viernes. 19.04.2024
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Dime en qué gastas y te diré quién eres

Dime en qué gastas y te diré quién eres

O mejor aún: Entre las personas como entre las naciones (y los municipios y estados) las prioridades verdaderas están en el ejercicio del presupuesto. O en términos evangélicos: Donde esté tu tesoro ahí estará tu corazón. En cualquier caso, lo que queremos decir es que más allá de la retórica, al final, los gobiernos pondrán el dinero en las cosas que realmente les importen.

Pero en esta disyuntiva los tomadores de decisiones no están solos. Es una disputa en la que entran muchos interesados que se empeñarán en llevar agua para su molino... o su calle, o su centro comercial. Se trata, por ejemplo, de inclinar la balanza para que se prioricen las obras viales que darán plusvalía a mis propiedades, que embellezcan la parte de la ciudad que yo transito, o que reduzcan el tiempo de tránsito de mi casa al trabajo. Aún desde una visión menos interesada y egoísta, coexisten visiones distintas sobre lo que es bueno para el municipio. Para muchos, la ciudad avanza en proporción directa a sus pasos a desnivel y el ancho de sus avenidas; la cantidad de agencias automotrices y el lustre de sus clusters residenciales. Lo que la ciudad necesita es estar bonita, ser eficiente, para atraer visitantes e inversiones. Hay que remozar la ciudad aunque esto suponga despavimentar calles que ya estaban pavimentadas para darles ahora un nuevo look.

Lo que otra parte de los leoneses desean son cosas mucho más elementales: que su calle no se haga un mar de lodo en época de lluvias, que iluminen las banquetas si es que éstas existen; que resuelvan el problema del tiradero de la basura, que el drenaje no esté a cielo abierto, que los niños tengan espacios para jugar, que el autobús pase a tiempo y que no se necesiten dos horas para llegar al trabajo; que a los hijos no les claven una navaja al pasar por el territorio de la banda de otra colonia de camino a la secundaria...

Las dos cosas son posibles, dirán algunos. Pero la verdad es que jalar la cobija de un lado destapa el otro. No hay suficiente. Y los que saben arroparse mejor con el sarape presupuestal son los ganadores de siempre: los que financiaron las campañas políticas, los que tienen los medios de comunicación, los que están afiliados a las cámaras empresariales. Por eso en nuestras ciudades mexicanas coexisten siempre dos urbes desemejantes: una que quiere ser Miami o Huston y otra que lucha por dejar de ser Puerto Príncipe.

Pongamos un ejemplo práctico: Un distribuidor vial para agilizar el tráfico se anuncia con bombo y platillo: 650 millones de pesos. Según se dice, se verán beneficiados 50 mil automovilistas que circulan por ahí diariamente. Eso supone una inversión de 13 mil pesos por conductor que se estará agradecido porque en lugar de hacer 15 minutos a su trabajo, hará...11. Claro, habrá otros beneficios: se reduce la contaminación, los centros comerciales de la zona pueden aumentar sus ventas, daremos una imagen de ciudad moderna.

¿De qué otra forma podemos gastar esos 650 millones? Según cálculos basados en los precios reportados por el gobierno del estado, se podrían pavimentar con concreto 110 km de calles. Esas calles beneficiarían directamente a unas 188 mil personas. Es decir: no serían los automóviles que pasan por ahí (eso sería extra) sino el cambio que significa en términos de calidad de vida, el pasar del lodo al concreto, de las tolvaneras y bacterias volátiles al aire transparente. Otra forma de gastarlo sería hacer plazas de la ciudadanía en los polígonos de pobreza. Con el dinero de un distribuidor vial se podrían construir casi 10 plazas. O muchas más obras de recuperación de los espacios públicos: parques, canchas deportivas, centros comunitarios. Se podrían construir 3 parque lineales totalmente equipados, o se podrían crear hasta 6 si se plantearan de forma más modesta (con menos equipamiento). Cualquiera de estas alternativas, no sólo beneficiaría a más personas que el distribuidor vial, sino que el cambio en la vida de cada uno de ellas sería mucho mayor. No es lo mismo dejar de vivir en el lodo, que ahorrase cuatro minutos de tiempo en mi carro, con aire acondicionado y música. No es lo mismo reducir la violencia y la incidencia de las bandas en mi colonia, que disfrutar un poco más de la vista de las avenidas de la ciudad desde el asiento de mi automóvil.

Al final, lo que tenemos que entender es que el gasto social, las plazas de la ciudadanía, los espacios deportivos, la pavimentación de la parte oculta de la ciudad, va a repercutir también en la vida de los que ocupan la parte “bonita” de la urbe. Estamos en el mismo barco y no podemos seguir sosteniendo con alfileres las fachadas de nuestras ciudades que esconden a mayorías empobrecidas. La realidad termina siempre por imponerse. Aún desde una visión egocéntrica, los que pueden influir en las decisiones sobre el gasto público tendrán que entender que hay prioridades y que éstas pasan principalmente por la atención a los que siempre han estado fuera de nuestra atención. La otra, es seguir dando lustre a los bulevares, consintiendo a nuestros automóviles, para escuchar después, con cara de fingido asombro, que la violencia y los índices delictivos crecen en nuestras ciudades.