Una cortina más grande para tapar nuestra irresponsabilidad

"Hay quien dice que empujar el proyecto de El Zapotillo contra la 'necedad' de los habitantes de esos pueblos, que se resisten a ver inundadas sus casas, sus iglesias, sus cementerios, es un acto de responsabilidad...."

Una cortina más grande para tapar nuestra irresponsabilidad

Hay quien dice que empujar el proyecto de El Zapotillo contra la “necedad” de los habitantes de esos pueblos, que se resisten a ver inundadas sus casas, sus iglesias, sus cementerios, es un acto de responsabilidad.  Eso creen, porque la obligación de las autoridades, piensan, es garantizar el agua para León, una ciudad con muchos más habitantes que esos pueblitos minúsculos. La justificación ética me recuerda una paradoja, autoría de Peter Cave, que ya había utilizado en este espacio, pero que ahora viene a cuento otra vez:  El director de un hospital especializado en trasplantes está apurado porque tiene tres pacientes graves: una científica, un médico y un investigador de primer nivel. Los tres son jóvenes y prometen mucho, no sólo por su preparación sino por las muestras que han dado de su vocación de servicio. Necesitan urgentemente un trasplante de riñón, de corazón y de páncreas, respectivamente. Están en las últimas, pero no hay donadores. Cavila nuestro director sobre esta trágica situación, en la soledad de una sala de hospital, cuando observa a una joven que pasea el trapeador de un lado al otro. La muchacha entró a trabajar en la clínica apenas ayer, y cruzó unas palabras con el director. Así se enteró de que la chica es de las últimas de una familia de doce hermanos; que no terminó la primaria y vive sola; sus padres ya murieron. No tiene novio, ni hijos, ni más aspiraciones en la vida que salir del trabajo en la mañana para sentarse en la banqueta a ver pasar la vida. Una idea da vueltas en la cabeza del director, a pesar de que la trata de reprimir: ¿no podría ser una donante esta joven intrascendente? ¿No valdría más para el género humano la vida de los tres brillantes enfermos que la de ésta humilde afanadora? En una clínica como esta no sería difícil “sacrificarla” sin que nadie pregunte, mezclándola con otros tantos cadáveres sin nombre. ¿Debe matar a una para salvar a tres? ¿Qué haría usted?

El ideal del utilitarismo podría anunciarse así: "el máximo bienestar para el máximo número de personas". Los utilitaristas tratan de resolver el problema del bien y el mal averiguando qué decisión termina beneficiando al mayor número de gente o produciendo el mayor bien. La historia precedente narra una situación extrema que exhibe la debilidad de una postura utilitarista: ¿cómo comparar los “tipos” de bien que se producen en un lado y otro? En este caso, los supuestos logros de los jóvenes científicos, contra el valor de la vida de una persona que no puede ser instrumentalizada en beneficio de otros. Sin embargo, el utilitarismo es una posición que se adopta con mucha alegría en los tiempos que corren, porque se lleva bien con el pragmatismo presente en las formas de pensar prevalentes en la sociedad contemporánea. Pareciera que basta hacer una resta de “beneficiados” contra “afectados” y si la suma es positiva, podemos ir para adelante. Y así hemos justificado muchas muertes colaterales, violaciones de derechos humanos, inundaciones de pueblos...

Ser responsable significa hacernos cargo de las consecuencias de nuestros actos. Nosotros, como ciudad, debemos hacernos cargo de la crisis de agua que enfrentamos, porque llevamos décadas consumiendo el agua del subsuelo sin control. Nosotros hemos seguido un modelo de desarrollo urbano e industrial que derrocha el líquido; no hemos sido capaces de establecer políticas que orienten el tipo de industrias que, dada nuestra situación hidrológica, deberíamos tener. No somos siquiera capaces de regular la perforación de pozos, ni de aplicar a cabalidad leyes que obliguen eficazmente al reciclado y limpieza de aguas residuales. Nosotros tenemos años derramando agua en tuberías herrumbrosas. Nosotros seguimos permitiendo que parte de nuestros mantos freáticos se evaporen en riegos por aspersión a plena luz del día, en pastos decorativos, alfalfares y hortalizas en plena ciudad. Nos decidimos por cultivos de alto consumo de agua para exportar, y exportamos agua envasada en lechugas: del desierto, a Canadá y Estados Unidos. Nosotros permitimos que cada vez más casas se construyan en zonas que debieran ser de reserva ecológica.

Los trasvases traen consecuencias ecológicas desfavorables para el lugar donante del agua y no garantizan nunca el agua para siempre, como se presume en León. Agua para Siempre es el nombre de un proyecto en Tehuacán Puebla, que, ese sí, puede aspirar a cumplir la promesa. Con los más de ocho mil millones de pesos que costará el proyecto del acueducto, podríamos haber pensado en obras de regeneración de nuestra sierra, en un programa como ese, que consiste en un trabajo integral de cuidado y regeneración de las cuencas hidrológicas, utilizando una diversidad de técnicas y recursos que permiten recuperar barrancas, retener el agua, infiltrar y recuperar los mantos acuíferos. Yo fui testigo de la reaparición de antiguos manantiales que volvían a crear estanques o pequeñas lagunas en zonas desecadas hacía mucho tiempo.

Aquí en León, “responsablemente”,  dejamos correr el agua desbocada de la sierra, arrastrando plantas, suelos, basura, y mandamos inundar pueblos de Jalisco para aliviar nuestra sed de los próximos veinte años.  Ahora, por vaivenes de la política, el gobernador de Jalisco ha dado su brazo a torcer, y la cortina va, de 105 metros, ocultando bajo el agua a unos pueblos y a nuestra falta de responsabilidad. Esa batalla está perdida, pero, ¿podremos ahora pensar en soluciones que de verdad nos den “agua para siempre”?