Los adultos no sonríen

“Los niños y niñas nos hablan de la falta de respeto en la forma en que los adultos se comunican…”

 

Los adultos no sonríen

En los últimos dos trienios, las organizaciones que conformamos la Red de Solidaridad La Olla, hemos llevado a cabo ejercicios de autodiagnósticos en Las Joyas, polígono urbano marginado de la ciudad de León, produciendo un documento que llamamos Agenda Social de Necesidades. La idea es presentar a los candidatos y candidatas una jerarquización de las necesidades de la zona, para tratar de incidir en la forma en que se aplican los recursos públicos en esta parte de la ciudad, desde la perspectiva de sus habitantes. El ejercicio se realiza a través de asambleas en diferentes colonias del polígono. En éstas, la violencia es una problemática que aparece con mucha insistencia, pero los adultos hablan siempre de la violencia externa: los robos en las calles, los robos a la casa, las agresiones en el autobús. El año pasado incorporamos en los diagnósticos la voz de los menores y ¡sorpresa! ahí sí aparece la violencia doméstica y frases tan cargadas de contenido como la que encabeza este artículo.  Los niños y niñas nos hablan de la falta de respeto en la forma en que los adultos se comunican, del maltrato a los abuelos y a las personas con capacidades diferentes; de los agravios a la pareja y de los golpes y vejaciones a ellos mismos, por parte de sus padres y de sus hermanos mayores.

Tenemos muchas evidencias de la existencia tan extendida de la violencia doméstica en México, pero cuesta mucho trabajo hablar de ella; pareciera que ser soterrada, muda, estuviera en su naturaleza.  En las reuniones comunitarias con adultos, cuando se pregunta directamente sobre la violencia intrafamiliar, se admite y se confirma que está muy generalizada –siempre en las casas de los vecinos–. Pero es como si hubiera un consenso social en el sentido de que este tipo de violencia pertenece al ámbito privado y no hay mucho que hacer desde fuera: “entre esposos y parientes que nadie meta los dientes”, dice uno de tantos dichos nefandos que vamos heredando. Ese espacio, cuya intimidad pudiera imaginarse como garante de la seguridad de sus miembros, empezando por los más vulnerables, se convierte, en virtud de esa privacidad, en el lugar donde los niños y niñas reciben las peores heridas físicas y psicológicas.

Según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), la violencia intrafamiliar en México se incrementó en un 72% del primer trimestre de 2015 al mismo periodo de 2019, en el que se registraron más de 44 mil carpetas de investigación. Esto no considera, desde luego, la cifra negra, que en este delito es enorme. La Ciudad de México, Nuevo León, Guanajuato, Coahuila y Chihuahua, abanderan esta lista de entidades con más carpetas de investigación sobre el tema. Viviendo con los niveles de delincuencia que tenemos, no es posible que este problema sea tratado como un simple tema más en la agenda social del gobierno. Tampoco se explica que el asunto no esté en el centro de la pastoral de las iglesias, o que las empresas consideren que es un problema que pertenece exclusivamente al ámbito privado de sus trabajadores. Existen cada vez más evidencias de la relación que existe entre los primo-delincuentes y las condiciones de violencia en sus hogares: ocho de cada diez reclusos han sufrido en la niñez violencia directa o la han presenciado entre los adultos de sus familias.

Es preciso plantear estrategias globales, transversales, mucho más ambiciosas, para erradicar este mal. No basta con hacer campañas, porque la violencia es, muchas veces, callada por vergüenza o por temor y las campañas, por sí solas, pueden re-victimizar a las personas, que, además del ser golpeadas, tiene el estigma de ser “dejadas”, o de no querer dejar de vivir de una forma indebida. Las víctimas, frecuentemente, no ignoran que vivir en una situación permanente de violencia esté mal, sino que no tienen las herramientas para oponerse a ella.

La vulnerabilidad a la violencia doméstica se da por la asimetría de poder (natural, en cierta medida, en la relación filio-parental). Esta asimetría, que debiera garantizar la protección de los más débiles, los convierte, precisamente, en el objeto de la ira incontrolada de quienes tienen más fuerza y poder. Los débiles mantienen una relación de confianza-dependencia con los fuertes y eso los hace más vulnerables y, al mismo tiempo, más incapaces de denunciar o de enfrentarse a sus agresores. Ofrecer espacios de trabajo y estudio adecuados a las mujeres que les ayude a ser más independientes; espacios para los niños, niñas y adolescentes en los que puedan expresarse y empoderarse para lanzar hilos de auxilio hacia fuera del espacio familiar; facilitar espacios de expresión a las mujeres y menores fuera del ámbito familiar, como las iglesias, las fábricas, las organizaciones de la sociedad civil, son algunas de las estrategias, además de las penales y legales, que debemos emprender urgentemente. Porque los niños y niñas violentados hoy, serán esos adultos que no sonríen mañana.