Prohibir o regular

El caso de las drogas se nos ha vendido desde hace unas décadas como un tema de prohibición absoluta. Es la Hidra de cien cabezas a la que no queda más que decapitar, aunque le crezcan dos por cada una que se le cercene…

Prohibir o regular

La niña se ha convertido en el centro de atención de un grupo de mozalbetes que acuden con frecuencia a visitarla a su casa. Como es común y natural, a su padre no le gustan esos amiguitos. Le parecen bobos, deshechos, y de plano, una mala influencia para la buena educación de su retoño. Siente que consentir la presencia de esos mentecatos en su propio hogar significa consentir algo impropio, y lo mejor es prohibir su presencia. Cual presidente de los EUA, emite una orden ejecutiva familiar por la cual queda estrictamente prohibido el acceso de cualquier integrante de esa bola de malandrines, no se diga a la sala, ¡ni a la banqueta de enfrente! Satisfecho, el padre modelo cree, inocentemente, haber salvado a su hijita de un peligro. Pero usted y yo sabemos que la niña, por muy poco ingenio que tenga, encontrará la forma de reunirse con los mismos amigos, en otros sitios: en la escuela, en casa de otras amigas e incluso, en su propia casa, porque logró sobornar a su madre y convertirla en socia confidente. El resultado final es que la chica se seguirá reuniendo con los amigos, pero el padre tendrá mucho menos control; no podrá conocer de cerca a los inquietantes pubertos y estará siempre más lejos de su hija (física y afectivamente) para orientarla en sus nuevas relaciones.

No sé si nos viene de nuestra historia plagada de regímenes autoritarios, o de nuestra educación tradicionalmente conservadora, pero hemos aprendido que, si de inhibir una conducta se trata, lo más fácil y efectivo es prohibirla. Hay algo de pensamiento mágico en este empeño, porque se piensa que prohibir es como usar una goma que borra de tajo lo que se quiere evitar, y que la realidad se ajusta a este designio con obediencia. Es tal la fijación, que oponerse a prohibir algo es tomado como sinónimo de promover, fomentar o estar de acuerdo. Las malas conductas o se prohíben o se fomentan, no hay puntos medios.

Frente a las conductas indeseables, o frente a los peligros latentes, sin embargo, existen otras alternativas que pueden producir mejores efectos, como el regular. En el caso del padre de familia que vino a cuento en las líneas iniciales de este artículo, un diálogo con la niña que le permitiera ordenar las visitas, tener la presencia de él o de la madre en estas visitas, definir algunas reglas mínimas… todo esto le permitiría manejar mejor la situación. En la vida real hay ejemplos que ilustran muy bien este hecho. Sabemos que el alcohol es un peligro real, no sólo porque causa daños a quien lo ingiere, sino porque es responsable de muchas muertes en los accidentes de tránsito y en riñas violentas. Sin embargo, cuando se ha tratado de prohibir de tajo su consumo, ni se ha evitado, y la violencia y muertes ocasionadas por la prohibición han sido mayores. Se permite el alcohol, se regula, a través de normas y algunas prohibiciones, pero sólo en aspectos puntuales: no se puede vender a menores, no se puede manejar en estado alcohólico, etcétera.

La prostitución es otro ejemplo muy claro. Causa tristeza y cuesta trabajo entender que una persona se vea orillada a hacer de su cuerpo una mercancía. Además, la prostitución se vincula, muy frecuentemente, a la corrupción de menores y la trata de personas, crímenes abominables. Pero si se opta por la prohibición y la criminalización de las prostitutas, en lugar de resolver el problema se fomenta que el negocio se maneje en una bruma más oscura, que dificulta hacer la distinción entre el sexo consentido (aunque pagado) y el sexo esclavizado de las victimas de trata. Regular la prostitución permite poner rostro a las trabajadoras sexuales, ayudar a que trabajen con la mayor dignidad posible y evitar que se abuse de ellas.

El caso de las drogas se nos ha vendido desde hace unas décadas como un tema de prohibición absoluta. Es la Hidra de cien cabezas a la que no queda más que decapitar, aunque le crezcan dos por cada una que se le cercene. A quien plantea la regulación en contra de la penalización y persecución, se le acusa de querer fomentar el consumo de drogas entre los niños y adolescentes. Se da por supuesto, como el padre de nuestro cuento, que prohibir es la única manera de acabar con el problema. La realidad es que, desde hace años, se ha demostrado que la prohibición trae más muertes y desgracias que la regulación ¡y no disminuye el consumo! Según datos de la ONU, cada año se incautan más y más cargamentos de drogas y el consumo aumenta, como si nada. Mientras más drogas son detenidas y destruidas, los narcotraficantes tienen que cobrar más caro el producto, pero surten, como es debido en una lógica de oferta y demanda, a sus ávidos consumidores.

En el mundo 247 millones de personas consumieron drogas el año pasado. Una de cada 10 sufre trastornos graves. Pero sólo una de cada seis recibe tratamiento. 12 millones de personas se inyectan drogas: 1.6 millones viven con VIH, 6 millones con hepatitis C. Si existiera una política de regulación en lugar de prohibición, podríamos estar más cerca de esas personas para atenderlas, y tendríamos mucho menos violencia. Portugal, por ejemplo, mantiene una reducción del consumo desde el 2001, año en que adoptó una política de regulación.

Ahora que el país del norte, el que nos vendió (¿obligó?) a asumir esta bestial política contra las drogas, nos trata tan mal, ¿no podemos volver a poner el tema sobre la mesa?