jueves. 18.04.2024
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¿Y si jugamos al fair play?

"Sería una estampa que podríamos usar para formar éticamente a nuestros niños y niñas. Hoy nuestro futbol no tendría esa copa, pero..."

¿Y si jugamos al fair play?

Terminando el partido de México contra Panamá, asediado por los medios, el pintoresco –por decir lo menos– Señor Herrera soltó en la conferencia de prensa dos preguntas y una afirmación. Dijo, no en ese orden: 1) ¿Quién ha visto una jugada en la que se marque penal y no lo metan? yo hasta ahorita no” 2) “Se buscan los triunfos como sea, a como dé lugar”, y 3) “¿Por qué quieren que México haga el fair play? ¿De qué fair play hablamos?

Dijo más cosas, la mayoría de ellas en tono lastimero y molesto. Pero estas tres frases son interesantes, por ser preguntas que nos podemos hacer todos y se pueden aplicar a cosas más importantes que el futbol.

La primera se responde fácil. Si usted busca en internet la frase “Fair Play” le aparecerán varios videos de jugadas en las que domina el sentido de justicia sobre el deseo de ganar a toda costa.  En la liga Inglesa un delantero del Liverpool tropieza al entrar al área y cae con tanta naturalidad, que el árbitro no duda en achacarle la culpa al defensa más cercano. A pesar de que el atacante accidentado parece decirle al árbitro que no hubo falta, éste marca el penal. Entonces el delantero ejecuta la falta enviando la pelota a las manos del portero contrario. En otro video, en otra liga, sucede lo mismo y se muestra al jugador yendo hacia su entrenador para consultarle. Regresa a cobrar la falta y la tira hacia afuera bajo la ovación de la tribuna. Hay otras en las que el jugador que supuestamente había sido el sujeto de la falta, se levanta, le informa al árbitro sobre lo realmente sucedido, y éste sencillamente cambia su decisión. En otra, un jugador alemán es el que le indica al árbitro que el gol que acaba de lograr lo hizo con la mano. Casi todas son escenas muy emotivas, que terminan con los abrazos y agradecimiento de los adversarios, y la admiración y aplauso de los locutores y del público en general. Vale la pena darse una vuelta por esos videos, porque más allá del futbol, son escenas que aumentan nuestra fe en la condición humana.

Nos podemos preguntar por qué estos videos no son parte de la formación elemental de todos los futbolistas y por qué, si se cree en el Fair Play, no se premian generosamente estas acciones y se castigan más los intentos por engañar al árbitro, sobre todo los consumados. 

Pero el asunto de fondo no es sólo si el Señor Herrera tenía antecedentes, o si los necesitaba para llevar a cabo una acción ética de tal envergadura. Él nos pregunta: Si una decisión injusta me favorece, ¿debo renunciar a ella? Si por equivocación alguien me da más cambio del que corresponde ¿debo devolverlo? Si me tocó –por las reglas injustas de esta sociedad- estar en un lugar de privilegio, ¿me compromete eso con aquellos a quienes tocó perder? Si me venden algo que fue obtenido ilegalmente, ¿lo aprovecho porque yo no tuve nada qué ver con su obtención ilícita? ¿O en todos y cada uno de los casos precedentes lo fundamental es preguntarme si alguien lo ha hecho antes?

La segunda afirmación de Herrera le da la justificación: “se trata de ganar a toda costa”. La victoria, el triunfo, el “number one”, como valor orientador de todos los demás valores. A Javier Conde le escuché por primera vez la idea de que el principal problema no es el narcotráfico sino la narcomentalidad: rápido, mucho y a costa de lo que sea. Ganar a toda costa, así sea violando las leyes electorales, evadiendo impuestos, explotando trabajadores, escatimando la calidad de los materiales. No es casualidad que el técnico nacional haya hecho de su puesto como entrenador un trampolín para vender (se) a cualquier postor, haya sobre explotado su imagen hasta el hartazgo y haya violado la veda electoral porque, a fin de cuentas, lo que rifa en la vida es ganar a toda costa.

Y se pregunta el ex entrenador nacional: ¿Por qué quieren que México haga el Fair Play? Buena pregunta. ¿Por qué queremos que en México predomine el juego limpio? ¿Por qué somos tan tercos? Su justificación es que, como Holanda no respetó el Fair Play, nosotros no tenemos ninguna obligación de ahora en adelante. Como de mí se aprovecharon los políticos de antes, ahora que soy político me aprovecho. Como a mí me roban en el mercado, yo robo a mis clientes. Es la justificación eterna de las víctimas, nos dirá Bruckner (La Tentación de la Inocencia). Como alguna vez fui víctima, tengo derecho eterno y vitalicio al desquite, incluso contra quienes no fueron mis victimarios.

A todo esto: ¿se debió fallar el penal? Una forma elemental de juzgar si una decisión es buena o mala tiene qué ver con los efectos que nuestras acciones tendrán en nosotros y en los demás. No se trata de fulminar aquí al cobrador del penal, porque en ese momento la decisión no era fácil y además, porque no era de él, sino del técnico o del equipo en su conjunto. Pero vamos a soñar que en las cabezas de estos jugadores jóvenes y calientes por el partido, y en la cabeza del entrenador –que sabemos de por sí muy rústica– se hubieran alcanzado a desarrollar estos dilemas morales y hubieran triunfado otros valores.  Que se hubieran rebelado contra el dios de la competencia –al que se inmolan todos los otros– y hubieran optado por la justicia, la honestidad y la decencia. Vamos a soñar, digo, porque sabemos que eso no pasó. Pero imaginemos que, calmando los ánimos, con una cara de ogro bueno, Herrera –acuérdense que estamos soñando– hubiera ordenado devolver la pelota al portero. ¿Qué hubiera pasado? ¿Cómo estaríamos ahora?

Hubiéramos sido eliminados, sí; a la mejor tendríamos un tercer lugar; Guardado sería recibido como un héroe de regreso en Holanda, y quien quita que el Piojo hubiera llegado al aeropuerto con el alma henchida, de mejor humor, el día en que se recetó al comentarista de televisión.

Pero más que eso, la imagen... ese balón devuelto dócilmente, el agradecimiento de los panameños, los abrazos, y aún los sentimientos encontrados de los mexicanos por haber perdido habiendo hecho lo que se debía, sería recordado como un acto ejemplar que trascendería el ámbito futbolístico. Sería una estampa que podríamos usar para formar éticamente a nuestros niños y niñas. Hoy nuestro futbol no tendría esa copa, pero los futbolistas de esta selección habrían aportado algo que nuestro país urgentemente necesita: la sensación de que en México se puede vivir el Juego Limpio, y de que eso es más importante que una Copa –que, dicen, es de Oro– en la vitrina.