Discutamos sobre el populismo

“La idea del populismo como una visión económica que, dentro del capitalismo, atiende con responsabilidad los desequilibrios del mercado, y procura construir una economía en la que quepan todos, me parece que hay que discutirla y valorarla…”

Discutamos sobre el populismo

“Populista” pareciera ser el insulto de moda entre políticos y comentadores profesionales. Claro que antes se ha dado un proceso mediante el cual se ha ido dotando a la palabra de muchos contenidos, tan perversos, que pareciera una de esas bombas que de niños hacíamos, llenando un globo con todas las cosas desagradables que podíamos encontrar en la cocina o en el jardín.

En su origen, la palabra populismo significa una posición política que se asume como representante de los intereses del pueblo, sobre todo, en contra de la idea de que, en una democracia, pueda ser el mercado quien finalmente tome el poder de manera casi absoluta. A quien esto le parezca de plano rayar en el comunismo, es bueno recordarle que el populismo en Estados Unidos fue abanderado por Franklin D. Roosevelt, quien, para salir de la crisis económica y social de la llamada Gran Depresión, estableció una serie de medidas y creó instituciones (el “New Deal”) que apuntaban claramente a lo que después se llamó Estado de Bienestar.

Muchas críticas al populismo son, en realidad, parte de una discusión muy antigua entre la mayor o menor autonomía que se debe dar al mercado, o dicho de otra manera, entre la mayor o menor injerencia del Estado para evitar o compensar los desequilibrios del mercado, desequilibrios, claro, que terminan sufriendo más algunos que otros. Pero para poderla usar peyorativamente y tener una bomba más eficaz, la palabra se ha cargado de otros significados, y escuchamos frecuentemente la acusación de “populista” a personas y regímenes, en razón de sus actitudes mesiánicas, demagógicas, autoritarias o ultra-nacionalistas.

El mesianismo, en política, es la idea de que alguien –una persona, un país–, tiene el deber de salvar a otros, incluso a pesar de la voluntad del otro de salvarse o no. Hay regímenes mesiánicos, como el estadounidense, que exporta la democracia incluso a fuerza de matar a miles de habitantes de los países a los que lleva la “buena nueva”. Hay políticos mesiánicos que creen que son ellos, y sólo ellos, en un sentido personal, la solución a todos los problemas. El régimen, el político o las personas mesiánicas, se establecen a sí mismos como criterio de moralidad. Hay mesías de izquierda y de derecha, cristianos y musulmanes, gordos y flacos, hombres y mujeres. El mesías no cree solamente que entiende los deseos del pueblo, sino que los encarna.

También se ha metido a esta bomba de la palabra populismo el concepto de autoritarismo. Regímenes autoritarios los ha habido de todos los signos: de Stalin a Franco, de Videla a Fidel Castro. Los regímenes posrevolucionarios en México fueron autoritarios, y parte de ese autoritarismo pervive en el PRI contemporáneo, y en nuestra clase política. El autoritario soporta la democracia hasta que le sirve para llegar al poder, pero una vez ahí, hará todo lo posible por imponer su voluntad soberana.

Populismo se ha utilizado como sinónimo de demagogia. Es verdad que muchos populismos han sido demagógicos, pero ni todos los populistas son demagogos, ni todos los demagogos son populistas. Hay demagogos de todos los signos: de Trump a Maduro, pasando por Fox y Echeverría. Los demagogos ofrecen con la lengua cosas que nunca podrán construir con las manos, soluciones fáciles a problemas complejos. Desgraciadamente la demagogia es uno de los subproductos más comunes de la democracia: casi todos mienten con tal de sentarse en la silla.

En “Los enemigos íntimos de la democracia”, Todorov utiliza la palabra populismo para referirse a los regímenes ultra-nacionalistas y xenófobos en Europa. En Europa llaman populistas a los que, buscando preservar sus condiciones económicas, culpan a los migrantes y los diferentes, de todos los males que la democracia partidista no ha podido resolver.

Para preservar la democracia es necesario tener cuidado con el surgimiento de mesianismos, autoritarismos, demagogos y nacionalistas a ultranza. Son cuatro plagas que se oponen a la idea democrática en sí misma, la estorban y amenazan. Puede haber políticos que las encarnen todas, y que además sean populistas, pero es necesario tejer más fino y hacer las distinciones pertinentes antes de “tirar el agua de la bañera con todo y niño”. La idea del populismo como una visión económica que, dentro del capitalismo, atiende con responsabilidad los desequilibrios del mercado, y procura construir una economía en la que quepan todos, me parece que hay que discutirla y valorarla. No hacerlo, y dejar que el país se siga partiendo cada vez más entre los que tienen demasiado y los que no tienen para vivir dignamente, es, justamente, abonar al surgimiento de demagogos, mesiánicos autoritarios y ultra nacionalistas.