viernes. 19.04.2024
El Tiempo

Francisco, ¿revolucionario?

"El gran cambio en el Papa está en situarse en una posición diferente, desde la que se ve al otro y al mundo..." 

Francisco, ¿revolucionario?

Un Papa latinoamericano, y para colmo, jesuita. Bastante novedad había en eso, ya de entrada, cuando la fumata blanca del Vaticano anunció al mundo que había nuevo Papa. Llamarse Francisco –por el Poverello de Asís, fundador de los Franciscanos y no por San Francisco Javier, santo jesuita– fue también novedoso. Distinto fue, desde el principio, su lenguaje: sencillo, cercano, directo, humilde, afectuoso.

En su reciente visita a los Estados Unidos, suscitó irritación y recelo en los conservadores y fundamentalistas cristianos: marxista, revolucionario, le dicen. Al interior de la Iglesia algunos también se disgustan y se resisten. Otros lo vemos con mucha esperanza. Pero más allá de su origen y su filiación a una orden; más allá del desparpajo y frescura en su hablar, ¿qué hay de nuevo en el Papa Francisco? ¿Qué va a cambiar –o tratar de cambiar– realmente en la Iglesia Católica?

Sus temas sociales preferidos, la justicia, la relación entre capital y trabajo, el consumismo, la ecología, no son totalmente nuevos; han estado presentes en la doctrina social de la Iglesia desde la Rerum Novarum, de Juan XXIII hasta la Centesimus Annus de Juan Pablo Segundo, pasando por la Pacem in Terris de Juan XXIII; la Populorum Progressio de Paulo VI; la Laboren Exersens de Juan Pablo II y varias más, además de Gaudium et Spes del Vaticano II. En todos estos documentos se plantea la prevalencia de la persona por encima del capital y las exigencias de justicia. Quizá en algunas épocas el temor al comunismo ponía más el acento sobre los peligros del colectivismo que anulaba al individuo, pero no dejaban de aparecer con claridad los otros peligros, los de la explotación y la alienación presentes en los sistema económicos que ponían por encima la ganancia económica por sobre la vida de las personas.

En la doctrina moral, al menos en el texto, no parece cambiar nada, ni se puede esperar mucho: no ha reconocido a las familias con parejas homoparentales; no ha establecido un mecanismo para que una pareja casada pueda divorciarse sin apelar a la nulidad; no ha hablado a favor del derecho de la mujer a decidir en el caso del aborto...

¿Entonces en dónde está el cambio? Ha habido, en temas sociales, sin duda, un cambio en el énfasis: no es el Papa que viene de vivir tras la cortina de hierro, sino el latinoamericano que ha sido testigo de los grandes desequilibrios en la distribución de la riqueza. La desigualdad, la tiranía del mercado, la desgracia de los migrantes, no forman parte ya de un llamado marginal que se pierden entre muchos temas, especialmente los asociados a la sexualidad. Ocupan ahora lo central en su discurso, aparecen con fuerza y frecuencia, abordados con convicción y claridad. Sus argumentos no son vagas disertaciones morales sino exigencias muy concretas dirigidas a responsables concretos. El tema de la ecología es quizás lo más novedoso, porque aunque fuera tocado ya por otros papas, nunca había merecido una encíclica completa. Es una preocupación genuina que lo distingue desde que acogió en su nombre al santo patrono de la ecología.

En lo doctrinal, decíamos, no hay, y no habrá, cambios bruscos. Pero hay un cambio, quizá el más radical de todos: la actitud, que él resume en la palabra misericordia. Esta palabra encierra una riqueza enorme y ha sido utilizada con mucha banalidad, a veces reduciéndola sólo a la capacidad de perdonar. Desde sus raíces latinas, misericordia viene de misere, alguien en desgracia, y cord, corazón o el lugar del sentimiento. Tiene qué ver con la cualidad de sentir empatía, de compadecerse del otro. Pero la palabra misericordia, según nos explica Juan Pablo II en la encíclica Dives in Misericordia, aparece de varias formas en la Biblia, con significados más profundos y más ricos: “Ante todo está el término hesed, que indica una actitud profunda de bondad. Cuando esta actitud se da entre dos hombres, éstos son no solamente benévolos el uno con el otro, sino al mismo tiempo recíprocamente fieles en virtud de un compromiso interior [...] El segundo vocablo, que en la terminología del antiguo testamento sirve para definir la misericordia, es rahamim [...] Rahamim, ya en su raíz, denota el amor de la madre (raham = regazo materno) [...] Sobre este trasfondo psicológico, rahamim engendra una escala de sentimientos, entre los que están la bondad y la ternura, la paciencia y la comprensión, es decir, la disposición a perdonar”. Hay otro sustantivo usado en la Biblia y traducido después como misericordia: hen, derivado del verbo hanan, que significa inclinarse con bondad para mirar, o mirar con cariño.

El gran cambio en el Papa está en situarse en una posición diferente, desde la que se ve al otro y al mundo. Inclinado hacia los más necesitados; no desde la atalaya del que se sabe perfecto y juzga a los demás, sino del que se reconoce necesitado de misericordia, de ser mirado con amor y comprensión, y ve a los demás de la misma manera. Pareciera un asunto de estrategia en el discurso, de forma, pero es más profundo de lo que se puede pensar. Es muy diferente pensar que el aborto es siempre una desgracia, algo que se debe evitar, pero viendo con cariño de madre a quien aborta, que encender antorchas para quemarla viva. Es muy diferente pensar que lo ideal es que el matrimonio sea para toda la vida, y una muy diferente el pensar que las personas no pueden equivocarse en la elección, y que hacerlo significa la soledad o el destierro.

La actitud de misericordia significa inclinarse, salir, acercarse al que sufre. Cualquiera que tenga la experiencia real de acercarse a quien sufre se va transformando, porque va comprendiendo, va desarrollando empatía. Por eso invita Francisco a los obispos –unos hacen caso, otros no– a dejar sus palacetes, a salir, a estar en las zonas marginadas, en los autobuses, en las casas de cartón. Porque sabe que sólo así serán capaces de misericordia.

Esa actitud fundamental, esa disposición a mirar con ternura y bondad, al final puede ser más transformadora que la discusión ideológica sobre temas doctrinales. Puede ser que los fundamentalistas gringos tengan la razón, y Francisco sea un revolucionario. Ojalá.