Chispitas para escritores II

Chispitas para escritores II

La semana anterior inicié algunas recomendaciones para escritores, como adelanto a un libro que prepara don Mauricio Miranda (No morirás del todo, 2007; La mujer abeja, 2004).

Aquí presento otros aspectos en redacción y ortografía por tomar en cuenta el escritor novel. La oración reina es la simple. Incluso, la metáfora, el diálogo o la descripción se construyen mejor dato a dato. Los enunciados compuestos (periodos y cláusulas) serán los menos. Entre más largo una aseveración, con múltiples ideas y palabras, es más complicada para la mayoría de los lectores. Por ello, es preferible oraciones cortas, en particular las que inicien cada párrafo. 

El escritor debe recurrir solo en casos justificados a oraciones compuestas. Las oraciones simples llevan a darle un mayor dinamismo al desarrollo de la historia y deja en el lector una sensación vertiginosa. 

En Isaac Asimov, por citar uno de los más prolijos, he leído oraciones de una sola palabra. Pero no es el único. Los últimos libros éxitos (los llamados best seller) eso mismo les caracteriza.

Por ello, los enemigos del estilo moderno de redacción son: abuso de gerundio (terminaciones –ando y –endo de los verbos; conocidos actualmente como verboides), de la palabra que (los autores abatieran en un 70% su uso, crecería su estilo) y de las comas (sobre todo al enlazar más de una idea). El recurrir a estas figuras alarga la oración. Eso hace mucho muy complejo el texto. Incluso, es más fácil propiciar interpretaciones equivocadas. Adolfo Bioy Casares, a quien Jorge Luis Borjes consideraba su maestro en el estilo de escribir, sostuvo en alguna entrevista para la revista Telva: «Escribo con frases cortas porque en una frase larga
ofrece más posibilidades de error». 

En la actualidad, se busca la brevedad y concreción. Por ello el estilo moderno es directo. Pero la brevedad no implica eliminar ideas o datos importantes para la historia. La concisión significa economía del lenguaje. Por ello se debe incluir todo lo necesario para alcanzar el objetivo. Entre dos opciones de enunciar algo, la preferente es la de menos palabras. Parece contradictorio, pero el laconismo es el símbolo de modernidad en el lenguaje moderno, sin dejar de ser suficiente. 

La serie de Harry Potter, la saga Crepúsculo o los diversos libros de Dan Brown no son documentos pequeños. Pero el lector atento se dará cuenta que las oraciones cumplen el requisito señalado. 

De ahí que cero oraciones superfluas; cero datos innecesarios; cero circunloquios; cero florituras; cero pleonasmos (como cuando se enuncia: las acciones que realizamos, donde es evidente que toda acción alguien la realiza); cero obviedades («los días 14 y 15 de mayo…», donde es evidente que 14 y 15 son días por haber enunciado el mes). 

Quizá por eso se ha puesto de moda la minificción, el microcuento o la tuiteratura. Las obras extensas usan esa construcción de enunciados: economía de lenguaje, oraciones directas, eliminación de datos o palabras innecesarias. Entonces lo extenso radica en la riqueza de la historia.

Pero lo más importante de este estilo: el escritor debe hacer trabajar al lector. Es decir, no se debe poner todo de manifiesto. Escribir un cuento o una novela, lo indican más de un autor famoso y lo retoma don Rubén Zavala en su excelente compilación sobre cómo escribir literatura, es como un iceberg. El escritor será escueto y preciso al describir lo que se ve, pero hará imaginar al lector todo lo que hay detrás.