Blanca Parra
17:32
25/08/14

Observaciones con alumnos, docentes y padres de familia

"La percepción del niño sobre sí mismo se construye día a día desde la casa y con las aportaciones de todo el entorno, pero el juicio que la escuela hace sobre el alumno, tiene un peso muy grande en esa concepción."

Observaciones con alumnos, docentes y padres de familia

Como alumna de tiempo completo de la maestría iba generando habilidades y conocimientos mientras trabajaba con los docentes de Neza y sus alumnos, creaba materiales y recursos y me involucraba en conversaciones divertidas y formativas con Papini, Antolín, Arreguín, Riestra y mis compañeros de estudios. Creo que lo de menos fueron las asignaturas que cursé, aunque debo reconocer que sin la exigencia de Rivaud y Papini, mi comprensión del Análisis Matemático hubiera sufrido. Por otra parte, incursioné formalmente en la psicología educativa y las teorías del aprendizaje de la mano de Jorge Martínez, que era jesuita. La didáctica de las matemáticas estaba surgiendo como disciplina y tuve la fortuna de ser “adoptada” por Georges Glaeser, entonces director del Instituto de Investigación en Educación Matemática (IREM)  de la Universidad de Estrasburgo, desde su primera visita a México. A ese tutoreo siguieron otros igualmente valiosos en mi formación.

Todo lo que iba aprendiendo lo utilizaba en mi trabajo docente, buscando la manera de ayudar el desarrollo de cada uno de mis alumnos. No era una tarea fácil porque los grupos tenían alrededor de 50 alumnos cada uno, y cada grupo era un reto distinto. Aprendí que el trabajo en parejas ayudaba a los alumnos a aprender: el que explicaba debía tener muy claro lo que quería hacer que el otro entendiera, por ejemplo. El pedirles que elaboraran sus propias lecciones sobre temas ya vistos ayudaba a que repensaran los conceptos y buscaran las aplicaciones, al mismo tiempo que me permitían detectar algunos problemas en la creación de los mismos conceptos, o de la emocionalidad asociada con ellos.

Por ejemplo: en la actividad de reescribir una de las lecciones que el alumno ya hubiera completado, utilizando cualquier recurso de comunicación, uno de los chicos parecía no tener intención de llevar a cabo la tarea. Me acerqué a preguntarle por qué no estaba trabajando. No sé dibujar, me dijo. Haz monitos, le respondí. No sé hacer monitos, replicó. Todos sabemos hacer monitos, mira, contesté y propuse hacer algo así

O así

Él repetía que no podía y, ante mi insistencia, acabó diciéndome que desde el kínder las maestras le habían dicho que no sabía dibujar. No fue el único caso, por supuesto. Después me tocó conocer el pensamiento estereotipado de los docentes respecto al dibujo y otros temas.

En otros casos, porque fueron varios, los alumnos retomaron lecciones sobre fracciones, para reescribirlas en sus propias palabras y con algunos gráficos. Eran historias de terror, en su mayoría, con vampiros y otros monstruos que partían a sus víctimas en tercios, cuartos y demás. Y luego uno se asombra de que sea un tema que les cuesta trabajo.

En esos tiempos todavía no conocía la obra de Jacques Nimier sobre la afectividad en matemáticas, y cómo afecta el desempeño de los alumnos. Por una parte, el imaginario construido por cada alumno, retroalimentado por los miedos y dudas surgidos del imaginario de los docentes; por otra, la percepción del alumno sobre sí mismo como estudiante de matemáticas. Nimier explora muchas otras dimensiones en sus estudios. Sin embargo, era posible darse cuenta del efecto sobre los alumnos, provocado por la escuela y por el medio en el que se desenvolvían.

La percepción del niño sobre sí mismo se construye día a día desde la casa y con las aportaciones de todo el entorno, pero el juicio que la escuela hace sobre el alumno, tiene un peso muy grande en esa concepción.

Durante una de las actividades de conocimiento de los alumnos, les pedí que redactaran su autobiografía. Contrastes enormes en cuanto a la habilidad para describirse, por supuesto. Uno de los chicos escribió un texto breve que comenzaba más o menos así:

“Nombre: Diódoro…
Sus padres fueron …..
Nació en….
…..”

Se describía en el más puro estilo de las monografías que sin duda fue obligado a utilizar en la primaria.

Otro de los chicos desarrolló un texto largo, de unas dos cuartillas y correctamente escrito. Lo terrible era su conclusión: “creo que me deben meter a un internado militar porque tengo muy mal comportamiento”, a pesar de que en mi clase nunca causó un problema.

Mi observación tornó hacia los docentes. ¿De qué manera construyen el universo al que recurren para animar sus cursos, para construir ejemplo, para retroalimentar al alumno? La respuesta más clara vino sin buscarla, mientras impartía una sesión de clase en la Normal Superior #1 del Estado de México, en Toluca, donde Papinni, Shirley Bromberg y yo, abrimos un programa de maestría en Educación Matemática, sin el apoyo de Matemática Educativa, como unos años antes lo habíamos hecho en la Normal Superior de Saltillo.

Conversábamos sobre un anuncio que a mi juicio era escandaloso y que había ocupado una página completa del periódico Excélsior de la época (hacia 1986, tal vez). El anuncio mostraba un par de medias con el precio en grandes caracteres: 13, 750 000 pesos. Me parecía insultante. Y lo utilicé como elemento para proponer un ejercicio sobre cuántos salarios mínimos se requerirían si uno tuviera la intención de comprar semejante cosa. La primera sorpresa fue que muchos docentes no podían leer semejante cifra. Otros solamente veían 13 millones, aunque los 750 mil pesos eran sustanciales. Los docentes/estudiantes me preguntaron de dónde sacaba los ejemplos, y la conversación giró hacia nuestras lecturas. Les pregunté por las de ellos: Libro Vaquero, Esto y Ovaciones, mayormente; un Muy Interesante y un Selecciones.

Tristemente, la lectura de textos de calidad no es considerada parte de los materiales que los docentes en matemáticas, particularmente, necesiten hacer.

Una amiga, maestra de sexto año preocupada por el bajo desempeño de sus alumnos en matemáticas, y por sus propias limitaciones en la materia, decidió llevar a cabo una experiencia semejante con su grupo. Les pidió llevar a la clase un libro que estuviera en su casa. Constató con tristeza que no había libros en las casas de sus alumnos. “Lo más estructurado fue un Vanidades”, me dijo.

Tristemente, la lectura de textos de calidad no es considerada parte de la “canasta básica educativa” por los padres de familia.

Y sin embargo, la correlación entre los desempeños, en matemáticas y en el uso de la lengua materna, Español en nuestro caso, ha mostrado ser muy alta en cualquier estudio que se haya hecho en cualquier parte del mundo. Es de lógica elemental, parece: si uno no entiende el uso correcto de la lengua materna, seguramente tiene grandes dificultades para entender un lenguaje mucho más codificado que es el matemático. Y de aquí, el lenguaje de la física y de cualquiera de las otras ciencias.

Cuando, como docente de secundaria, me di cuenta de que mis alumnos no tenían muy desarrollada la habilidad de lectura de comprensión, la dirección de la escuela me sugirió dedicar una semana completa con cada grupo a tratar de mejorar ese aspecto. Era poco tiempo, pero intenté desarrollar un programa a partir de textos que les resultaran interesantes y que seleccionamos de manera conjunta. Los padres de familia protestaron, diciendo que mi clase era de matemáticas y no de español, y se negaron a comprar alguno de los libros elegidos.

El problema de la escuela no es solamente del Estado, de las instituciones educativas o de los docentes. Los padres de familia, en general, tienen su propia idea de lo que debe ser la educación y del papel del docente, en términos de lo que les tocó vivir como alumnos y de lo que ponen en práctica de manera cotidiana. No visualizan las exigencias del mundo actual ni perciben el tipo de situaciones que sus hijos tendrán que enfrentar, y muchas veces se oponen a aquello que ayudaría a los niños y jóvenes a desarrollar las habilidades necesarias para salir a un mundo que está en cambio constante.

En el cuento Profesión, Asimov describe un futuro que puede parecer ideal a todos los que quisieran no tener que aprender. Vale la pena leerlo. Las capacidades de leer y de seguir aprendiendo de manera independiente son las claves del futuro.