viernes. 19.04.2024
El Tiempo

Pacto sin liderazgo, mal negocio

Se puede pensar en un pacto de a deveras, que, como apuntan los empresarios de la Coparmex, sea verdadero por amplio, porque integre a muchos ciudadanos y no se preste a demagogia ni a fines electorales. Un pacto de mínimos irrenunciables, y de acciones concretas, exigibles y medibles.

Pacto sin liderazgo, mal negocio

Si el presidente se preocupaba, a medio año, por el mal humor social, pareciera que su propósito de año nuevo fuera irritar al máximo el hígado de los mexicanos. No sólo por la decisión, y especialmente la forma, de aumentar el costo de la gasolina, sino por cada una de las movidas que ha ido haciendo después. Pero, hay que decirlo, la culpa no es sólo suya. Las reacciones en torno a los errores de diciembre y enero, no han hecho sino encender un pastizal que estaba presto a encenderse a la menor provocación. Y sembró y cultivó ese pastizal la gran mayoría de los integrantes de la clase política de nuestro país.

Cualquiera que tenga más de tres décadas de vida pisando el suelo nacional, estará de acuerdo en que la pura mención de un nuevo pacto significa poco menos que “dar atole con el dedo”, otra vez, a los hijos de esta patria gobernada por demagogos, expertos en firmar pactos, planes y programas, para después convertirlos en rollos de papel y ser distribuidos en los baños públicos. Más aún, si el susodicho pacto no hace más que prometer acciones que, en su gran mayoría, caerían dentro de las obligaciones más elementales de cualquier gobierno. Además de la poca capacidad de convocatoria para sumar a los firmantes, de forma que el acuerdo de marras obliga, en su mayoría, a quienes de por sí ya estaban obligados, porque forman parte de la cadena de mando del convocante.

Pero la debilidad principal de este pacto está en la falta de liderazgo real, no sólo del Presidente, sino de la clase política en su conjunto. El momento que vivimos me parece especialmente aciago por esta razón. No es, ni con mucho, la época más critica en términos económicos, y hemos tenido épocas más negras en cuanto a la violación de derechos humanos y el respeto a las libertades individuales. Lo novedoso de esta época es que, habiendo accedido a la posibilidad de realizar elecciones y escoger a nuestros representantes, el desprestigio de la inmensa mayoría de ellos es tal, que difícilmente se puede pensar en alguno que pueda suscitar los consensos necesarios para impulsar soluciones viables. México no es sólo un barco que hace agua: es un barco que se hunde poco a poco; pero que al mirar hacia el puente de mando, la impresión que se tiene es la de una tripulación ocupada más en repartirse privilegios y en pelearse la dirección del timón, que en atender las bombas de achique. Una tripulación que parece no advertir los boquetes en el barco: que escucha hablar de la corrupción pero se dilata en establecer un sistema efectivo que la combata, aunque ya esté diseñado; que se escandaliza de los gobernadores corruptos, pero les ayuda con la escalerilla del avión para que puedan escaparse de la justicia; que se dicen preocupados por el bajo ingreso de las familias, pero no son capaces de renunciar a sus grandes beneficios y al financiamiento obsceno a los partidos políticos.

Desde la sociedad civil han surgido profetas que difunden proclamas y convocatorias desproporcionadas que en su mayoría adolecen de propuestas viables. Llaman a paros generales, a derrocamientos y acciones de resistencia civil, pero pocas veces se detienen a explicarnos los modelos alternativos y lo que haríamos al día siguiente de la salida del “tirano”. La realidad es que la divergencia entre las distintas visiones de los convocantes a paros, asonadas y huelgas es tan amplia, que en el muy hipotético caso de que tuvieran éxito, lo que nos esperaría sería una guerra civil.

Sin embargo, es posible todavía construir consensos. Se puede pensar en un pacto de a deveras, que, como apuntan los empresarios de la Coparmex, sea verdadero por amplio, porque integre a muchos ciudadanos y no se preste a demagogia ni a fines electorales. Un pacto de mínimos irrenunciables, y de acciones concretas, exigibles y medibles. La inmensa mayoría fácilmente podemos estar de acuerdo en revisar la forma en que los políticos se auto-asignan prestaciones, extrañas para el 99% de los demás mexicanos; podemos estar de acuerdo con la reducción al menos del 50% del financiamiento a los partidos; del impulso real, concreto, a las leyes anticorrupción y el condicionamiento a programas, municipios y estados que no cumplan con las más elementales reglas de transparencia; el impulso a las energías limpias, el subsidio al transporte público y otras cosas por el estilo que fácilmente podemos firmar la gran mayoría de los mexicanos. Tiene que ser un pacto convocado desde la sociedad civil, pero con la participación también de los políticos; debe ser un pacto que concite la alianza con los miembros más honestos de los partidos.

Ese puede ser nuestro propósito y principal empeño en el 2017, antes de que en el 2018 los problemas nacionales pasen a segundo término porque los sabuesos estarán ocupados al 100% buscando un nuevo hueso.