viernes. 19.04.2024
El Tiempo

¿Hay nalgadas a tiempo?

"podríamos no estar viviendo la violencia que estamos viviendo a causa del crimen organizado y este adolescente habría tomado la misma decisión, porque su desequilibrio psicológico no se ligaba con la descomposición social circundante..."

¿Hay nalgadas a tiempo?

La tragedia de Monterrey –un chamaquito de 15 años con problemas psicológicos que decide disparar sobre su maestra y compañeros– causó, con justa razón, conmoción en todo el país.  Pero hay qué decir que es un hecho individual, que pudo haber ocurrido en muchos otros países, como ocurre frecuentemente. Digámoslo de otra manera: podríamos no estar viviendo la violencia que estamos viviendo a causa del crimen organizado y este adolescente habría tomado la misma decisión, porque su desequilibrio psicológico no se ligaba con la descomposición social circundante. Ni siquiera las armas que poseía el padre provenían de actividades ilegales, puesto que estaban destinadas a la cacería, actividad odiosa para mí, pero perfectamente legal.

Sin embargo, en la percepción general, este hecho de sangre se suma a toda la larga cuenta que llevamos anotada en los últimos años. Pero el tema de este artículo no es la taxonomía de la violencia –en qué lista apuntamos cada tipo de crimen– sino en las reacciones, harto desproporcionadas, que se empiezan a oír, queriendo vincular a este chico enfermo y su lamentable decisión con las causas y el origen de todos los actos criminales perpetrados por jóvenes en el país.

La reacción más estúpida ha sido la del gobernador de Nuevo León, que para prevenir la violencia propone tratar a los niños y jóvenes con más violencia y represión: hay qué fundar escuelas militarizadas para hacer la labor de los padres blandengues que no se atreven a meter en cintura a sus hijos. Más moderado, pero por desgracia insistente, ha sido el gobernador de Guanajuato, quien repite que la raíz de la violencia en los adolescentes, está en que no les damos dos o tres nalgadas a tiempo. Lo que las declaraciones de nuestros gobernantes dejan ver, es que siguen un razonamiento basado en las siguientes premisas: 1) Los jóvenes son criminales porque nadie les puso límites en su casa. 2) La única forma de poner límites, o al menos una forma necesaria de poner límites, es a través de la violencia. 3) Por lo tanto: los padres y madres tienen qué volver a la sana costumbre de usar la violencia física para hacer ciudadanos de bien.

Vayamos por partes. ¿Es verdad que los jóvenes criminales lo son porque sus padres no les impusieron límites? El problema de la falta de límites es real, especialmente en las clases sociales altas. Educamos cada vez más niños y niñas que tienen derecho a todo y no deben nada; que no colaboran en su casa; que no son tolerantes frente a la frustración, etc. Hay qué poner límites, pero ¿no se pueden buscar consecuencias diferentes a las faltas de los hijos, que no sean necesariamente violentas?, ¿no se puede enseñar a los hijos a establecer reglas, seguir acuerdos, ser solidarios, sin necesiad de dar chanclazos? El señor gobernador viene de una cultura, de la que venimos nosotros también, en la que se creía que poner límites era igual a utilizar la violencia. Era (y es) una cultura represiva que se reproducía de la familia al régimen político y viceversa.

En una ocasión escuché a una magistrada guanajuatense afirmar que prácticamente el 100% de los jóvenes procesados por algún delito, provienen de familias violentas. Son chicos a los que sus padres no sólo les han dado una “nalgada a tiempo”; les han –perdón por el uso del tecnicismo– partido la madre, diario o casi diario, desde que tenían dos años. Y ven cómo su mamá golpea a sus hermanos por perder una moneda, que parece poca cosa, pero que alcanza para comprar algún bien indispensable. Y que agobiada, con cuatro niños subiéndose al camión, no tolera que uno se resbale y lo levanta de un jalón y lo apura con un zape que le hace visitar de nuevo el piso. Y ven cómo el papá llega hasta el gorro de ocho horas de trabajo y tres o cuatro de transporte, y se desquita con la madre o con los hijos. Porque así vio que su padre trataba a su madre y así ven sus hijos que funciona la cosa, y que el fuerte tiene derecho a golpear al más débil. Son muchachos que se incorporan a los grupos delincuenciales porque ahí se hacen fuertes, y de víctimas pueden pasar a ser victimarios. Vienen de lugares donde la constante son los límites. Viven en condiciones tan adversas, con tantas restricciones, que la búsqueda de unos pesos los inicia, por general, en el robo o la colaboración con bandas de chicos mayores que ellos.

En el origen de la violencia hay causas estructurales y culturales: la economía, las viviendas mínimas, la pérdida de identidad, la desesperanza, el machismo, la falta de educación para el diálogo y la solidaridad. La tarea, por ahora, no es introducir más violencia ni educar con medios más represivos y autoritarios, sino lo contrario. La tarea es educar para la paz, no dar argumentos para la violencia, la nalgada, el chanclazo, aunque parezca oportuno.