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07/04/13

Modernas medeas

Modernas medeas

Las veo a menudo. A una de ellas la encuentro en lugares diversos; caminado por la calle, siempre con expresión dura; junto a ella una pequeña que cursa el preescolar, siempre caminando con pasos tan apresurados que a la niña le cuesta trabajo seguirle el ritmo. Es una mujer joven, quizás de unos 26 años, menuda, bajita, de hermosa cara y bellos ojos. De sus labios no puedo decir más que de ellos salen palabras agresivas hacia la pequeña, a quien siempre va reprendiendo. Es común que la niña llore mientras camina. Una vez la miré regañándola porque había tropezado, y en lugar de darle consuelo, le gritó: ¡tan torpe como tu padre!

En otra ocasión encontré otra moderna Medea sentada en la banca del hospital, ordenando a una pequeña de 6 años decir a su padre que lo estaban esperando, que ya no tardara. Cuando la niña terminó de dar el mensaje, la mujer descargó en ella su ira con palabras fuertes porque no había pasado el recado como se le ordenó, y después una serie de descalificaciones e insultos para el marido e, imagino, padre de la menor. Esta vez no era bajita, sino alta, delgada y con una hermosa melena teñida de rubio. Acto seguido tomó de nuevo el teléfono e inició una charla con otra persona, mientras ignoraba a la hija que pedía ir al baño. Espera que venga tu padre, dijo, y continuó su plática.

Medea se me presentó hace unos días, con la cara de una conocida, mostrándome un dictamen judicial que quitaba al ex marido la patria potestad de su hijo. Le pregunté por qué había fallado el juez de esa manera, y ella me explicó que desde hacía más de 8 meses, el padre no veía al hijo. Olvidó seguramente informar que tal falta de visitas obedecía a que ella no permitía los encuentros. Tal vez no especificó en su denuncia que durante el tiempo mencionado, el padre visitaba en el colegio al niño durante los recreos, claro que no a diario ni regularmente, ya que trabaja por las mañanas, y que sobre su hijo, de 8 años, pesaba la prohibición materna para informar el nuevo domicilio. ¿Por qué hiciste algo así?, le pregunté asombrada, pues antes de que ella escondiera al pequeño, y desde que hace 3 años se separaron, el padre lo visitaba regularmente y ha cumplido con la pensión alimenticia ordenada por el juez. Su respuesta fue simple: Pues se quiere volver a casar, y si quiere andar de… pues que se vaya con su… y deje en paz a mi hijo.

Parece que son tres personas diferentes, pero yo veo una sola: una mujer que usa a los hijos para desquitar su frustración y la furia que siente hacia el padre; mujeres llenas de odio que cegadas por el coraje lastiman a seres indefensos. Algunos pensarán que eso es cotidiano, pero eso no le quita lo reprobable.

Tal vez no habría escrito ninguna de estas líneas si no fuera porque ayer lo comenté con un grupo de compañeras y ellas me dijeron que eso era normal, que había muchas mujeres así, porque con ellos –los padres- no se podían desquitar.

Siento indignación por las modernas medeas o futuras lloronas, ya que ambos personajes mitológicos sacrificaron a los hijos, cegadas por la ira y dolor por el abandono de su pareja. La primera, Medea, los envío al matadero como portadores de una prenda hechizada para destruir a la nueva consorte de Jasón, su ex marido, pero los niños fueron asesinados por ello. La segunda, muy popular en nuestra cultura, los ahogó en el río y pena desde hace 500 años, buscándolos. Pero las mujeres de quienes hablo no son personajes, ni producto de la imaginación de un creativo escritor, sino seres de la vida real, dedicadas a llenarse de odio y a sacar su malestar en forma de violencia hacia los más indefensos, toleradas e incluso disculpadas por la sociedad. Tal vez estas medeas no sean hechiceras, pero su poder de destrucción es más fuerte que cualquier magia negra.

Al parecer, socialmente es válido que los hijos sean rehenes de los padres y usados como moneda de cambio para obtener lo que se desea, o por lo menos para desquitarse y sacar su ira y frustración. En el momento de escribir me siento profundamente herida por eso, y no estoy dispuesta a escuchar esas excusas de que su maltrato es inconsciente. Antes de que podamos ser padres debería existir un mecanismo de filtro y salud mental, más allá de la capacidad reproductiva.

Lo único que se me ocurre es proponer a estas modernas medeas que en lugar de lastimar inocentes se desquiten con sus maridos o, mejor aún, hagan una fortuna como Paquita la del barrio, lucrando con su dolor y despecho pero en forma de canciones feas, sin valor musical, aunque redituables económicamente y que no lastimen más que al tímpano y al buen gusto.