Día de Muertos

"El culto a la muerte es un parámetro de civilización..."
dia muertos
dia muertos
Día de Muertos

En México el Día de Muertos se celebra el 1 y 2 de noviembre. Sin embargo, en realidad no es una la festividad, son cientos… los actuales pobladores del territorio mexicano somos herederos de la veneración a los muertos de las diversas culturas prehispánicas. Cada una tenía sus propios rituales y conceptos. Por ello, en cada región adquiere modalidades particulares. Fue el cristianismo el que le dio unidad y fijó la fecha. Sin embargo, en todas las culturas americanas, la fiesta tiene un sabor familiar, emotivo y positivo por la presunta reunión de vivos y muertos… al menos espiritualmente.

Nuestra conmemoración se diferencia profundamente del Halloween, celebrada originalmente el 31 de octubre. Con la llegada del cristianismo a tierras celtas, se buscó asociar con ritos demoniacos las ceremonias nativas. Entonces se le vinculó con seres de ultratumba como las brujas y los espíritus maléficos. Su sentido giró a un sesgo macabro, terrorífico, a una amenaza. De esa forma la Iglesia pretendió combatir la tradición para desterrarla. En la práctica, solo la trastocó.

El culto a la muerte es un parámetro de civilización. Los arqueólogos reconocen asentamientos humanos por esta variable. El ser humano al tener consciencia de sí mismo, deseó trascender y creó la vida después de la muerte. Así aparecieron los enterramientos y el culto a la Muerte. La civilización comienza en la agricultura y esta está siempre vinculada con los enterramientos ceremoniales (vasijas, ornamentos y animales).

En México, antes de la llegada del cristianismo, la veneración a la Muerte tenía singularidades que hoy perviven mezcladas con la tradición europea (la enuncio con mayúsculas para personificar). Allá, el temor a perder la vida hizo de los primeros días de noviembre una conmemoración solemne, dolorosa, de angustia, de pérdida de los seres queridos. Aquí desde tiempos inmemoriales siempre fue el anhelado gusto de reencontrarse con los seres amados que continúan su vida en el Más Allá. En Europa, por decisión del papa Gregorio III, el 1 de noviembre se conmemoran Todos los Santos y el 2 de ese mes, los Fieles Difuntos. Aquí, la evangelización reunificó fechas dispares, pero que siempre tuvieron el mismo perfil.

En nuestro país, específicamente la tradición del centro del país, celebra la oportunidad de saludar a los pequeños difuntos desde la noche del 31 de octubre hasta el 1 de noviembre; y el siguiente día a los difuntos adultos. Por eso en las noches los niños salen a pedir dulces a las casas del vecindario. Ahí empieza la festividad (concepto impensable en Europa). Por ello, el 2 de noviembre –el encuentro con los adultos–, los panteones se llenan de colores y de música. En el concepto mexicano es el reencuentro con los que amamos… y les hacemos pasar un día maravilloso. Entonces saltan las preferencias  del difunto; los guisos que les hacían disfrutar e, incluso, los vicios que, quizá, les llevaron a la tumba (alcohol y tabaco).

Los altares en el México prehispánico recibían el nombre de tzompantli. Estos también eran adornados con la flor de cempasúchil (de cempoalli, veinte; y xóchitl, flor), que tiene un color amarillo como referencia a Tonathiu, el Sol. Según una leyenda tlaxcalteca, una princesa fue convertida en esta flor por el Dios Solar cuando perdió a su amado a causa de una guerra.

En este aciago 2020, nuestra conmemoración adquiere un tono especial por los muchos amigos y familiares que hemos perdido a causa de la pandemia. Como decía José Alfredo Jiménez, «la vida no vale nada» y yo completo que, al cabo, tenemos a la Muerte como eternidad. Nuestros muertos seguirán eternamente con nosotros.

Dedico esta columna a mi esposa Emilia, quien murió a principios de este año, y con ello a todos los amigos y familiares que en esta ocasión pasaron a formar parte de nuestro altar de muertos.