El declive de la violencia [II]

La educación, más allá de los contenidos, debieran estar dando a los niños y niñas herramientas sólidas para analizar la realidad y poder decidir conforme a ello, integrando, la empatía, el autocontrol y la moralidad…

El declive de la violencia [II]

La samana pasada aproveché este espacio para hacer algunos comentarios y compartir algunas ideas que me vinieron a la mente a raíz de la lectura del libro “Los Ángeles que llevamos dentro”, de Steven Pinker. La mayor parte del artículo lo dediqué a argumentar a favor de una de las ideas controvertidas del autor: el declive de la violencia en la humanidad; y también a lo que el autor llama “las razones de la violencia”. Hablamos brevemente, entonces, de la violencia práctica o instrumental, del sadismo, el impulso de dominación, la venganza y las ideologías. Al final, tocaba el tema que da título al libro, las razones por las que podemos ir venciendo a eso que nos invita a la violencia: la empatía, el autocontrol, la moralidad y la razón. Éstos son, para Pinker, los ángeles que tenemos dentro, como especie.

Como sucede con frecuencia en estos textos –en los que estamos sujetos a una guillotina que nos obliga a cercenar lo que no quepa en unos cuantos miles de caracteres– quedan ideas en el tintero. Alguien me comentaba, precisamente, que estas ideas finales, sobre nuestros inquilinos angélicos, valían bien un artículo aparte. Y es verdad que vale la pena profundizar en esta idea, puesto que dichas habilidades o características de las personas no violentas pueden ser la pauta para una educación que aspire a construir relaciones libres de violencia. Retomemos pues, el final de nuestro artículo anterior.

La primera habilidad es la empatía, la capacidad para sentir-con el otro. Este debiera de ser uno de los objetivos fundamentales de cualquier proyecto educativo. Sentímos empatía de forma natural por algunas personas, especialmente las que tenemos cerca y se parecen a nosotros. El reto es cómo ir ampliando este círculo de empatía hasta tocar a seres cada vez más distantes, incluso los no humanos. La información que nos provee actualmente internet, la posibilidad de viajar, los intercambios que permiten los encuentros personales interculturales, abonan a este objetivo. Hay muchos recursos didácticos y estrategias para fomentar la empatía, como los ejercicios que se hacen para que grupos de personas sean forzadas a amarrarse una pierna, o vendarse los ojos y viajar en el transporte público, que acrecan a las personas a las experiencias vivas de los demás.

Autocontrol. En un mundo que ha sobredimensionado la libertad individual sobre la colectividad; el individualismo y el consumo desaforado, hablar de formar a las personas en el autocontrol, suena anticuado, incluso “ñoño”. Sin embargo, la autocontención, bien vista, es una herramienta fundamental de la libertad. No en balde las campañas publicitarias que incitan a los jóvenes al consumo sin límites, los instan a “seguir sus instintos”. Quien se guía por sus instintos es presa fácil de los estímulos que manipulan los otros, y pierde finalmente su libertad. El autocontrol puede ir desde la habilidad para “contar hasta diez” antes de reaccionar, hasta la capacidad para la renuncia y la tolerancia a la frustración. Es, esencialmente, enseñar a autodirigirse.

La moralidad. Pensemos en ella, no como un decalógo de pecados, sino como la adhesión libre a una serie de normas elementales de convivencia y de decencia que permiten que vayamos construyendo lazos de confianza y de afecto. Se trata de formar más allá de las fórmulas de cortesía –aunque se debe pasar por ellas en tanto que medios para comunicar el respeto a los demás– en la expresión real y concreta de la empatía, que nos permite entender que el otro tiene el derecho de ser bien tratado y respetado. La moralidad establece el marco normativo, a veces no escrito, que nos da confianza y gusto por vivir con los demás. Este marco moral a veces lo han dado las religiones, pero éstas, con demasiada frecuencia, han sido también una razón para la violencia ideológica, por lo que hablamos aquí de una moralidad que trascienda las religiones.

Hablando de las religiones, sabemos que las sociedades más religiosas no han sido las menos violentas; aunque tampoco es verdad que las religiones hayan sido las generadoras de todas o las peores guerras: los más crueles holocaustos han tenido razones ideológicas y de dominación, y no religiosas. Lo que si advierte Pinker, porque lo constata en la historia, es que en sociedades en las que la razón y el pensamiento sistemático y científico ayudan a construir argumentaciones fundamentadas en hechos, con mecanismos para la deliberación racional, van disminuyendo la violencia. No se trata, desde mi punto de vista, de rechazar las ideas de Dios y las creencias particulares, sino de ser capaces de separar, con claridad meridiana, los asuntos de orden público, las decisiones de gobierno, de esas creencias. En pocas palabras, los estados laicos son menos propensos a la violencia que los confesionales. La educación, más allá de los contenidos, debieran estar dando a los niños y niñas herramientas sólidas para analizar la realidad y poder decidir conforme a ello, integrando, la empatía, el autocontrol y la moralidad.

(PINKER, Steven. “Los Ángeles que llevamos dentro, el declive de la violencia y sus implicaciones”. Paidos Ibérica, 2012)

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