martes. 23.04.2024
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Animecha Ketzitacua

"El culto a la muerte es un parámetro de civilización. Los arqueólogos reconocen asentamientos humanos por esta variable. El ser humano al tener consciencia de sí mismo, deseó trascender y creó la vida después de la muerte. Así aparecieron los enterramientos y el culto a la Muerte (con mayúscula, para darle el carácter de personaje)"

Animecha Ketzitacua

Es uno de los cientos de nombres en lengua nativa que recibe el Día de Muertos. Lo celebramos el 1 y 2 de noviembre. Sin embargo, en realidad no es una la festividad, son cientos… los actuales pobladores del territorio mexicano somos herederos de la veneración a los muertos de las diversas culturas prehispánicas. Cada una tenía sus propios rituales y conceptos. Por ello, en cada región adquiere modalidades particulares. Fue el cristianismo el que le dio unidad y fijó la fecha. Sin embargo, en todas las culturas americanas, la fiesta tiene un sabor familiar y emotivamente positivo por reunirse vivos y muertos, al menos en espíritu, para convivir.

Se diferencia profundamente del Halloween por su sentido. Esta celebración se originó por los cambios en la duración del día. Los celtas lo celebraban originalmente el 31 de octubre. Con la llegada del cristianismo a tierras irlandesas, galesas e inglesas, se combatieron esas ceremonias, identificándolos como ritos demoniacos. Entonces se les asoció con seres de ultratumba como las brujas y los espíritus maléficos. Su sentido, por tanto, tiene un sesgo macabro, alejado totalmente de la tradición nacional.

El culto a la muerte es un parámetro de civilización. Los arqueólogos reconocen asentamientos humanos por esta variable. El ser humano al tener consciencia de sí mismo, deseó trascender y creó la vida después de la muerte. Así aparecieron los enterramientos y el culto a la Muerte (con mayúscula, para darle el carácter de personaje). 

En México, antes de la llegada del cristianismo, la veneración a la Muerte tenía singularidades que hoy perviven mezcladas con la tradición europea. Allá, el temor a la muerte la hizo una conmemoración solemne, dolorosa, de angustia, de pérdida. Aquí era el anhelado gusto de seguir viviendo y tener la oportunidad de reencontrarse con los seres queridos en este y en el Más Allá. En Europa, por decisión del papa Gregorio III, el 1 de noviembre se conmemoran Todos los Santos y el 2 de ese mes, los Fieles Difuntos.

En nuestro país, específicamente la tradición del centro, celebra la oportunidad de saludar a los pequeños difuntos desde la noche del 31 de octubre hasta las 24:00 horas del 1 de noviembre; y el siguiente día a los difuntos adultos. Por eso se considera una festividad (concepto impensable en Europa), es el reencuentro con los que amamos… y les hacemos pasar un día maravilloso, con la música de su preferencia, los guisos que les hacían disfrutar e, incluso, los vicios que, quizá, les llevaron a la tumba (alcohol y tabaco).

Animecha ketizitacua es el nombre en purépecha, que es el ritual que más ha influido en el centro del país. También recibe el nombre de MiquiIlhuitl en náhatl; Ngo Dü en otomí o hñahñú.

Los altares en el México prehispánico recibían el nombre de tzompantli en la cultura mexica. Estos también eran adornados con la flor de cempasúchil (de cempoalli, veinte; y xóchitl, flor), que tiene un color amarillo como referencia a Tonathiu, el Sol. Según una leyenda tlaxcalteca, una princesa fue convertida en esta flor por el Dios Solar cuando perdió a su amado a causa de una guerra.

Los niveles de los altares varían de cultura a cultura. De igual forma, se adorna de distinta forma porque responden a los recursos del lugar y a la tradición de la localidad.

En México, la muerte es vida…

Y como decimos en Guanajuato, en voz de José Alfredo Jiménez, «la vida no vale nada». En efecto, si al fin y al cabo tenemos a la Muerte como eternidad…