Erratas

"Quien sostenga que se entera lo que le dicen a pesar de las faltas ortográficas es porque tiene un lenguaje limitado o la mala costumbre de no consultar el diccionario."


Se llama ‘errata’ a la equivocación en un impreso o manuscrito. Estas se cometen con regularidad en todo tipo de documentos. Las puede haber por error de dedo o por franca ignorancia. Antiguamente, en libros las ediciones –ya publicado– se mantenía en revisión y si se le encontraban errores, se publicaba una ‘fe de erratas’ (admitir las equivocaciones) con el compromiso de que la siguiente edición o reimpresión fueran subsanados. Hoy, la mayoría no revisa sus textos una vez publicados, hasta que alguien se lo notifica… y ni aun así. El interés por lo impecable parece perderse.

Ha invadido a la sociedad un relajamiento en el cuidado de escribir. Hace 50 años era muy difícil encontrar un error en un diario; hoy es raro no encontrarlo. Los profesores tenían buena ortografía, ahora es difícil conocer alguno que la tenga. Los padres se preocupaban por que las tareas se fueran impecables; actualmente nadie las supervisa e, incluso, algunos maestros ni las revisan… solo interesa el cumplimiento. ¿Qué nos ha pasado como sociedad? ¿A qué se debe que vemos y admitimos ese relajamiento?

Desde luego, hay una subvaloración de la gramática y la ortografía. La presunción que a pesar de los errores el texto permanece incólume se generalizó. Pero es falso (más adelante refiero un caso dramático). El propósito de la ortografía no es gratuito; no se trata de escribir un vocablo de una determinada forma o ubicar una coma en un lugar solo porque la regla lo dicte. Eso es suponer que las normas son capricho de un grupo, casi siempre así considerados los académicos. La razón de las normas es para que el documento se interprete cual debe y no en otro sentido. Quien sostenga que se entera lo que le dicen a pesar de las faltas ortográficas es porque tiene un lenguaje limitado o la mala costumbre de no consultar el diccionario. «Debemos encausar a ese joven» podría citar el texto y si no conoce el término jurídico ahí enunciado, lo entenderá mal.

De las erratas, hay algunas que son célebres por las consecuencias. El Diario de México fue la primera impreso en el país publicado todos los días. La mayoría era quincenal y muy pocas semanales. Fundado el 1 de octubre de 1805, sus notas representaron un importante seguimiento a la invasión napoleónica de España y su consecuente movimiento insurgente en América. Por ello, su prestigio y tradición era de gran solidez y representó un modelo para los posteriores diarios como El Universal y Excélsior. La puntilla para su desaparición fue una errata cometida el día que finalizó el sexenio del presidente Adolfo López Mateos.

Casado con Eva Sámano Bishop, profesora normalista, se cuenta que Adolfo López Mateos tuvo varios amoríos. Su esposa, por el contrario, siempre mantuvo una moral inmaculada a causa de su profundo sentido religioso. Sin embargo, el último día del sexenio, El Diario de México encabezó a ocho columnas «López Materos regresa a la vida privada» y en el titular secundario, en letra más pequeña, pretendió el cabecero enunciar: «Y Eva Sámano a la vida docente». Sin embargo, la tipografía tuvo un error de dedo y en vez de aparecer la vocal O, se incluyó la E en la palabra ‘docente’.

Desde luego, la reacción del nuevo gobierno, encabezado por el presidente represor Gustavo Díaz Ordaz no se dejó esperar. Sin intervenir directamente, invitó a todos los anunciantes a dejar de comprar espacios de publicidad lo que llevó a la ruina en 1965 al primer diario mexicano. Esas invitaciones, como era bien sabido en aquel entonces, eran órdenes que de no acatarse también se sufrirían las consecuencias. El diario no resistió el bloqueo económico y terminó por desaparecer.