jueves. 25.04.2024
El Tiempo

Celos

"La palabra ‘celo’ nos viene del griego zein, que tuvo por significado ‘hervir’. De ahí pasó al latín como zelus con el sentido de ‘ardor’"

En agosto de 2016, en la Ciudad de México un adolescente mutiló y mató a tres personas porque miraban de forma morbosa a su novia. En España ha habido 20 muertes en este año por violencia relacionado con el machismo, donde los varones quieren imponer conductas a sus parejas. Y en California, en los Estados Unidos, un hombre en una escuela mató a su expareja, una maestra que se encontraba frente a grupo, lo que provocó también lesiones en dos niños, uno de ellos fallecido poco después en el hospital. En Facebook, mi amigo Eduardo Vázquez escribió en su muro: «Un matrimonio sin celos es un matrimonio feliz» y los comentarios de su imposibilidad no se hicieron esperar; más de uno de sus contactos creen imposible un caso así.

La palabra ‘celo’ nos viene del griego zein, que tuvo por significado ‘hervir’. De ahí pasó al latín como zelus con el sentido de ‘ardor’. Con el latín tardío se le añadió el sentido de ‘cuidar’ y ello dio origen a la palabra ‘celador’, al verbo ‘celar’ y a la expresión «con mucho celo», aplicada cuando alguien hace una actividad con mucho cuidado y esmero.

El vocablo parece tener una historia como los estados de ánimo de quien experimenta celos. Al principio hay algo que le quema por dentro; más adelante no soporta el ardor y se transforma en un vigilante muy escrupuloso de su pareja, a grado tal que la agobia, no permite un espacio social propio.

Lo que revelan los celos es un desmedido egocentrismo. Lo importante para el celoso no es lo que piense o sienta la pareja, sino su padecimiento, su ardor interno que le impide una vida tranquila. Lo relevante para quien padece celos, entonces, es resolver su propio desasosiego a toda costa; lo que sienta, piense o necesite la pareja poco interesa; no es la pareja lo importante, sino su propio padecimiento.

Erick Fromm, neopsicoanalista, en su libro El arte de amar, descubre que esta patología se diferencia totalmente del amor. Para quien ama lo importante es el bienestar o la realización del ser amado. Es decir, la felicidad de su pareja. Por ello, si se debe llegar hasta el sacrificio máximo, debe hacerse.  La iglesia Católica lo deja claro cuando asegura que «Dios padre ama tanto a la humanidad que hasta sacrificó al único hijo». El amor busca la realización o felicidad de quien ama. Los celos, no.

Pongo un ejemplo paralelo. Si una persona lleva su taza preferida a la oficina y prohíbe estrictamente a los demás su uso, bajo pretextos higiénicos (que una buena lavada, puede resolver) o de simple propiedad, es comprensible, aceptado e, incluso, apoyado. Nadie usará la taza porque tiene dueño. Pero ello es natural porque es una propiedad privada y, lo más importante: la taza no tiene voluntad propia.

Pero esa misma lógica no podría aplicar con una persona. Por mucho contrato matrimonial o un compromiso moral de noviazgo, la misma ese razonamiento no aplica. Con una voluntad propia, con aspiraciones particulares (a diferencia de la taza), una persona al buscar su realización debe relacionarse con muchas personas, hacer actividades que quizá no sean atractivas, del interés o aceptadas por el o la celosa. Y esto es lo que no soportan quienes padecen de celos.

Se ha difundo la idea de que los celos es inseguridad. A mi juicio no lo es: es egocentrismo desmedido, es solo buscar el placer que la compañía del otro le ofrece. Es buscar su placer egoísta, independiente de la voluntad de la pareja. Desea a todo costa de disfrutar de su bien, sea persona u objeto, no lo comparte con alguien más. Entonces, los celos no es muestra de amor, es egocentrismo. Y ese egoísmo, esa búsqueda de la satisfacción personal, se vuelve tan obsesiva, tan irreflexiva que en algunos momentos rebasa los límites de la cordura, como los relatados al principio, y llega a extremos contrarios al respeto a la vida de los demás… incluso de la pareja.

Deberíamos educar a las nuevas generaciones no tan egoístas. Eso daría una cohesión social más armónica; de lo contrario, seguiremos padeciendo crímenes pasionales.