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05/06/13

Rasgos

 

Los alfabetos en todas las lenguas tienen rasgos auxiliares que sirven para dar modalidad a la pronunciación de las letras o interpretación a enunciados. Hay (y ha habido) cientos de alfabetos. Algunos de ellos ya en desuso (como el egipcio clásico), la mayoría naturales y los menos, inventados (como el Morse y el Braille). El proceso histórico llevó los signos ideográficos (que algunos alfabetos conservan, como el chino) a la representación de sonidos (que podrían ser de un solo sonido o de combinaciones –sílabas–, como varios de los alfabetos japoneses). Los occidentales son característicos en este sentido: contienen rasgos auxiliares, grafías que modifican los sonidos originales.

Los alfabetos occidentales proceden del semítico septentrional o cananeo. De los derivados, en nuestro idioma usamos el latino. Este incluye múltiples rasgos, algunos exclusivos del español y otros extraños a nuestro idioma.

Por una parte, tenemos grafías que se añaden a las letras para alterar su pronunciación. Estos reciben por nombre genérico, virgulilla (diminutivo de vírgula del latín, vara o línea muy delgada). La línea curvada superior sobre la consonante ‘n’, exclusiva del español, recibe este nombre, por ejemplo. La tilde (acento gráfico) y el apóstrofo (mal llamado apóstrofe en México), también se llaman así.

De las virgulillas que no se usan en español tenemos la cedilla (ç). Se trata de un rasgo principalmente bajo la consonante ‘c’ que suaviza el sonido. Del francés, en la palabra *garcón, la ‘c’ sonaría como /k/; en tanto, con cedilla garçon (muchacho) la ‘c’ se pronuncia como /s/.

De las tildes, o acento gráfico, en español solo usamos el acento agudo (´) –virgulilla oblicua a la derecha en su parte superior–. Pero nuestro alfabeto también incluye el grave (`) –virgulilla oblicua a la izquierda en la parte superior– y el circunflejo (^), que son las dos tildes unidas en la parte superior.  

Por la otra, tenemos rasgos que no son letras y se les llama signos de puntuación, entre los que están la coma, el punto, las barras (inclinadas y horizontales), paréntesis (redondos y angulares), las comillas –inglesas (“ ”) y españolas (« »)–. En español, en este aspecto, tenemos signos exclusivos, como los que abren las exclamaciones e interrogaciones. En ningún otro idioma que use el alfabeto latino se recurre a estos signos (¡ ¿).

Los signos de exclamación e interrogación de inicio fueron incorporados en la segunda edición de la Ortografía de la Real Academia Española, en 1754. Con ello adquiría independencia de la homóloga francesa. En un uso muy moderno, pueden ser repetidos, pero solo hasta tres ocasiones, indica el Diccionario panhispánico de dudas (RAE, 2005), para dar un énfasis de mayor intensidad en un enunciado: ¡¡¡No puede ser!!! También está autorizado académicamente iniciar por alguno y finalizar con el otro para hacer una oración interrogativa exclamada: ¡Cómo sucedió eso?

Los signos de los alfabetos deben reflejar lo más posible los matices con los que se habla. Deben entonces sujetarse a las necesidades expresivas del usuario. Por ello, se van modificando con el ser humano, su creador. Y evolucionan, para ser más fieles al pensamiento humano.