martes. 23.04.2024
El Tiempo

Un México enfermo para recibir la enfermedad

 “Individuo en estado físico precario, con rasgos paranoicos, bipolares y esquizofrénicos, con un estado anímico depresivo que se mantiene a lo largo de muchos sexenios”. 
Un México enfermo para recibir la enfermedad


El cuerpo de cada persona está bien o mal preparado para recibir el ataque de un virus, dependiendo de su estado de salud general: de su fortaleza física, de la preexistencia de otras enfermedades, etc. Pero también de su estado psicológico y espiritual: de su momento vital, si está deprimido, si viene saliendo de una crisis personal etc. Digamos que sus probabilidades de enfrentar airosamente un ataque dependen de sus equilibrios físicos, psicológicos y espirituales. Ya después vendrá lo que pueden hacer los doctores y las medicinas por él.

Me preguntaba al escribir esto: si viéramos a México como un cuerpo uniforme, como una persona ¿cómo están nuestros equilibrios físicos, psicológicos, espirituales, como nación? No quiero alimentar nuestras preocupaciones, ya de por sí ampliadas por la sobre información de la pandemia que se nos viene encima. Pero hagan de cuenta que México está saliendo del consultorio. El análisis que traen en las manos podría, fácilmente, decir lo siguiente: “Individuo en estado físico precario, con rasgos paranoicos, bipolares y esquizofrénicos, con un estado anímico depresivo que se mantiene a lo largo de muchos sexenios”. Vamos, que para el Coronavirus, somos un plato tan apetitoso como un diabético, fumador e hipertenso de 75 años.

México está mal físicamente para afrontar la pandemia, porque sufre de una economía de por si estancada, con una población mayoritaria en el empleo informal, y niveles de pobreza e inequidad todavía inaceptables. Su raquítica constitución física no es la adecuada para soportar la medicina que los doctores han recetado en otras partes del mundo: detener la actividad económica hará estragos en su esquelética figura y la medicina podría ser más dura que la enfermedad.

Psicológicamente tiene problemas o digamos, más coloquialmente, que está mal, muy mal de la cabeza. Dicen los que dicen que saben, que cuando un individuo tiene paranoia, siente que todos están contra él; hay en su alma un rencor persistente, o la percepción permanente de ataques a su reputación; sospechas recurrentes respecto a la fidelidad de su pareja o de sus amigos... Los mexicanos tenemos una cabeza claramente paranoica, pero ese no es todo el problema. Tenemos otras cabezas, enfrentadas entre sí. Las cabezas, en todos los niveles, no son capaces de acordar y de tener una estrategia conjunta. Cada Estado va decidiendo y dictando medidas y descalificando lo que hace la cabeza de este país esquizofrénico y confundido. Las cabezas no se dan cuenta de que, cada vez que descalifican lo que las otras cabezas hacen o dicen, en una situación de emergencia, se va sembrando incertidumbre y angustia en el cuerpo completo.

Eso tienen que ver con nuestro estado anímico. Traemos una depresión canija. Puede ser que la raíz, el fondo, es que somos como esas personas que llevan varios matrimonios y parece que se han divorciado más veces de las que se han casado. Nunca les funciona. No nos funciona nada: nos casamos con el nacionalismo revolucionario y nos robaron hasta los calzones. Luego con la derecha y nos decepcionaron; luego con una supuesta izquierda que habla y habla y habla, pero no acaba de… de nada. Lo peor es que nuestra bipolaridad hace que la mitad de México preferiría que le fuera mal a México con tal de demostrar que la cabeza de México está mal. El doctor puso una nota al margen: “cuidado con las tendencias suicidas”. Algo está mal, en este organismo que no es capaz de coordinar una defensa conjunta contra nada. Hay enfermedades preexistentes, seguramente de esas que impiden que el cuerpo se defienda contra las amenazas externas. No es necesario que entre un virus porque nuestro organismo está peleado permanentemente consigo mismo.

Suena grave el diagnóstico. Pero también es verdad que algo extraordinario tiene este México que sorprende a todos sus doctores: su capacidad para salir adelante. Su destreza para sobrevivir a todos los virus y bacterias, hecatombes y políticos. Especialmente a estos últimos. Claro que tanto hándicap no nos da para más que para eso: sobrevivir. Pero quizás el coronavirus pueda ser la oportunidad de desterrar esa enfermedad prexistente: el egoísmo y ceguera que nos impide trabajar en conjunto por la patria. Viene una crisis de esas que tumban en la cama y obligan a la introspección. Y entonces podremos, después de vencer a este mugroso virus nuevo, quizás, solo quizás, construir un país mejor para todas y todos.