Dinero para la inteligencia policial o para espiar a la inteligencia

Permitir que un gobierno espíe a sus ciudadanos es abrir la puerta a la represión y el totalitarismo…

Dinero para la inteligencia policial o para espiar a la inteligencia

Por séptima ocasión (digo séptima, porque en la Biblia siete significa “mucho”, pero ya he perdido la cuenta), me dispongo a denunciar en el 088 que he sido víctima de un intento de extorsión telefónica. Me contestan muy amablemente y me piden que les dé detalles de la llamada. –Empezó tranquilo –le cuento al telefonista–, diciéndome que sabía que vivía en tal y cual calle, y que había gente que quería hacerme daño, y me daba todos los datos que encontraron en el directorio telefónico, incluso los que están mal. Le dije, con mucha corrección, que me permitiera anotar su número telefónico, y fue entonces que perdió toda compostura. Me amenazó, habló de mi madre de diversas maneras (con las que, desde luego, no estoy de acuerdo) y colgó. –¿Y sabe el número del que le hablaron? –Nooup. Aparece como número privado, pero le doy la hora exacta y el minuto, me imagino que ustedes pueden rastrear, como hacen en la tele. –Uh, no. Ojalá usted lo pueda conseguir, es muy importante. –¿Y yo cómo le hago? –Vaya con su compañía telefónica, y les dice que le den el teléfono que le marcó a usted.  La compañía telefónica me contesta, también muy amablemente: –Fíjese que no podemos darle el número por este asunto de la protección de datos personales. –Bueno, espero que el siguiente truhan que me hable, tenga la decencia de compartirme su tarjeta de contacto. Y pienso: qué bonito sería que nuestro país contara con la tecnología de punta que permitiera rastrear esas llamadas; así de fácil, con sistemas que pudieran interferir los teléfonos de los criminales en las cárceles, que al fin que ya sabemos que de ahí salen esas llamadas, al menos para evitar esas extorsiones. Pero ha de ser tecnología muy cara y de difícil acceso.

A la mujer le roban la bolsa que dejó dentro del coche. A pesar de saber que perderá la mañana entre el traslado y la denuncia, acude al Ministerio Público. –… ¿y a poco dejó la bolsa, así nomás, ahí a la vista? –Pues sí, así fue, ya sé que estuvo mal, pero así fue. Pero no vengo a denunciar aquí mi candidez, sino a los que se aprovecharon de ella (qué buena respuesta dio la señora, a pesar de que estaba un poco intimidada). –¿Y cómo dice que fue el robo? –Dicen, los que vieron de lejos, que pasaron en una camioneta, de esas a las que antes les decían "como de señora-recoge-niños-en-la escuela…" –¿Marca, modelo, placas? –Creo que era gris.  –Mmm. Mire señora, si no tiene las placas, nada podemos hacer. –¿Y no pueden ver algunas cámaras que tengan por ahí, para ver si aparece? ¿O darle seguimiento al uso que le dieron a mis tarjetas de crédito?, o… –Uy "seño", creo que ve usted mucha televisión. Esas tecnologías son como de país rico. La siguiente vez, piensa la señora, agarro a los cacos y se los traigo de una oreja, para que “puedan hacer algo”.

Las dos anécdotas anteriores son reales, pero noveladas. El siguiente relato va sin adornos: hace unos días se anunció la detención de un guerrillero o exguerrillero chileno que probablemente está vinculado al secuestro del "Jefe Diego", y que llevaba más de diez años dedicado a este lucrativo negocio. Hubiera sido bueno que la captura se debiera al despliegue de tecnología que hubiera permitido sospechar de las grandes cantidades de dinero que manejaba este nuevo rico en bienes raíces, o a cualquier otro artilugio tecnológico que nos hablara de la inteligencia policial. La verdad es que se le descubrió porque un taxista, al que habían enviado a entregar un dedo y unas cartas de amenaza al marido de una cautiva, le dio miedo y avisó a la policía. Un taxista asustado: una chiripa. No inteligencia policial. El gobierno no tiene para tanto.

Pero resulta que hay un programa llamado Pegasus, capaz de enviar un mensaje de texto, y, a través de una liga maliciosa, tomar el control de un teléfono celular. Puede utilizarlo, incluso, como un transmisor que permite espiar a una persona y seguir todas sus actividades. El programa desarrollado por la firma israelí NSO Group, es comercializado únicamente con gobiernos y debe ser utilizado exclusivamente para actividades de seguimiento de terroristas y criminales. Es una maravilla. Y es caro: se calcula que el costo de cada infección exitosa es de más de setenta mil dólares. Es un programa genial, porque no deja rastros de quién está tratando de tomar el control del teléfono.

Pero hay evidencias de que el gobierno mexicano lo ha comprado. “Este software malicioso. [sic]  Se ha documentado su adquisición por al menos tres dependencias en México: la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA), la Procuraduría General de la República (PGR) y el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN)”, dice un informe de Artículo 19, avalado por una universidad de Toronto. Pero no sabemos si se ha utilizado para prevenir atentados o para atrapar personajes del crimen organizado. Sí sabemos, porque hay evidencias, que con ese programa, se ha espiado a periodistas, defensores de derechos humanos y activistas; y que esos ataques ocurrieron justamente en periodos en los que estos ciudadanos estaban enfrentados, por circunstancias específicas, con el Gobierno Federal.

Entonces uno se pregunta: ¿cómo es posible un país en el que no hay dinero para crear verdadera inteligencia anti-criminal pero sí para invertir en espiar a los activistas, a los periodistas y a los defensores de derechos humanos?  Permitir que un gobierno espíe a sus ciudadanos es abrir la puerta la represión y el totalitarismo. “La diferencia entre la democracia y la dictadura, es que en la primera los ciudadanos vigilan al gobierno; y en la segunda, el gobierno vigila a sus ciudadanos”. No recuerdo quién lo dijo, y si lo dijo exactamente así, pero tiene toda la razón.