viernes. 19.04.2024
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Tejido social

“Ya no se trata de reconstruir el tejido social (o darle una remendada), sino de tejer aceleradamente nuevas formas de relación, a partir de nuestras nuevas y cambiantes circunstancias…”

Tejido social

El día de hoy, a las cinco de la tarde, se presenta en la Universidad Iberoamericana el resultado de la investigación Reconstrucción del tejido social, una apuesta por la paz, que realizó el Centro de Investigación y Acción Social por la Paz, de los Jesuitas en México.

“Tejido social” es uno de esos conceptos que se utilizan con mucha frecuencia, y que parecen de tan de obvia definición, que pocos se preocupan por precisar. Este término, en particular, carga, además, con la tarea de conjurar mayores explicaciones sobre la situación de violencia que vive nuestro país, es la explicación fácil y definitiva: “el problema es la ruptura del tejido social”, nos dicen siempre. La metáfora, es sin duda, harto descriptiva. Hablamos de un tejido, una tela, o quizás, de la piel y todo lo que nos da forma física a nosotros mismos; trama de células. Pero es social, o sea, la urdimbre que estructura a la sociedad. Las células del tejido social son todas las unidades de interacción que componen una sociedad: la comunidad, las instituciones educativas, políticas, culturales, religiosas y de forma especial, la familia. “La noción de tejido social –nos dicen los autores de la investigación Reconstrucción del tejido social: una apuesta por la paz– hace referencia a la configuración de vínculos sociales e institucionales que favorecen la cohesión y la reproducción de la vida social”. Y para acotar lo que esto puede significar y concretar, apuntan tres indicadores: los vínculos sociales, la identidad y los acuerdos.

Los vínculos son las formas de relación entre las personas en las comunidades y las familias, que nos proporcionan cuidado y confianza, que nos permiten construir una ética del cuidado. La identidad tiene qué ver con los referentes de sentido, los aspectos simbólicos que nos identifican. Muchos de ellos pueden estar representados en los ritos, en las fiestas, la cultura cívica y en las historias comunes. Finalmente, los acuerdos tienen qué ver con la participación en las decisiones colectivas, con las estructuras creadas para que la comunidad participe.

El estudio sigue y registra las transformaciones que se han dado en los últimos 25 años, y que explican, al menos en parte, la crisis que estamos viviendo. La primera de ellas puede resultar paradójica, porque tiene qué ver con uno de los mejores logros en las últimas décadas, que fue la ruptura con el dominio absoluto del PRI en la vida política mexicana. El fin de un sistema de partido único, con sus cacicazgos, su control clientelar, sus formas corruptas de control y cooptación de líderes, aunque es bueno en sí mismo, tuvo algunos efectos inesperados, especialmente en el medio rural, porque estas prácticas, que producían de alguna forma vínculos, controles, pertenencia, no fueron sustituidas por instituciones modernas y transparentes que dieran cohesión y sentido.

La segunda paradoja es que, aunque la apuesta por la modernidad y la globalización ha posibilitado el mayor acceso de la población a bienes y servicios, es claro que el mejoramiento de las condiciones materiales, el mayor acceso a bienes industriales, no trajo por sí mismo un mejoramiento de los vínculos comunitarios y en general del tejido social. A veces, este aumento en el consumo ha generado mayores disputas, mayor competencia, envidias, y en muchos casos, una disminución de la convivencia al interior de las familias, que se ven más inmersas en las redes tecnológicas, pero menos protegidas por redes de solidaridad.

A la industrialización y la migración a las ciudades por empleo, está aparejada la ausencia permanente de los padres que trabajan en el día y se transportan en la madrugada y en la noche por urbes mal planeadas. Esto produce ciudades-colonias dormitorio, en las que los padres están ausentes en la práctica, y la organización comunitaria, los vínculos en las colonias, se vuelven difíciles por la falta de tiempo para el encuentro entre vecinos. A nivel de identidad comunitaria, el estudio da cuenta de la carencia de relatos comunes, de espacios de encuentro, de la pérdida de la celebración y la fiesta comunitaria. Si esto a nivel rural es ya un problema, en las ciudades urbanas con crecimiento acelerado es mucho más grave: las colonias que se expanden de forma incontrolada en las márgenes son formadas por desplazados de todas partes, crecen como hongos aislados y se hacen vecinos personas que no comparten ni su historia ni sus luchas; vecinos que pueden encontrase fuera de la colonia y no se reconocen.

El estudio no pretende dar la última palabra sobre la reconstrucción del tejido social, pero sin duda abona, con mucho fundamento, a la tarea de su reconstrucción. Ahora que se habla tanto del tema, podemos aprovechar los indicadores que nos proponen para revisar lo que estamos haciendo en León:

Respecto de la reconstrucción de la identidad, debemos contribuir a la formación de nuevas identidades, de nuevos relatos, que pueden partir de luchas comunes: por los parques, por el transporte, la seguridad, la lucha por espacios de esparcimiento, la recuperación y cuidado de espacios naturales (que además contribuye con la re-vinculación con la tierra). La religión y la fiesta religiosa no serán siempre un referente identitario común, pero se pueden buscar otras formas de festejar la vida, a través del arte, del deporte, y de las fiestas propias de nuestra cultura.

En cuanto al fortalecimiento de los vínculos, tenemos qué prestar una atención especial a la movilidad. Las familias no deberían perder tantas horas por asistir a la escuela o al trabajo, y eso requiere reformas de gran escala en la planeación urbana. Mientras tanto, se debe pugnar por transformaciones estructurales en las ciudades y la oferta a los niños y jóvenes de actividades constructivas en los tiempos que los padres no están.

Las nuevas tecnologías son un riesgo, pero también una oportunidad para tejer nuevos vínculos vecinales: en torno a la seguridad, a grupos de autoayuda, a la recuperación de espacios naturales, etcétera.

En cuanto a los acuerdos, aunque el sistema representativo a través de partidos políticos fosilizados es una de las causas de la ruptura del tejido social, no es posible prescindir de los partidos políticos ni de las formas de elección representativa. Pero sí podemos insistir en el trabajo de base a partir de auto diagnósticos comunitarios y en la creación de agendas desde las colonias. No es repartiendo cobijas, despensas o calentadores; mucho menos distribuyendo recursos en épocas electorales, como se reconstruye el tejido social, sino facilitando la organización comunitaria y atendiendo las necesidades sentidas y priorizadas por la población misma. Se debe insistir y obligar al Estado y a los partidos a respetar las formas de representación comunitaria, a no utilizarlas con fines electorales, y diseñar sistemas de planeación desde abajo, con base en la organización vecinal.

Ya no se trata de reconstruir el tejido social (o darle una remendada), sino de tejer aceleradamente nuevas formas de relación, a partir de nuestras nuevas y cambiantes circunstancias.