jueves. 18.04.2024
El Tiempo

Entre el miedo y la esperanza

"...el mayor peligro que enfrentamos no es el gobierno electo democráticamente, sino la polarización social, que se alimenta desde la forma de comunicar del presidente, y desde los análisis interesados de sus opositores..."

Entre el miedo y la esperanza

La semana pasada, De las Heras publicó los resultados de una encuesta que mide la percepción de los mexicanos sobre los primeros cien días de gobierno de López Obrador. Los datos confirman lo que otras casas encuestadoras han dicho en el último mes respecto de la alta aprobación que tiene el gobierno actual. En este sondeo, el 80% de los consultados aprueba el desempeño del gobierno, y sólo un 14% lo desaprueba. 83% considera que se está gobernando bien o más o menos bien, y sólo el 15% que lo hace mal o medio mal. Cuando se pregunta a las personas si desde que AMLO es presidente ellas están mejor o peor, el 47% considera que mejor, el 34% que igual y el 12% que peor.

Los resultados sorprenden, no por lo que uno vea en la calle, sino por la opinión dominante en la prensa, y por la cantidad de conflictos manifiestos que se podría esperar, minasen la imagen de cualquier mandatario. La realidad es que, a solo 100 días, no es posible saber, a ciencia cierta, si estamos mejor o peor. No hay decisiones que se reflejen todavía, por sí solas, en la economía real (en los bolsillos); la situación de inseguridad todavía es difícil cargársela al nuevo gobierno; muchas de las decisiones controvertidas han sido más declaraciones que hechos reales. Lo que la encuesta refleja, en realidad, no es más que las percepciones encontradas sobre un presidente que está más presente que nunca en el espacio público, percepciones polarizadas entre el miedo y la esperanza.

El 80% de los mexicanos ve todavía con ilusión el cambio de gobierno. Optimismo que tiene sustento en el abordaje de problemas que durante décadas habían sido demandas populares insatisfechas: fin a los privilegios de la clase política, combate a la corrupción, el adelgazamiento de la burocracia. Más allá de los logros en esas materias, se alimenta la expectativa de que “por fin alguien hará algo”. Según De las Heras, las personas entrevistadas apoyan muchas de las decisiones anunciadas: casi el 80% está de acuerdo con la disminución de salarios a los funcionarios y con el combate al robo de combustible; 67% a favor de la termoeléctrica en Huixtla; 66% a favor de el Tren Maya; 63% a favor de la guardia civil; 56% a favor de las becas a los jóvenes. Es importante notar que esos porcentajes de aprobación superan la proporción de sus votantes, lo que quiere decir que ha logrado convencer a muchos que no habían votado por él, y también es mucho mayor que los beneficiarios directos proyectados en sus programas sociales.

Por otro lado, está el rechazo, que se funda, por una parte, en algunos hechos concretos, como las consultas a modo, la cancelación de un aeropuerto en la Ciudad de México, cierta incontinencia verbal, que, aún en cámara lenta, alcanza a lastimar y calumniar a sus opositores y a otros poderes de gobierno. Y por otra parte en el miedo, enraizado en percepciones previas sobre el personaje (populista, revanchista, Maduro en potencia, autoritario) y que ayuda a engarzar los hechos, siempre de tal forma, que demuestren la profecía, como en una constelación sideral que se escogen los puntos en el cielo que refuerzan la imagen preconcebida y se desechan las que no sirven para tal fin.

El miedo y la esperanza son divergentes y ambos tienen sus peligros. La esperanza, si no es crítica, puede dejarse llevar demasiado lejos, construir castillos en el aire y reventar cuando las evidencias sean demasiadas. Somos un pueblo traicionado recurrentemente, y si esta expectativa tan alta no se ve, al menos en parte, satisfecha, las consecuencias podrían ser graves. El miedo es también muy peligroso, porque hace reaccionar a los seres humanos de tres formas posibles: paraliza, hace huir o atacar. Desde la esperanza cándida, es fácil justificar hechos y acciones que no aceptaríamos en cualquier otro régimen. Desde el miedo no podemos distinguir matices y nos negamos a participar y contribuir con soluciones.

Lo nuevo en nuestra democracia, es que enfrentamos el primer cambio de gobierno que involucra también un cambio en las formas y los principios con los que se trabajaba en gobiernos anteriores. Pero el mayor peligro que enfrentamos no es el gobierno electo democráticamente, sino la polarización social, que se alimenta desde la forma de comunicar del presidente, y desde los análisis interesados de sus opositores.

¿Cuál es la tarea más urgente desde los organismos de la sociedad civil como el Observatorio Ciudadano, la Mesa de Seguridad, los organismos de Derechos Humanos, que hemos dado seguimiento en otros sexenios a las políticas públicas?  Lo mismo que veníamos haciendo: medir y evaluar los hechos concretos, los logros y fracasos tangibles: más allá de los exabruptos mañaneros, ¿baja la violencia? ¿Se reduce la pobreza y la desigualdad? ¿Se amplían los derechos? Denunciar cuando sea necesario, proponer cuando sea pertinente. Frente a la polarización hacen falta los análisis que, más allá de las filias y fobias políticas y personales, aporten inteligencia y datos duros al debate.  Esa sería nuestra contribución más valiosa y necesaria.