jueves. 25.04.2024
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Vamos a legislar sobre el uso del fax

Vamos a legislar sobre el uso del fax

Por más que se hayan anunciado con bombo y platillo, “las grandes reformas” prometidas en el Pacto no han pasado de ser cambios que atienden muy apenas los problemas que pretenden atacar. Se ha dicho mucho, por ejemplo, que la tan cacareada reforma Educativa es más una reforma laboral en el ámbito de la educación, que no toca el fondo de los retos que se nos vienen en esta materia. La Reforma Hacendaria no pasó de ser una nueva miscelánea que dejó, como siempre, más descontentos que adherentes. No tengo suficiente información sobre la del IFAI y la Fiscal para saber si, como se ha dicho en general del Pacto, serán las bases sobre la que pueda descansar la felicidad futura de la patria y de todos sus habitantes, pero permítanme dudarlo.

Ahora viene la llamada reforma energética, que como parece, al menos por la discusión previa, está preocupada por las concesiones y las formas de permitir el acceso a la explotación petrolera a inversionistas privados. Pero aunque se llame pomposamente Reforma Energética y aunque incluya, según lo visto hasta ahora, algunos renglones sobre las energías renovables, será más que nada una reforma sobre la administración de nuestros recursos petroleros, gane quien gane la discusión. Se echa de ver que estamos casi exclusivamente  preocupados por el petróleo y el gas –que en términos estratégicos de largo plazo ya va de salida–, cuando tendríamos que estar pensando más en serio en las fuentes alternas de energía, campo en el que, afortunadamente, somos también potencialmente millonarios. Es como si –exagerando un poco– nos vendieran a estas alturas una súper reforma en comunicaciones que legislara sobre el uso y abuso del fax.

Y no es que sea desdeñable el 38% que hasta ahora aporta la venta de nuestros combustibles fósiles en el ingreso para el Estado Nacional, pero cuando se llenan la boca con las palabras Reforma Energética –así, con mayúsculas– tendrían que estar planteándose en serio y a largo plazo, asuntos tan cruciales como la seguridad (autonomía) energética y nuestra contribución al calentamiento global. No es lo mismo pensar en la energía como un producto sólo para ser vendido –para remediar la eternamente ineficaz recaudación tributaria y nuestras fallidas políticas socioeconómicas– que pensar de verdad en una estrategia para mover al país en el mediano plazo. No es lo mismo preocuparse por saber cómo y en cuánto vamos a rematar los últimos residuos de nuestros barriles petroleros, que pensar cómo le vamos a hacer cuando los combustibles fósiles sean inviables por caros y nuestro planeta no pueda soportar una exhalación más de metano.

Las energías renovables no son un sueño para hippies, ni un último recurso para llevar luz a las comunidades en las que sale más caro extender cables que conducen la electricidad decenas de kilómetros. La energía eólica ya es rentable para producir electricidad a gran escala; la fotovoltaica ya es competitiva con algunas tarifas eléctricas; ambas serán más baratas en la medida que se difundan más y se produzcan más componentes locales. Actualmente hay países como Dinamarca, que se plantean para el 2050 depender al 100% de energías renovables; Alemania tiene como meta 80% de electricidad renovable para el mismo año. Estos países no tienen ni el 50% de radiación solar por m2 que tiene México, ni cuentan con nuestra cantidad de costas y espacios aprovechables para la generación eólica. Actualmente menos del 0.01% de la energía que mueve a nuestro país es solar y el menos del 1% es producto de generadores eólicos. Estos últimos, además, construidos mayoritariamente con capitales privados y en planes de negocio que otorgan patentes de corso a empresas extranjeras que generan conflictos en las comunidades donde se asientan. Mientras nos peleamos por el petróleo, abandonamos la producción futura de energía.

México ha ratificado el Régimen Internacional para atender el Cambio Climático, en el que se comprometió a reducir al 50% sus emisiones de efecto invernadero, y que para el 2024 el 35% de la energía generada no incluya combustibles fósiles (energía “limpia). La quema de petróleo, gas y carbón para obtener energía son responsables del 65% de la emisión de gases de efecto invernadero en México. Durante la extracción de gas shale, que es lo que aspiramos a vender cuando el petróleo se acabe, emitirá casi el doble de metano que la extracción de gas natural además de enormes cantidades de agua que tendrán que ser obtenidas, a veces, en regiones del norte seco del País. El gran problema es la brecha entre lo que México se compromete en el Protocolo, y lo poco agresivo de sus estrategias de sustitución de energías fósiles por energías limpias.

Mientras tanto, de acuerdo a lo expresado por el secretario de energía en un evento sobre Energías Renovables en Cancún hace unos días, a lo más que aspira la Reforma “Energética”, es a disminuir los trámites necesarios para que las empresas puedan producir su propia energía (actualmente se necesitan aproximadamente 16 permisos para producir energía solar e incorporarla a la red). No hay planes agresivos ni metas acordes a nuestro potencial que incluyan subsidios, facilidades e inversiones directas en este campo estratégico. En 2011, México otorgó subsidios para las energías renovables por mil 300 millones de pesos, ¡mientras que se otorgaron ¡300 mil millones para subsidiar energías fósiles! Lo mismo pasa con la investigación: aunque se han anunciado nuevos fondos para la investigación en energías renovables, no tienen nada que ver con los subsidios y apoyos para la industria petrolera.

Desde luego que debemos pensar en aprovechar al máximo los años que nos quedan de producción petrolera, y la discusión sobre la participación privada en este proceso es relevante… para la Reforma de PEMEX. Para la Reforma Energética, las energías renovables tendrían que estar en el primer plano.

(Con la asesoría del Mtro. en Energías renovables Martín Herrerías)