martes. 23.04.2024
El Tiempo
06:46
31/03/13

Las cosas como son | Semana Santa y educación de la sensibilidad

Con motivo de la Semana Santa, no es difícil que uno se haga preguntas acerca de Dios. Criados en una cultura católica, con más y menos ortodoxia, no nos cuesta trabajo sentir que hay algo especial en estos días. Es una ocasión en que podemos de alguna forma entrar en contacto con el poder divino, con la magnificencia de lo más grande.
Las cosas como son | Semana Santa y educación de la sensibilidad

Con motivo de la Semana Santa, no es difícil que uno se haga preguntas acerca de Dios. Criados en una cultura católica, con más y menos ortodoxia, no nos cuesta trabajo sentir que hay algo especial en estos días. Es una ocasión en que podemos de alguna forma entrar en contacto con el poder divino, con la magnificencia de lo más grande. Acaso tan rica en significados y símbolos como la Natividad, pero en un sentido contrario, la conmemoración de la Pasión nos aproxima a la vivencia de lo oscuro desde una progresión dramática, de la muerte, y en ella el sacrificio y el dolor ocupan una parte fundamental, más que el renacimiento y la elevación a la gloria.

Desde esta perspectiva, ha sido durante mucho tiempo, y a través de generaciones, un vigoroso modelo, una formidable herramienta de la educación sentimental. En buena medida, y gracias a un contexto más amplio y propicio, aprendimos a confiar en el sacrificio, a padecer el dolor, a someternos a la penitencia, como formas de relación con los nuestros. Hijos pequeños que sacrifican su bienestar al bienestar de sus padres, y luego cuando crecen al de sus parejas; hombres y mujeres que prefieren mantenerse en situaciones adversas, no solo amorosas, también laborales, profesionales o de cualquier otra índole; personas que asienten a recibir castigo por sus equívocos, a fin de pagar sus errores, son actitudes más frecuentes de lo que uno cree, y son tomadas como opción única, en la que solemos pasar buen tiempo dando vueltas como el asno en la noria. En casos como este, la fuerza transgeneracional actúa para recordarnos que después de todo habrá una recompensa, y que no hace falta rebelarse. Por eso señalaba que se mira menos el renacimiento y la elevación a la gloria, que son como situaciones nuevas a las que se puede acceder, siempre y cuando se les tenga en la mirada y se encaminen los pasos en esa dirección.

Es decir, sea cual sea la circunstancia en que estemos, existe la posibilidad de que sea un aprendizaje que tiene término, al cabo de la cual, con la experiencia ganada, podemos acceder a una condición nueva. Incluso si suspendemos la progresión y nos salimos de la vivencia adversa, por contraste, por acumulación de lo vivido, podremos renacer, ingresar a una condición gloriosa, por la liberación, por la conquista de autonomía o de una fuerza y visión que no teníamos. La cuestión crucial aquí es que se trata igualmente de un esfuerzo, para nosotras las personas no es un estado de gracia que llega de la nada, sino un resultado conseguido, perseverante, por supuesto no exento de bendiciones prodigadas por lo más grande.

Una hija que en su corazón quiere seguir ayudando a los hombres de su familia que lo pasaron mal, por ejemplo, habrá de dejarlos en su responsabilidad y con su fuerza en la experiencia de su destino, y por hacerlo así sentirá más o menos culpa antes de quedarse libre de esa carga. Alguien enfrascado en dificultades laborales, con años de antigüedad, puede llegar a sentir que traiciona a sus iguales si emprende la retirada, pero si ese es el camino, hacerlo reclamando lo que justamente le corresponde, proveerá descanso a todo ese sistema y nadie tendrá que hacerse cargo de ninguna injusticia. Salirse de una relación amorosa lamentable puede implicar el daño inmediato a varios, pero a mediano plazo una relación saludable entre los miembros de esa casa, a partir de un esquema de convivencia específico.

Por alguna razón, y esto lo digo con base en la experiencia de la consulta, estamos más inclinados para el sufrimiento que para la liberación, tanto que a veces resulta más fácil seguir padeciendo que dedicarnos a cambiar. En este sentido, la cara de Dios es la de un salvador, externo a nosotros, magnánimo, inmenso y todopoderoso, de cuyas características tenemos evidencia irrefutable. Sólo que antes de llegar a él, quizás haga falta administrar nuestro viacrucis terrenal, y con herramientas igualmente de la tierra, humanas, trasponer el umbral de nuestra pasión, tan pronto como sea posible, a fin de instalarnos en el renacimiento constante, a fin de ser personas pascuales, que podamos regocijarnos de conocer y disfrutar glorias terrenales, que acaso nos abran los ojos, la percepción, a las glorias extra-mundanas, que no son visibles a estos ojos, pero cuyo alcance solo se puede consumar a través de lo conocido, de los que nos circunda.