miércoles. 17.04.2024
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Opinión • Artículo ligeramente pesimista • David Herrerías


David Herrerías Guerra


"...si tratamos de sembrar esperanza en los jóvenes, si creamos condiciones más equitativas en el trabajo, si dejamos de azuzar la polarización..."

Opinión • Artículo ligeramente pesimista • David Herrerías

Para muchos puede parecer lógico, pero hablando del asesinato de los dos jesuitas en la comunidad de Cerocahui, en la Tarahumara, cabe preguntarse por qué han causado tanto revuelo esas muertes. No se me malinterprete: el asesinato de una sola persona de cualquier condición es un escándalo. Casi en cualquier país que no esté en guerra declarada, es un escándalo un crimen de esta naturaleza. Pero en México ochenta personas pierden la vida violentamente cada día, ¡80 vidas diarias!

Sin embargo, estas tres muertes han ocupado las primeras planas durante varios días. ¿Es porque la Iglesia es, en cierto modo una poderosa transnacional? Bueno, algo hay de eso. No solo la Iglesia. Los Jesuitas son la orden católica más numerosa en el mundo, y actualmente cuentan con un miembro en el más alto escalafón de la jerarquía romana. Eso le duele especialmente al gobierno en turno, porque hace que las muertes trasciendan la fría estadística local. Los jesuitas pertenecen a un sector de la Iglesia que ha sido muy cuestionado y atacado a lo largo de su historia, y son una organización paradójica, porque, aunque han estado muy cerca del poder y siguen educando a una parte de las élites económicas, abanderan, especialmente en las últimas décadas, las causas más populares y progresistas de la iglesia. Son reconocidos por tirios y troyanos por su trabajo en Derechos Humanos, con migrantes y en el desarrollo humano y comunitario.

“Los muertos eran bien buenas personas”. Esa afirmación contradice una salida fácil y frecuente de autoridades de los diferentes niveles de gobierno: las víctimas son, en cierta medida, responsables, porque pertenecían también al crimen organizado, o al menos tenían malos hábitos que los ponían en riesgo. Estos jesuitas asesinados no solo eran ejemplares en su vida dedicada al trabajo en favor de los rarámuris, sino que murieron tratando de defender a otra persona. Cada vez hay más “bajas civiles” en esta guerra.

Pero quizás lo más chocante es que pensábamos que había líneas que no se cruzaban. Antes (¡ya no sé hace cuanto tiempo antes!) sabíamos, o creíamos saber, que había un cierto código mínimo de ética aún en las pandillas más sangrientas. Los niños y los viejos no. Lo sagrado es sagrado. Y no es la primera vez, no solo porque hayan muerto antes sacerdotes de sectores menos conspicuos de la iglesia, sino porque han matado a mansalva a jovencitos de secundaria, por ejemplo.

Decimos que la violencia crece cuando aumenta el numero de víctimas. Pero eso es el dato visible de una problema más grave: la violencia va creciendo porque va rompiendo todas las contenciones morales, por mínimas que fueran antes. Y esto ocurre en tres direcciones. Crece por la naturaleza de las víctimas, porque se rompen las distinciones, niño/adulto; culpable/inocente. Crece también porque se banalizan las razones para ejercerla. Y crece también porque, como una mancha de aceite en el agua, va permeando a la sociedad en su conjunto y se va adoptando una forma de vivir y resolver los problemas con violencia, más allá de la que ejercen los grupos del crimen organizado. Se normaliza la idea de que se vale ser violento contra cualquiera por cualquier causa (un partido de futbol o de béisbol, por ejemplo).

Esto es lo más grave. Ojalá pudiéramos pensar que la situación actual es culpa solo de una estrategia de seguridad fallida en el último sexenio. Muchas decisiones equivocadas nos han llevado a una descomposición social e institucional muy grave, y pareciera que ni siquiera estamos preparados para sentarnos a dialogar para encontrar salidas.

No soy experto en seguridad y no sé como pueda un gobierno recuperar el control de su territorio en manos del crimen. Imagino que pasará por reducir las fuentes de riqueza de los narcos, por disminuir la impunidad, por fortalecer policías locales etc., etc. No lo sé. Habrá que sentar a los expertos a dialogar, y exigir a los gobiernos que los escuchen. Pero tú y yo, ciudadanos comunes, desde donde estamos, algo podemos avanzar para combatir la violencia como forma de vida que se va normalizando: si tratamos de sembrar esperanza en los jóvenes, si creamos condiciones más equitativas en el trabajo, si dejamos de azuzar la polarización, si tratamos de alimentar el diálogo en cada lugar que pisemos… Algo es algo.