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Blanca Parra
04:45
18/09/14

Realidades del trabajo de los docentes

“por un lado está una enorme cantidad de actividades no integradas, dirigidas al alumno, que demuestran -si hacía falta- que la autoridad educativa no ha entendido nada de lo que es el desarrollo de competencias ni el trabajo en ejes transversales que pregona”

Realidades del trabajo de los docentes

Hace una semana justa que se llevó a cabo el anunciado taller para maestros de bachillerato en Irapuato. Mi guion de trabajo se encuentra disponible a través de una publicación en mi blog.

Imposible hacer todo lo previsto en las escasas cuatro horas que pudimos trabajar de manera efectiva, luego del recorte de casi dos horas propiciado por el conferencista en la inauguración. Luego me enteré de otros factores que limitan la participación de los asistentes. Al terminar el evento, cuando me dirigía a mi carro cargando mi laptop, el cañón, mi bolsa y el reconocimiento en forma de estatuilla del Quijote, encontré a algunos de los profesores y les ofrecí raite, diciéndoles  que venía rumbo a León. Me dijeron que ellos iban rumbo al sur, o algo así, a tres horas de camino de Irapuato.

Entendí entonces que, al terminar la soporífera conferencia inaugural, se dirigieran a comer algo en el servicio de café y frutas, dispuesto fuera de las salas de trabajo, y que llegaran tarde y comiendo al taller que yo intentaba iniciar. Para llegar a las 8:30, hora en que debían registrarse, debieron salir de su localidad alrededor de las 5 y levantarse por lo menos una hora antes. De milagro no se durmieron durante la sesión. Después comieron en las mismas mesas de trabajo, sin abandonar la sala, en la media hora que se asignó para los alimentos. Sorprendentemente no hubo entradas y salidas a los baños, o por café o agua durante los trabajos. Y decimos que son flojos, que no participan, que no quieren capacitarse. ¡Pos así cómo!

Dos días más tarde encontré un mensaje en Facebook, de una muy comprometida docente en un COBACH EN Cancún. En él relata la realidad del trabajo de los docentes que, como ella, deben laborar al menos en dos escuelas para completar la quincena. Una cosa que no dice, por ejemplo, es que ella está a cargo de acompañar y apoyar a los alumnos de su zona que participan en la Olimpiada Matemática Nacional, además de todas las otras cosas que el sistema educativo espera que cumpla. Tampoco menciona el programa CONSTRUYE T, también de la SEP, en el que está obligada a colaborar y del que me enteré a través de los comentarios de los docentes.

Es una estrategia, tal vez, exigir a los docentes que se desintegren en una infinidad de acciones desconectadas unas de otras, a falta de una racionalidad del sistema. De esa manera no tienen tiempo para reflexionar sobre su quehacer, ni para capacitarse adecuadamente en su área de especialidad o en idiomas, o para iniciar y terminar sus tesis de maestría -lo que a mi amiga le vendría muy bien- o para respirar y mirar alrededor en búsqueda de inspiración para su trabajo, a través de lecturas o de la contemplación de la naturaleza o de las conversaciones entre colegas.

Por otra parte, esa desarticulación de los programas emergentes que pretenden desarrollar cuanto se les ocurre o está de moda o es necesario o urgente, habida cuenta de la falta de bases de todo tipo con que llegan los alumnos a las escuelas en cada grado y ciclo, apunta a una falta total de sinergia entre las dependencias. He visto, no de lejos, cómo cada funcionario quiere colgar de un programa estructurado tareítas que les han encomendado y que no encuentran manera de desarrollar. Crean monstruos inmanejables, sin atender ni a lo que implica para el docente ni lo que dejará en el alumno. Por supuesto, la mayor parte de quienes instrumentan esas aberraciones hace un rato que no son docentes frente a grupo,  si es que lo fueron en algún momento, en el ciclo para el que destinan su constructo.

No hablo de oídas. Mi hijo iba a cumplir 8 años y ya lo había cambiado de escuela. La mamá de uno de sus amigos desde la guardería, me pidió apoyo porque, me dijo, Sebastián sabía hacer las operaciones de suma y resta, pero no sabía emplearlas cuando un problema requería más de una. Escribí un material al que Pako le agregó las ilustraciones y le puso por título ¿Qué es un problema?  Aparentemente  el material sí le sirvió a Sebastián para superar sus dificultades; la maestra que él tenía consideró que el documento era adecuado y útil para sus alumnos. Después alguien lo compartió y apareció publicado en el número de enero –marzo de 1989 de la revista Pedagogía, de la Universidad Pedagógica Nacional.

Entonces un día, hacia 1990, me ofrecí a atender un grupo de segundo año de primaria en una escuela en Tulyehualco, en el D.F., dado que teníamos un curso para los profesores de esa escuela, y el sustituto del profesor a cargo de ese grupo no había asistido. Tenía el material justo para ese grado y había sido puesto a prueba. ¿Qué podía salir mal? Todo. Los niños de esa escuela no hablaban el mismo lenguaje que los niños que yo conocía; sus habilidades de lectura no eran las mismas; las maneras de interactuar entre ellos y con el docente, tampoco. Tuvieron que entrar a rescatarme porque estaba, literalmente, a punto del desmayo.

Y así ocurre cada vez que alguien tiene una genialidad, la pone por escrito, la vuelve programa educativo y se ordena su aplicación a nivel nacional. Con el agravante de que, a lo peor, ni siquiera fue puesta a prueba con sujetos que tengan algo en común con aquellos a los que va dirigida.  He visto desarrollarse programas educativos completos -derivados de la indigestión de un popurrí (del francés pot-pourri = olla podrida) de lecturas de un doctorando investido de experto- que fracasan en cuanto se ponen en operación, con el daño consiguiente para los alumnos, que no son reciclables.

Entonces, por un lado está una enorme cantidad de actividades no integradas, dirigidas al alumno, que demuestran -si hacía falta- que la autoridad educativa no ha entendido nada de lo que es el desarrollo de competencias ni el trabajo en ejes transversales que pregona. Y por otro, esa misma activitis pone al docente a cumplir con una cantidad de controles y de insensateces que lo obligan a hacer de todo, excepto desarrollar su trabajo de manera correcta y eficiente.

Eso, y la artificial separación de los docentes en subsistemas, como sí las problemáticas que enfrentan con sus alumnos fueran tan diferentes. A lo mejor en términos de recursos y de organización académica, los bachilleratos de la UNAM, el IPN o la Universidad de Guanajuato son distintos pero, ¿no valdría la pena ponerlos a trabajar en ambientes colaborativos, a compartir sus experiencias y a aprovechar el conocimiento que han generado a lo largo de sus años como docentes?

Digo, es sólo una idea.

P.D. Dos horas después de terminar y enviar esto a mi editor, el Canal 11 de Televisión, del IPN publicó este video sobre la locura del nivel medio superior y la revisión del modelo. Vale la pena verlo, aunque es largo.