miércoles. 24.04.2024
El Tiempo

El declive de la violencia

“Aun en las épocas más glorificadas de la civilización, abundan las evidencias de la violencia contra los más pequeños infractores, la salvaje revancha y los saqueos en todas las guerras…”

El declive de la violencia

Puede parecer contra el sentido común, pero la violencia, en la historia de la humanidad es cada vez menos frecuente. Es difícil poder afirmarlo desde nuestro sufrido país, pero según lo documenta Steven Pinker en su libro “Los Ángeles que llevamos dentro”, hay muchas evidencias que sugieren que, a pesar de la sensación de estar viviendo una de las épocas más violentas en la historia de la humanidad, la realidad es que quienes habitamos este siglo estamos menos expuestos a la violencia de lo que estuvieron nuestros ancestros.

Es verdad que hemos desarrollado armamentos más mortíferos y nuestra capacidad para matar ha aumentado, pero una cosa es tener la capacidad y la otra es las muertes violentas en proporción con los habitantes del planeta, o evaluar la violencia cotidiana al interior de las propias sociedades, e incluso del clan familiar. Es común hacer caso a la creencia infantil de que “todo tiempo pasado fue mejor” o a las fantasías sobre el buen salvaje, en las que nos imaginamos un mundo cercano al paraíso terrenal, en el que las instituciones como el Estado y las religiones introdujeron el pecado original de la violencia.

La verdad es que todos los estudios arqueológicos sugieren que la violencia, en las agrupaciones humanas más remotas, era moneda corriente. Las marcas de violencia en casi todos los restos humanos encontrados son abrumadoras, fruto tanto de los conflictos tribales como de los propios de la vida cotidiana. Aun en las épocas más glorificadas de la civilización, abundan las evidencias de la violencia contra los más pequeños infractores, la salvaje revancha y los saqueos en todas las guerras; la violencia sexual contra las mujeres que incluso se legitimaba; no se diga la violencia contra los niños, y los métodos violentos de educación.

Culturalmente, nos recuerda Pinker, los cambios son radicales. Hasta hace no mucho tiempo, se veía como un valor que un hombre respondiera con la violencia frente a otro que de palabra pudiera haber puesto en duda su honestidad o valor. Socialmente podía ser mal visto que el ofendido “no se atreviera” a retar al ofensor. Hoy, aunque puedan existir reacciones violentas ante una “mentada de madre”, es generalmente mal visto que la reacción sea violenta. Las leyes (especialmente en los países en las que éstas funcionan mejor) han sustituido en buena medida a los duelos y las vendettas.

Respecto a las guerras, es verdad que la primera mitad del siglo XX fue el escenario de dos grandes guerras devastadoras, y que murieron millones de personas, pero también es verdad que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la fecha, no se ha repetido ningún enfrentamiento directo entre grandes potencias. Un periodo de más de 70 años, que desde luego no equivale a la paz mundial, pero sí es inédito en la historia de la humanidad. En el caso de México, en concreto, vivimos un periodo violento en cuanto al crimen organizado, pero también una época prolongada sin una guerra civil.

Creámosle o no a Pinker, su libro nos ayuda a entender cuáles pudieran ser las razones de esta disminución de la violencia interespecífica. Describe las razones de la violencia: La violencia práctica o instrumental, es la que se ejerce para conseguir un fin determinado: soy violento con el otro, no porque tenga en realidad nada contra él, sino porque se interpone en mi camino. Es la violencia más típica, vinculada a la codicia o a la lujuria. Otra es la violencia que busca la dominación, un impulso muy vinculado a la testosterona, que nos invita a dominar al otro, aunque no quiere decir que se limite sólo a los varones. La política civilizada, la democracia, buscan canalizar, por medios no violentos, este impulso. La venganza es otra razón para la violencia. Es un impulso más complejo de lo que parece porque se alimenta del miedo, de la idea de conjurar un peligro y de muchas justificaciones morales que distorsionan las cosas, de tal forma que el vengador siente siempre que su reacción es justificada porque el daño del agresor fue siempre mayor o más inmoral. El sadismo es otra razón, más íntima, más patológica y, finalmente, las razones ideológicas (incluidas las religiosas). Estas razones no funcionan aisladas: entre los narcotraficantes mexicanos podemos encontrar claramente una razón pragmática, pero no exenta de sadismo o de deseos de dominación; en el agresor sexual hay también razones prácticas vinculadas a la lujuria, pero frecuentemente asociadas al deseo de dominación. El atentado a las Torres Gemelas (2,500 muertos) y la reacción desproporcionada, la Invasión a Irak (650,000 muertes), son claramente una mezcla de razones ideológicas y de venganza.

Pinker, un optimista desde luego, habla de los ángeles que llevamos dentro, las razones por las que podemos ir venciendo a lo que nos invita a la violencia: la empatía, el autocontrol, la moralidad y la razón. Estos ángeles pueden ser guías de una educación para la paz. Aumentar la capacidad de empatía; construir personalidades capaces del autocontrol; construir ciudadanos capaces de vivir en libertad, pero dispuestos por convicción a respetar normas que construyan una moralidad en la que sea mal vista la violencia, y fomentar la racionalidad, el pensamiento científico y la capacidad para razonar desde los hechos. Habrá que evaluar si la transformación educativa está en sintonía con estos objetivos educativos.

 (PINKER, Steven. “Los Ángeles que llevamos dentro, el declive de la violencia y sus implicaciones”. Paidos Ibérica, 2012)