sucedido en su historia y actúan como si tal cosa. Por ejemplo hombres y mujeres que aseguran no tener nada que reclamarle a sus padres, cuando en realidad tienen almacenada bajo el colchón de su aparente calma una lista de enojos, reproches y venganzas refrenadas.

Aun lo pueden padecer las personas con algún tiempo dedicadas al trabajo de desarrollo y autoconocimiento, cuando llegan a decir “eso ya lo he superado varias veces”, o cuando confiada y soberbiamente a veces llegan a asegurar que ellos ya alcanzaron tal o cual meta y que acomodaron a sus padres en su corazón, a sus enemigos en su interior, a sus victimarios en la quietud del alma. Lo que estoy diciendo ahora no se dirige a poner en duda los logros de un persona en el camino del crecimiento personal, más bien la intención es prender una lucecilla de alerta, sin aspavientos, para mantener una vigilia activa cuando la confianza más confiada nos alcanza.

Dicen algunos sabios que de lo primero que hace bien sospechar es de la auto-seguridad, de esa auto-confianza que promueve la pasividad o la evasión o el desviar la mirada. La razón es sencilla: porque en la andanza del crecimiento interior unas cosas están enlazadas con otras, y si bien podemos acomodar unas muy urgentes o impostergables o delicadas, otras emergen y no siempre conseguimos darnos cuenta de que ocupan ya un sitio preferente. ¿Cómo podría ser de otra manera, si pasamos décadas bajo una influencia con aspectos perniciosos, y de buenas a primeras de una semana a otra ha desaparecido su influjo?

Es cierto que al crecer, y hacerse la persona con su facultad de decidir, pueden cambiarse derroteros, y aun la manera de tener acomodados los recuerdos. Esto ocurre gracias a esa magnífica herramienta que es la conciencia, el darse cuenta, a través de la cual uno realiza actos deliberados, orientados a destrabar flujos, a mover energías, a enfocar la atención. Pero también es cierto que se requiere incrementar la habilidad, acrecentar la experiencia, con relación al manejo de esos elementos de uno mismo, a fin de mantener la atención en vigilia permanente para no caer de nuevo en el yerro, para percibir que está entrando en escena una etapa nueva de un asunto ya conocido el cual requiere ser atendido, para no sucumbir a ciegas a algún suceso que en principio estaba conectado a otro, para conservar vigentes las posibilidades ganadas.

Esa vendría a ser la razón por la que se hace necesario hablar del engaño bienintencionado: impide sin rispideces continuar el camino emprendido, frena las posibilidades, y acaso desvía del camino. En consecuencia, frente al engaño bienintencionado hace falta poner la vigilia bien orientada, la intención sostenida, la revisión constante, la observación asidua de las propias sensaciones y pensamientos.

A lo mejor de esta manera es posible conseguir una ampliación del auto-conocimiento, y con ello un incremento de la experiencia, la deliciosa experiencia del vivir bien uno consigo mismo, acorde, conforme, activo, en su propia plenitud.