sábado. 20.04.2024
El Tiempo

Ojalá no nos dejen dormir

Ojalá no nos dejen dormir


En la deliciosa novela de Ameliè Nothomb, “La Metafísica de los tubos”, una niña decide no hablar hasta los dos años y medio. Imaginemos así, a una niña, que llevaba tiempo sin querer hablar. Podía estar de cabeza, podía estar mojada, incluso tener hambre; pero, parecía que le habían comido la lengua los ratones. Era un silencio presente y observante. Pero he aquí que un día la niña empezó a hablar. Primero fue la alegría en el hogar: ¡la niña habla! Qué digo habla: un afluente grueso de palabras articuladas, afiladas, cortantes, pesadas, claridosas salían en tropel y no dejaban dormir a nadie.  Los conceptos, que al principio parecían flotar en el aire, fueron cayendo y causando un poco de escozor. Vocablos exigentes fueron pidiendo lo que antes no se balbuceaba. Si tenía hambre, si se le ignoraba, si se le lastimaba, ya no había forma de ignorarla ¿Ahora cómo la vamos a callar?, pensaban.

Así antier. No es que las mujeres no hablaran, pero el domingo fue un torrente, una catarata que dejó muy claro que las mujeres hablan fuerte, y saben decir palabras afiladas, cortantes, pesadas, claridosas. Las calles llenas como nunca: el clima mayoritario, de alegría y esperanza. Dijeron de mil formas que no quieren que las maten. Pero las frases y consignas aguzadas, dichas al aire, tendrán que ir bajando al suelo y lacerar la piel rugosa de un sistema económico y una cultura patriarcal. Se exigirán cambios que irán más allá de la alegría festiva color violeta.

El desafío de la equidad implica cambios en el campo de la economía, como la cuestión de la contratación de embarazadas, los permisos de maternidad y paternidad, la equidad en las percepciones por trabajos iguales. Ojalá que las mujeres sigan exigiendo, ahora que se les escucha con más atención, y que los empresarios reaccionen, con el mismo entusiasmo con el que se sumaron a la marcha, para implementar cambios en estas materias.

Las palabras aceradas irán cortando fino, y deberán lograr transformar, en las familias, modelos culturales que se resisten porque tienen raíces profundas.  Exigirán que el género no defina los roles; que el trabajo de ellos no sea por definición más importante que el de ellas; que los hijos e hijas sean responsabilidad verdadera de ambos; que las “labores del hogar” sean genuinamente compartidas. Ojalá que los hombres, que accedimos alegremente a ponernos una playera violeta, nos comprometamos con la misma facilidad a transformar nuestras prácticas.

Las palabras feministas, quizás, tendrán más peso al interior de los partidos políticos. Ahí se deberá pasar de un asunto de paridades forzadas a una participación real de las mujeres en los puestos más importantes, a través de procesos intencionados que les abran visibilidad y las acerquen a la toma de decisiones. Ojalá que el entusiasmo de los partidos por sumarse al movimiento se exprese también en la búsqueda de un empoderamiento real de sus bases femeninas.

El borbotón de palabras deberá ser un sunami que rompa con el imaginario masculino de la mujer como objeto llamado a aplacar nuestro deseo. Que las confirme como dueñas de su cuerpo, como lo han sido siempre, antes de este torrente de palabras. Que se las deje de usar en la publicidad y en los concursos como carne que se compra y se vende o en las páginas rojas como argumento obsceno para la venta de periódicos. Ojalá que los medios de comunicación, que tan generosamente cubrieron la marcha, se comprometan con la misma liberalidad para transformarse y apoyar las causas legítimas de las mujeres.

Ojalá que las palabras dichas por las mujeres no nos dejen dormir.