Anécdotas de la puntuación

"Dice Freud que el idioma es la base de la risa. Quien maneja bien el idioma puede encontrarle recovecos y también comprender sus alcances"

Anécdotas de la puntuación

Dice Freud que el idioma es la base de la risa. Quien maneja bien el idioma puede encontrarle recovecos y también comprender sus alcances. Al salir de la normalidad lleva a lo jocoso. Pero, al mismo tiempo, demanda de quien escucha o es espectador el análisis y la reflexión.

Domingo Faustino Sarmiento fue presidente de Argentina en 1879. Antes en 1856, como inspector general de Instrucción, registró está anécdota ante un profesor que no aceptó una llamada de atención por darle mayor importancia a otras materias que a la Gramática: «No creo que sean tan importantes los signos de puntuación», respondió de mala gana el profesor. «¿¡Que no!? –se admiró don Domingo–. Le daré un ejemplo». Tomó un pedazo de gis y escribió en el pizarrón: «El maestro dice, el inspector es un ignorante». De inmediato el profesor reclamó: «Yo nunca diría eso de usted, señor Sarmiento». Entonces, le respondió don Domingo: «Pues yo sí» y con gis y borrador cambió la puntuación para dejar el enunciado así: «El maestro, dice el inspector, es un ignorante» [tomado de Taringa].

El filólogo José Antonio Millán en el inicio de uno de sus libros incluye esta historia «Al emperador Carlos V un día se le pasó a la firma la sentencia de un condenado en la que se leía: “Perdón imposible, que cumpla la condena”. Tras unos segundos de vacilación, el monarca decidió cambiar la coma de sitio y firmó lo que finalmente quedó así: “Perdón, imposible que cumpla la condena”».

Hace algunos años unos manifestantes protestaban frente a las oficinas centrales de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público de México (antes de que existiera el Sistema de Administración Tributaria, SAT). Los ahí reunidos estaban convencidos que el cobro de sus impuestos era mayor al que establecía la ley. Después de impedir el acceso a los trabajadores, desplegaron una enorme manta frente al edificio que decía: «Cerrado por ladrones»; sin la coma se culparon a ellos mismos de lo que reclamaban.

En el libro Diccionario ilustrado de anécdotas de Vicente Vega se incluye la siguiente: «El célebre gramático Francisco Urbano Domérgue (1745-1810) tenía un tumor en la garganta. Llamó a un médico, quien una vez le hubo reconocido, le dijo: “Si no mandáis de una vez a por lo que os receto…”; “Si me has de matar con droga –le interrumpió colérico el enfermo–, no me mates con solecismos”» (es común en España usar juntas las preposiciones «a por»; anteriormente se consideraba una barbaridad; eso es lo que significa solecismo, una falta contra las normas del idioma). 

Cuentan que al famoso escritor Víctor Hugo le agobiaban demasiado las dudas cuando estaba por publicar y molestaba demasiado al editor una vez que entregaba su manuscrito. Para evitarlo, éste le pagó un viaje por Egipto en barco para alejarlo varios meses. Calculando que su libro ya estuviera a la venta, para no elevar el costo (se cobraba por palabra), envió un telegrama célebre por lo escueto y preguntar cómo había sido recibido por el público: «?». El editor respondió: «!».

Finalmente, retomo un ejercicio incluido en el libro Técnicas de Redacción e investigación documental, de Ludvina Carrera et. al.

«El testamento de don Facundo 

»Al leer el testamento de Don (sic) Facundo, el juez informó: “Supongo que ya ustedes tendrán el caso resuelto, según la forma en que cada uno de ustedes lo interprete. Pongan mucha atención, porque voy a leerlo de la misma manera que lo redactó el difunto. Dice así: Dejo mis bienes a mi sobrino no a mi suegra tampoco se pagará la cuenta del sastre nunca de ningún modo para los mendigos todo lo dicho es mi deseo yo Facundo Fonseca”.

»La suegra fue la primera en responder y se expresó de la siguiente manera: "Es verdad que el testamento de mi yerno carece de signos de puntuación, pero conociendo bien a ese hijo mío, estoy segura de que ésta fue su voluntad". Después de hacer la puntuación conveniente, lo lee: “¿Dejo mis bienes a mi sobrino?, no; a mi suegra. Tampoco, jamás se pagará la cuenta del sastre. Nunca, de ningún modo, para los mendigos. Todo lo dicho es mi deseo. Yo, Facundo Fonseca”.

»El sobrino refutó con las siguientes palabras: “Señor juez, la suegra del difunto está equivocada. Yo no creo que mi tío, que en paz descanse, haya querido favorecerla. Su intención fue otra, como quiero demostrarlo con mi puntuación: Dejo mis bienes a mi sobrino, no a mi suegra. Tampoco, jamás se pagará la cuenta del sastre. Nunca, de ningún modo, para los mendigos. Todo lo dicho es mi deseo. Yo, Facundo Fonseca”.

»El sastre también opinó: “Quiero demostrarles a ustedes, con permiso del honorable juez, cuál es la verdadera puntuación: ¿Dejo mis bienes a mi sobrino?, no; ¿a mi suegra?, tampoco, ¡jamás! Se pagará la cuenta del sastre. Nunca, de ningún modo, para los mendigos. Todo lo dicho es mi deseo. Yo, Facundo Fonseca".

»Un mendigo que estaba presente dijo: “Usted, como buen sastre, ha hecho una buena puntuación a la medida de sus intereses. Pero está muy equivocado. La verdadera puntuación es la siguiente: “¿Dejo mis bienes a mi sobrino?, no; ¿a mi suegra?, tampoco, ¡jamás! ¿Se pagará la cuenta del sastre?, nunca, de ningún modo. Para los mendigos, todo. Lo dicho es mi deseo. Yo Facundo Fonseca”.

»El juez concluyó: “Pues, señores, yo creo que el señor Facundo Fonseca, aunque carecía de instrucción, como lo demuestra este galimatías, conocía al dedillo a sus semejantes. Él no supo puntuar su testamento, pero lo que en realidad quiso decir fue lo siguiente: ¿Dejo mis bienes a mi sobrino?, no; ¿a mi suegra?, tampoco. Jamás se pagará la cuenta del sastre. Nunca, de ningún modo, para los mendigos. Todo lo dicho es mi deseo. Yo, Facundo Fonseca”.

»El sastre, la suegra, el sobrino, el mendigo preguntaron: “¿Entonces el señor Fonseca no dejó herederos y la fortuna pasará a manos del Estado?” A lo que el juez respondió: “Así es, en efecto. Y visto y considerando que esta última interpretación se aviene más que ninguna otra al espíritu de las leyes, declaro terminado el juicio y en consecuencia hago entrega de la herencia al Estado”.»