viernes. 19.04.2024
El Tiempo
02:56
13/06/13

Reflexiones colectivas del idioma

Reflexiones colectivas del idioma

Hace unos días me reuní con mis compañeros de la generación Juan de la Cabada de la UNAM (1975-1979). Uno de los temas fue el deterioro de la lengua. En el intercambio de ideas surgieron varios aspectos que comparto con los seguidores de esta columna.

¿Realmente la lengua se está deteriorando? Para algunos de los contertulios la respuesta es negativa. El sistema lingüístico no sufre modificaciones en su esencia. Por una parte, está evolucionando, como lo hizo el latín vulgar que derivó en las lenguas romances, actualmente en muchas naciones; es decir, se está enriqueciendo. La estructura básica del español (o castellano, como lo formalizó Alfonso X, el Sabio), no se ha modificado en esencia, aunque sí se ha enriquecido con el paso del tiempo con vocablos de otras lenguas y algunas formas estructurales.

Lo que aparenta deterioro es la pobreza del lenguaje de los usuarios. De las cien mil entradas del Diccionario de la Real Academia Española, DRAE, (me refiero a cada una de las palabras definidas) un porcentaje mínimo se usa en la cotidianidad. En el habla coloquial difícilmente se recurrirá a muchas de las palabras de nuestro idioma. Pero ello no significa estrechez de nuestro lenguaje, sino una limitada habilidad de los usuarios para recurrir a los más variados términos o a los límites de la vida cotidiana misma (difícilmente recurriríamos a voces como ‘psicopatología’, ‘homeostasis’ o ‘nefrítico’ a pesar que muchas de esas voces definan alguna condición humana y se encuentren en el DRAE). El lenguaje no está empobrecido, quizá nuestra formación mezclado con una vida rutinaria, que no demanda voces variadas, propicia un uso limitado de nuestra herramienta de comunicación.

En buena medida esta impresión se debe a voces de moda que parecen extrañas a las anteriores generaciones. Mis compañeros se quejaron del abuso de la palabra ‘güey’ –que para nuestra generación era ofensiva y motivo para partirle la boca a quien nos la decía–. Hoy es tan cotidiana como la que usábamos como estudiantes: ‘onda’. Todo en aquella época era ‘¡qué buena onda!’, ‘¿qué onda contigo?’, ‘Veamos qué onda con esto’. Para la generación anterior a la nuestra, la muletilla era ‘mano’. Así terminaban la mayoría de los enunciados. Popularizada a tal grado, que cuando llegó Hugo Sánchez a España, le decían el Manito (si hubiere llegado en estos tiempos, seguro sería el Güey, sin pretender ofender o insinuar algo). Cada generación recurre con mayor regularidad a alguna voz, no tanto por lo que significa (‘mano’ y ‘onda’), sino como muletilla o palabra comodín (voz con diversos significados). ‘Güey’ (en el DRAE con el significado de ‘tonto’) se ha popularizado aún más por el cine y los medios, con mayor alcance que en otras épocas. Pero, por una parte, en nada afecta la solidez del idioma y, por la otra, se trata de una moda generacional que será sustituida por otra que a la anterior generación desagradará.

El idioma es más sólido que las generaciones y las modas. Depende de la conciencia de cada una cuán mejor aproveche este recurso tan escasamente valorado en algunos lugares.