martes. 23.04.2024
El Tiempo

Por qué nos atraen los independientes

"... no es que todos los políticos sean corruptos, ni que todos los ciudadanos sean blancas palomas; se trata de un sistema que no funciona, que no premia a los políticos bien intencionados, sino a los peores"

Por qué nos atraen los independientes

La próxima elección presidencial podrá ser recordada como la elección en la que se presentó un mayor número de candidatos independientes. Nunca como ahora los candidatos sin partido tienen tantas posibilidades de ganar, puesto que más de una tercera parte de la población expresa su rechazo a los partidos políticos. No conviene caer en la simplificación que establece que un candidato independiente siempre será mejor que un candidato de partido, pero ellos aportan, sin lugar a dudas, algo de frescura a unas elecciones que si se limitan a la oferta de los partidos políticos,  tienen desde ahora un sabor bastante rancio y la sensación de estar probando el mismo menú de siempre.

El anuncio de Emilio Álvarez Icaza como candidato independiente, ha suscitado reacciones inmediatas;  para muchos es una candidatura totalmente inviable, pero algo ha de preocupar, dada la cantidad de ataques que empieza a  recibir. Los que por desconocimiento o mala fe aducen que Emilio tomó el tema de los derechos humanos como una bandera para ir construyendo su candidatura, ignoran que Emilio mamó el tema desde la casa paterna y ha persistido en su preocupación, más allá de las coyunturas políticas actuales. El asunto de fondo, y que está en la base de la candidatura de Emilio, es el hartazgo que tenemos los ciudadanos respecto a los partidos políticos; el basural en que han convertido el arte de hacer política.

Muchos mexicanos hemos dejado de creer en los partidos. Y hay que decir, evitando toda generalización, que no se trata de meter a todos los políticos en el mismo costal. No se trata de personas en lo individual, aunque tenemos pillos ejemplares, sino de un sistema que se erigió sobre las bases putrefactas de una cultura política que no pudieron o no quisieron cambiar quienes condujeron el “cambio democrático”. Si los partidos tienen miedo a los candidatos independientes es mejor que atiendan a las razones que nos han llevado a pensar cada vez más en las personas que provienen allende sus cuidados y abonados corrales.

Cada vez creemos menos en los partidos porque constatamos cómo han servido para ir construyendo una nueva clase social que goza de presupuestos inusitados y que se sirve con la  cuchara grande,  en un país que sigue teniendo millones y millones de pobres. Pase lo que pase en la economía, los partidos políticos se siguen repartiendo bolsas millonarias, capaces de corromper a todo el sistema.

No creemos en los partidos políticos porque en lugar de ser organizaciones que nos ayuden a elegir a los mejores, a evitar que se cuelen a los procesos electorales mafiosos y ratas de cuello blanco, estas “nobles instituciones” han servido más como tapadera que como defensa de los derechos de los electores y garantía respecto a los candidatos que nos proponen. No hay partido que acuse a uno de los suyos, a menos que la noticia del desfalco haya alcanzado primero los titulares del New York Times.

No, no creemos en los partidos como herramienta de la democracia, o al menos no en estos partidos,  porque ellos mismos no son democráticos. Rara vez sus sistemas de elección interna son verdaderamente democráticos y permiten el acceso de otros ciudadanos a los puestos de elección popular. Han construido una maquinaria en la que se premia la servidumbre y la política rastrera. Han creado instituciones en las que pululan supuestos representantes populares que no han pasado nunca por el rasero de las urnas y se empeñan en poner obstáculos absurdos en las normas electorales a las candidaturas que no provengan de sus filas.

No creemos en los partidos políticos porque, después de tres sexenios, constatamos su incapacidad para construir un Estado de derecho y su capacidad para ensuciar y echar a perder aún las mejores ideas, como el IFE (ahora INE), por su invalidez moral que les impide anteponer el interés de la nación a las cuotas de poder partidistas.

Nos han querido acostumbrar a una competencia política inmadura en la que no predomina  la discusión de ideas; campea la destrucción del otro, incluso la de sus propios compañeros militantes. Gran parte del desprestigio de la clase política, y quizás de la percepción mía que plasmo en este artículo, proviene de la guerra de lodo y excrementos que escenifican permanentemente a través de los medios y que los ciudadanos terminamos necesariamente por creer.

Repito, no es que todos los políticos sean corruptos, ni que todos los ciudadanos sean blancas palomas; se trata de un sistema que no funciona, que no premia a los políticos bien intencionados, sino a los peores. La lucha de los candidatos independientes, a lo que puede aspirar, es a empujar un cambio en el que podamos volver a construir las reglas del juego. Los independientes no son una aspiración permanente, sino un revulsivo que nos podría llevar hacia una mejor democracia. El camino es complicado, porque habrá que ver cómo y en qué condiciones llegan los independientes a enfrentarse a los partidos. Pero aún sin ganar, se pueden empujar reformas, como lo ha hecho el voto nulo y otras iniciativas. Y si no, al menos la contienda será menos sosa y aburrida.