Después de 100 años, el pueblo en armas

Después de 100 años, el pueblo en armas

Este aniversario de la Revolución estuvo medio deslucido. Con eso de pasar el asueto al lunes y juntarlo con el Buen Fin, los mexicanos estuvimos más al pendiente de las ofertas en las pantallas de plasma que en festejos patrios. Por su parte, el Gobierno Federal no daba color y parece que hasta pasada la media noche, visto el triunfo de la selección y con sus alipuses entre pecho y espalda, decidió hacer un sobrio desfile.

Frente a tanta frialdad y falta de entusiasmo, opté por dedicar esta columna al hecho histórico que hace apenas tres años redondeó sus 100 abriles y en especial a Zapata. De todos los héroes revolucionarios, que curiosamente veneramos por igual a pesar de que se dieron hasta con la cubeta entre ellos mismos, el que ocupa el altar mayor en mi santoral cívico es el Jefe Zapata. El de Anenecuilco me gusta porque encarna la revolución social más auténtica, más vindicativa de los derechos de los más pobres, más desinteresada, y siendo realistas, la revolución más fracasada. Los ideales zapatistas fueron combatidos desde el principio por los mismos revolucionarios y aunque algunas de sus proclamas se convirtieron en leyes, la realidad es que la clase social a la que Zapata quiso defender, los campesinos y campesinas, siguen siendo los más pobres y más golpeados.

En el México contemporáneo, el campo y las comunidades o pequeñas ciudades rurales, siguen viviendo con grandes carencias y magros apoyos, sistemas de salud insuficientes y educación de mala calidad. Y a todo eso se suma el azote del narco y otros grupos del crimen organizado, que se ceba en los municipios incapaces de defenderse frente al poder de estos grupos.

Escucho una entrevista que hace el medio Monitor Expresso a José Manuel Mireles, coordinador de la Guardia Comunitaria de Tepalcatepec, y me parece un diálogo que hace cien años se podría haber tenido con mi general Zapata. Me imagino al reportero preguntando: – Señor Zapata, debe saber que desde la capital no todos los medios ven bien su movimiento. “El Atila del Sur” le llaman algunos. La incipiente democracia Mexicana se pregunta cómo es que ustedes toman las armas y no se conducen por las vías institucionales. Cuéntenos ¿por qué se levantaron en armas?”.

– “Por muchas razones. Tuve que pagar los dos secuestros del esposo de mi hermana la más chica. Tuve que acompañar a la familia de mi tío Alfredo, que le sacaron más de 30 millones de pesos en el primer secuestro aquí de la región. Quisimos rescatar los pedazos del cuerpo de un familiar directo de mi esposa, que ni ofreciéndoles 50 mil pesos porque nos dijeran dónde habían tirado los pedazos… nos engañaron durante dos semanas que sí nos iban a entregar los pedazos y no nos dieron nada. Todos los que estamos en Tepalcatepec, en el movimiento, todos, somos sobrevivientes de todas esas cosas. Yo personalmente fui secuestrado el año pasado. Me sacaron del hospital a las once de la mañana, tres camionetas. Cuando me llevaban a donde me llevaban, con la cabeza tapada, les enseñé el cheque de lo que yo gano. Dije: esto es lo que yo gano en el hospital y tengo cuatro hijos en la universidad. Todos somos víctimas los que estamos aquí. Somos hermanos, somos hijos, somos padres, somos tíos o sobrinos de alguien que fue ejecutado, que fue secuestrado o de alguien que fue violado y embarazado, ¡todos los que hay en Tepalcatepec! El día del levantamiento a las 9 de la mañana eran 80 personas; a las 2 de la tarde éramos tres mil. A mi padre ya le habían quitado todas sus vacas dándole un vale que nunca le pagaron. A todo el que producía maíz ya le habían quitado todo el maíz dándoles vales que no les pagaron. Si una persona en Tepalcatepec le vendía un kilo de maíz a usted, la primera vez eran 25 mil pesos de multa y la segunda vez era cortarle la cabeza. Solamente podía usté venderle el maíz a ellos, y nadie, nadie podía comprarle un grano de maíz a ningún productor, solamente a ellos, y al precio que ellos ponían.”

“Los descendientes de los fundadores del pueblo de Tepalcatepec nos reunimos todos los martes. En nuestras reuniones privadas comentábamos: ¿cómo le vamos a hacer? Hay que quitarnos esta gente de encima. Decía uno de ellos […] si ellos son como noventa y nosotros somos 25 mil namás aquí en el pueblo, ¿por qué no los sacamos? Yo les decía: pero no ocupamos a los 25 mil… y le decía a uno de ellos: yo te he visto matar a un chivo corriendo a toda velocidad a 400 metros de distancia y le pegas en la pura maceta. No ocupamos enfrentarlos; ¡ocupamos cazarlos! Y decía uno de ellos: sí, pero no es lo mismo que matar un cristiano. Yo le decía, no, es más fácil; está más grandón y camina más lento. ¡Vamos a entrarle! Todos teníamos la decisión, pero no teníamos el valor…”

Y se levantaron en armas.

Zapata nunca confió en los gobiernos sucesivos emanados de la Revolución, porque nunca atendieron las demandas de los campesinos del sur. Mejor lo mataron a traición. El Dr. Mireles también considera la posibilidad: “Todos los que nos metimos en esto estamos bien decididos. Sabemos que nuestra vida tiene ya un límite más corto del que pensábamos”. Después de 100 años en Michoacán la gente se arma, no contra el gobierno, sino contra los Caballeros Templarios y otras lacras a las que el gobierno no atina, no quiere o no puede combatir.

(El texto entrecomillado son fragmentos de la entrevista al Dr. José Manuel Mireles. Se puede ver el video en la siguiente liga: http://bit.ly/I3AANe)