miércoles. 17.04.2024
El Tiempo

Frente al límite

Ni los encargados de los campos son bestias, productos inéditos de la especie humana, ni son uniformes las reacciones y actitudes de las víctimas. Reconocer que los actores de estas etapas atroces de la humanidad se acercan a la media es inquietante, porque nos rebela que lo acaecido puede volver a suceder en cualquier momento…

Frente al límite

Conocí a Tzvetan Todorov, en un sentido literario, hace una década, a través de su libro Frente al límite. (1993). No sabía nada de él, pero me sedujo el discurso que construye a partir del análisis de los comportamientos de las personas en situaciones límite, en los campos de concentración. Desde una mirada superficial se tendería a caricaturizar esas experiencias dividiendo los campos en víctimas y victimarios, en malos y buenos. Todorov se interesa en las virtudes y los vicios de las personas que se nos revelan en una inquietante medianía. Ni los encargados de los campos son bestias, productos inéditos de la especie humana, ni son uniformes las reacciones y actitudes de las víctimas. Reconocer que los actores de estas etapas atroces de la humanidad se acercan a la media es inquietante, porque nos rebela que lo acaecido puede volver a suceder en cualquier momento; que, dadas ciertas circunstancias, esas atrocidades pueden repetirse. Los alemanes, antes de la guerra, eran vecinos “comunes y corrientes” que convivían en santa paz con los judíos. Son algunas condiciones sociales las que van construyendo el escenario para que esos actores desempeñen papeles que en circunstancias “normales” se negarían a desempeñar.

Uno de los ingredientes para que esto pase, es un proceso de despersonalización. Se construyen relaciones impersonales en las que los otros son sólo “entes”, no llegan a ser personas. En los campos era fundamental dejar de llamar a los prisioneros por su nombre; vestirlos igual, raparlos a todos, difuminar las diferencias, convertirlos en un número. Otra parte del proceso es el de la “licuación de la culpa”. Partir las responsabilidades sobre lo que se hace en mini procesos que aparentemente son inocentes: “… yo no mataba judíos, solo les vendía el gas…”; “… yo sólo los subía al tren…”; “… yo sólo llenaba formularios...” Ninguno de los elementos de la cadena tiene el sentimiento de cargar con la responsabilidad de lo que se lleva a cabo; la compartimentación del trabajo ha suspendido la conciencia moral.

Pero frente a esas situaciones en la frontera, en el límite, a Todorov le llamaban la atención las virtudes individuales que podían hacer frente, a pesar de todo, al poder totalitario. Y rescata del lodazal las historias de personajes que son capaces de decir no y de salvar su dignidad. Para Todorov la dignidad significa “la capacidad del individuo de mantenerse como un sujeto provisto de voluntad. Ese simple hecho lo mantiene en el seno de la especie humana.” Personas que, en un acto definitivo, arrebatan al victimario la decisión sobre el momento de su muerte, o que se niegan a participar y obedecer las reglas que los despersonalizan y cosifican en los campos, aun a riesgo de perder la vida. La muerte del escritor búlgaro-francés me tomó en medio de la lectura del que creo es su último libro: Insumisos (2016). En él retoma el interés por este tipo de personajes, el de los insumisos. Retoma la historia de la espiritual Etty Hilesum –que había incluido en Frente al límite– y de otros grandes insumisos, como la francesa Germaine Tillion, patriota de la resistencia anti nazi, y opositora a la dominación francesa en Argelia; Boris Pasternak y Aleksandr Solzhenitsyn, escritores rusos; Nelson Mandela, Malcolm X; David Shulman (intelectual judío, opuesto a las políticas colonialistas de su país) y Edward Snowden.

No necesariamente son revolucionarios, en el uso corriente que damos al término, en tanto que no se plantean la transformación de todo el sistema y proponen una nueva utopía, sino que, sencillamente, se niegan a someterse a los poderes dominantes; aunque, paradójicamente, sus actos pueden desencadenar verdaderas revoluciones. Hilesum, una judía holandesa que muere en los campos de concentración, se niega a dejarse contagiar por el odio de los soldados del campo de Ravensbruck, porque dejarse invadir por ese odio significa, al final, concederles la victoria.

Sin llegar a estas situaciones límite, podemos reconocer en la descomposición social de nuestro país elementos que la crítica de Todorov puede acompañar. Nos podemos preguntar cómo es que llegamos a una situación en la que la vida de las personas ha ido perdiendo su valor; en la que por cualquier disputa callejera, cualquier deuda o discusión se dispone de la vida de los demás, en la que los migrantes asesinados en nuestro suelo pasan desapercibidos. Podemos atestiguar cómo la clase política se ha renovado con nuevos ciudadanos, que al llegar al poder asumen con sorprendente naturalidad los vicios que criticaban en los políticos de viejo cuño. Podemos reconocer en el país vecino el germen de un nuevo totalitarismo que invita a los vecinos a denunciar a los vecinos, a perseguir al diferente, a etiquetarlo y culparlo de todas las desgracias personales, para invitar al linchamiento (El miedo a los Bárbaros, 2008)

Pero frente a esta realidad, la invitación es a construir, no desde el odio a las personas, sino desde el odio al sistema que las produce y las justifica. Dejarnos invadir por el odio, como diría Etty Hilesum, es concederle la victoria al agresor.